Merkel y Orbán hacen las paces en una lección de Historia

La canciller alemana, de visita en Hungría para recordar el llamado «pícnic paneuropeo» de Sopron, pide que se reactive la «Misión Sophia» contra el tráfico de inmigrantes en el Mediterráneo

Viktor Orban da la bienvenida a Angela Merkel en Sopron, en la frontera de Hungría con Austria AFP

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Angela Merkel viajó este lunes a Hungría para hablar con Viktor Orbán de refugiados . No se trataba, en este caso, de los refugiados que en el verano de 2015 permanecían hacinados y en condiciones inhumanas en la estación Keleti de Budapest, a los que Merkel abrió las puertas de Alemania en un gesto de solidaridad que desencadenó la denominada «crisis de los refugiados», sino a los cientos de alemanes de la RDA, la Alemania comunista, que en el verano de 1989 huyeron con cestas de merienda, fingiendo que iban de vacaciones a Hungría, y a los que el gobierno de Budapest dejó pasar a Austria en lo que ha quedado para la historia como «el pícnic paneuropeo ».

Aquel gesto resultó un anticipo de la caída del Muro de Berlín y es todavía hoy motivo de agradecimiento por parte de la Alemania reunificada. El pícnic de Sopron «se convirtió en un símbolo internacional que prueba que el deseo de libertad no puede ser rechazado», ha dicho Merkel en la iglesia que acogió a los refugiados alemanes. «Sopron muestra lo que nos convierte en europeos», añadía, incidiendo la cuestión de las fronteras europeas, motivo de fuertes tensiones desde hace varios años entre los gobiernos de Berlín y Budapest, que encarnan las dos posturas más opuestas entre los socios europeos.

Ya pasadas las elecciones europeas, que llevaron a ambos mandatarios a profundizar en sus discursos de campaña, parecen apaciguarse las aguas entre las derechas que representan. Por primera vez en muchos meses, la canciller alemana ha evitado la crítica directa al primer ministro húngaro, que por su parte ha mantenido un discurso perfectamente dentro de las reglas de la diplomacia.

Desde los mismos puntos de partida, siguen sin embargo defendiendo medidas diferentes. Mientras la canciller conservadora ha esgrimido los principios cristianos para abogar por una política de asilo generosa, el primer ministro soberanista se ha vuelto a oponer de forma categórica precisamente en nombre de la defensa de esos mismos valores cristianos.

Para Orban, para quien lo sucedido en 1989 es una «lección de Historia», «no hay contradicción» entre el desmantelamiento del Muro de Berlín y la construcción de nuevas barreras en las fronteras europeas. En ambos casos el objetivo es construir «una Europa de paz y seguridad», ha explicado.

En Hungría, de hecho, más de 200 kilómetros de muro construido por el gobierno de Orban separan desde 2015 la frontera sur de Hungría con Serbia y Croacia, una «política de alambradas» en el corazón de la UE que Merkel aborrece.

Seguramente esforzándose por hallar puntos de intersección entre los dos discursos, Merkel se ha posicionado a favor de rescates marítimos en el Mediterráneo, que eviten la trágica y vergonzante pérdida de vidas humanas, pero que sean llevados a cabo por los Estados y no por particulares. «Seguramente sería bueno que pudiésemos disponer de nuevo de una misión Sophia», ha dicho, proyecto contra el tráfico de inmigrantes en el Mediterráneo paralizado por la férrea oposición italiana.

Posición común europea sobre inmigración

La recién nombrada presidenta de la Comisión Europea, la alemana Ursula von der Leyen , ha prometido «reabrir las negociaciones para hallar una posición común europea sobre las cuestiones de migración y eso me parece importante», ha indicado Merkel esperanzada, a la misma hora en que su portavoz de Gobierno anunciaba en la capital alemana que las autoridades semiautónomas kurdas en Siria han entregado a Alemania cuatro huérfanos de familias de combatientes del grupo terrorista Daesh en la primera iniciativa de este tipo entre los kurdos sirios y Berlín.

También recordaba Merkel, en ese mismo talante de reconciliación entre posturas políticas conservadoras divergentes, que los alemanes «siempre» estarán «agradecidos» a Hungría por su «contribución al milagro de la reunificación alemana» y ha sugerido que aquellos acontecimientos de 1989 marcaron por igual los inicios políticos de ambos.

Para Merkel, hija de un pastor protestante enviado a la Alemania comunista y atea para predicar el Evangelio, supuso el inicio de un compromiso político con la libertad, la justicia y el Estado de derecho. Para Orban, que comenzaba entonces en la política como disidente liberal, la caída del comunismo supuso la reconquista de la soberanía húngara. «Yo no sería política y no habría podido ser canciller de una Alemania reunificada si aquel gesto de Hungría no hubiera tenido lugar», ha reconocido una claramente emocionada Merkel.

«La canciller disfruta del aprecio de la nación húngara», le ha devuelto el piropo Orbán, «especialmente porque siempre ha trabajado por la cohesión europea». «De acuerdo con las leyes de la caballerosidad», ha concedido, «nos quitamos el sombrero ante una dama tan trabajadora y exitosa», restando importancia a las diferencia entre los dos gobiernos al apuntar que la unidad de Europa nunca debe considerarse «completada». Más bien, debe «seguir siendo creada progresivamente de conflicto en conflicto, siempre de nuevo», ha dicho, tras una comida de gala en el flamante Ayuntamiento de Budapest en el que ambos jefes de gobierno han dejado primar lo que los une sobre todo aquello que los separa.

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