La larga y convulsa carrera hacia el Brexit

Cameron quiso zanjar la división interna de los «tories» sobre su relación con la UE con un referendo que ha triturado a la clase política y ha dividido aún más al país

F.J. Calero

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Con la promesa de celebrar un referendo sobre la permanencia del Reino Unido de la Unión Europea, el ex primer ministro británico, David Cameron, buscaba zanjar la guerra civil en el Partido Conservador sobre la cuestión europea, que se arrastraba desde hacía tres décadas. El dilema se remonta a aquel exaltado «¡no, no, no!» de Margaret Thatcher en 1988 a la idea de crear unos «Estados Unidos de Europa». Cameron apelaba, en 2013, a que había que «afrontar este problema, liderar el debate, y no esperar que desaparezca por sí solo». Sin embargo, el cisma que pretendía cerrar no se correspondía con las principales preocupaciones de los británicos entonces: la economía y las medidas de austeridad, la inmigración y la situación de la Sanidad pública (NHS), la joya de la corona británica. Menos de un 10% de los consultados culpaban a la UE de esos males. Después del referendo, en junio de 2016, el porcentaje subió al 50%.

Más de tres años después de la consulta, la guerra civil tory continúa y la ciudadanía -proeuropeos y brexiteros- sigue partida en dos. «Cameron entrará seguro en el Olimpo de los peores primeros ministros del Reino Unido por generar un problema gravísimo que dividió profundamente a la población», considera el analista del Real Instituto Elcano Enrique Feás.

Fue otro Ejecutivo conservador, el de Edward Heath, el que «llevó a Reino Unido a Europa» en 1973, frente a las reticencias laboristas que hoy mantiene el líder Jeremy Corbyn. Y cuando se celebró el primer referendo sobre la permanencia en las Comunidades Europeas en 1975, una de las activistas más encarnizadas del Mercado Común fue la propia Margaret Thatcher, ataviada con un jersey estampado con las banderas de las naciones europeas.

El referendo de Cameron

Después de trece años de gobiernos laboristas, Cameron llevó a los tories de nuevo al poder prometiendo redefinir el partido para atraer a los «británicos modernos». Para ello, permitió un referendo para la independencia de Escocia -cuyo gobierno se plantea otro si el Brexit se consuma- y, más tarde, destapar la caja de Pandora del excepcionalismo británico. Y para demostrar sus credenciales euroescépticas, empezó por retirar a los tories del profundamente europeísta Partido Popular Europeo en la Eurocámara para fundirse en el euroescepticismo «light» de los Conservadores y Reformistas del Ley y Justicia polaco de los Kaczinski.

Falsas promesas

«La preocupación por el tema de la UE en el Reino Unido no se reducía a los márgenes del Partido Conservador. Durante años, se transfirieron más poderes a la UE y los políticos prometieron referendos sobre la pertenencia, pero nunca los llevaron a cabo. Sin embargo, la gestión del partido fue un factor clave en la decisión de Cameron de convocar la votación. Su partido no fue la única fuente de presión, pero fue la principal», declara a ABC Dominic Walsh, analista del think tank británico Open Europe. En varias ocasiones el presidente saliente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, ha sostenido que «los británicos desde el principio han sido europeos a tiempo parcial. Y lo que necesitamos son europeos a tiempo completo».

En un momento en el que la mitad de la población británica creía que al Gobierno le daba igual lo que pensaban los británicos, la crisis económica había avivado la demanda popular de «recuperar el control» de sus vidas ante la globalización, especialmente en el castigado norte de Inglaterra. Y con ese tan efectivo como efectista eslogan, el hoy asesor estrella del primer ministro Johnson, Dominic Cummings, diseñó entre bambalinas -junto a políticos como Boris Johnson que se mostraban cercanos a las clases populares pese a venir de la cúspide de las élites- la campaña victoriosa de la salida del Reino Unido de la UE.

