Simone Veil en una fotografía de 1977
Simone Veil en una fotografía de 1977 - AFP

Muere Simone Veil, la mujer que logró la legalización del aborto en Francia

Jean d’Ormesson, patriarca de la cultura de nuestro tiempo, le dio la bienvenida en términos emocionados a la Academia Francesa: «Señora, la amamos»

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Ha muerto a los 89 años Simone Veil, Simone Jacob, de soltera, gran dama de la cultura, la política y la vida pública francesa y europea.

Nacida en el seno de una familia judía acomodada, en Niza, escapó milagrosamente a los campos de concentración nazis, donde pereció buena parte de su familia, víctima del genocidio.

Tras la inmensa tragedia y experiencia de los campos de concentración, la joven Simone Jacob se integró de manera ejemplar en su primera profesión de jurista, tras unos estudios brillantísimos en la Facultad de Derecho de París y el Instituto de Estudios Políticos de París, donde conoció a su futuro esposo, Antoine Weil.

Terminó cediendo al «demonio» de la política, como ministra de Sanidad de Valery Giscard d’Estaing, en 1974.

Comenzó entonces su primera gran batalla, la primera Ley francesa de «interrumpción voluntaria del embarazo» (1975), tras un histórico debate que terminó ganando, en lágrimas, antes una Asamblea Nacional masivamente masculina.

Poco años más tarde, Giscard le propuso otra de sus grandes aventuras políticas, dirigir las listas electorales del centro derecha francés a las primeras elecciones al Parlamento Europeo (PE), en 1979. Simone Veil era ya la mujer política más famosa de Francia. Se impuso a paso de carga como la primera presidenta del primer PE elegido a través del sufragio universal.

Siguió una larga carrera política, nacional y europea, que culminaría en el Consejo Constitucional y la Academia, donde Jean d’Ormesson, patriarca de la cultura francesa de nuestro tiempo, le dio la bienvenida en términos emocionados: «Señora, la amamos».

Alejada de la vida política, Simone Veil siguió siendo, hasta el fin, la gran dama silenciosa de la vida política, cultural y cívica de Francia. Sus combates políticos, como ministra, en Francia, y en Europa, en el Parlamento Europeo, estuvieron siempre a una altura muy fuera de lo común.

En el Tribunal Constitucional, ejerció una suerte de «tutela moral», entre un «areópago» de viejos cocodrilos llegados masivamente de las aguas turbias de la política de Estado.

En la Academia asentó su autoridad cívica con el talento y la gracia de una gran señora y el aura de una heroína juvenil, siempre alerta ante las convulsiones profundas de una Francia que estaba cambiando de fisonomía histórica.

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