Frente al monotema de la inmigración que abanderaba el histriónico millonario Nigel Farage, Cummings, que 15 años antes había diseñado la campaña antieuro, prefirió atraer a los «votantes olvidados por las élites» a su causa con la promesa de recuperar 350 millones de libras para mejorar el NHS. A pesar de los persistentes intentos de desacreditar el mito, casi la mitad del público británico seguía creyendo en 2018 que su país enviaba 350 millones de libras por semana a la UE, según un estudio del King’s College de Londres.

May y el artículo 50

Derrotado tras su poco entusiasta campaña a favor de la UE, Cameron dimitió. Le sucedió Theresa May, que había pedido -no muy convencida- seguir en la UE en los meses antes del referendo. Fiel a su etapa como Secretaria del Interior, la «premier» hizo del control migratorio el eje central de sus políticas, y no tuvo en cuenta las consecuencias económicas del Brexit. Tras la consulta, la inmigración europea cayó drásticamente, pero no así la procedente de otras regiones del mundo.

«May cometió el gravísimo error de notificar a finales de marzo del 2017 el artículo 50 (que activaba la cuenta atrás de dos años) antes de haber resuelto internamente el modelo de relación definitiva que querían con la UE. Lo hizo para que no hubiera tentación de arrepentirse», asegura Feás. Un pecado original que marcó las negociaciones y quizá la suerte de May.

Órdago perdido

Días más tarde, la primera ministra anunció un sorprendente adelanto electoral pese a la cómoda victoria de su predecesor tan solo dos años antes. La primera ministra pretendía incrementar su mayoría para mejorar su poder de negociación con Bruselas y no sentirse rehén de las facciones pro y anti Brexit de su partido. Pero tras una desastrosa campaña, el laborismo se quedó muy cerca y los tories se entregaron a los diez diputados unionistas norirlandeses del DUP para poder gobernar. Y ahí llegó el bloqueo a un buen acuerdo. «Lo que querían es que no hubiera diferencia entre Irlanda del Norte y Gran Bretaña. May se quedó a medias». La amenaza de un Brexit sin acuerdo el 31 de marzo de 2019 acercaba la frontera dura entre las Irlandas y ponía en jaque el Acuerdo de Viernes Santo que pacificó el Ulster.

Después de tres contundentes derrotas en Westminster y dos prórrogas, los tories encajaron su enésima humillación en las europeas de 2019 con un irrelevante 8% de los votos, frente al 30% del Partido Brexit (Farage), May dimitió. «Quedará como una persona que honestamente intentó conseguir un acuerdo. Pese a sus errores, la historia será más benévola con ella intentó dar una solución que demostró estar muy cercana de la única posible».

Johnson, ¿la última bala?

Aterrorizados por la influencia de Nigel Farage -portavoz de la causa brexitera varios lustros antes de la convocatoria del referendo- sobre los impacientes partidarios de la salida, los tories se encomendaron al carisma de Boris Johnson -héroe del «Leave»- para acudir al rescate del partido.

El Brexit ha empujado al Partido Conservador hacia el nacional-populismo. «La expulsión de los 21 parlamentarios moderados que se rebelaron para votar en contra de un Brexit sin acuerdo es un buen ejemplo», asevera Walsh. Johnson se había rodeado de espartanos para amagar con la idea de «Brexit el 31 de octubre o muerte» con el que recuperar a los votantes tentados por Farage. Lo hizo a costa de traicionar la propia identidad del tradicional «partido atrapatodo» del conservadurismo británico: allí donde se sentían representados desde moderados europeístas hasta euroescépticos partidarios de mirar más al otro lado del Atlántico.

«Johnson ha hecho bien dos cosas: limitar la salvaguarda a Irlanda del Norte, eso demuestra conocer bien el problema; y prescindir de los unionistas. No puede haber un acuerdo válido con su beneplácito», valora Feás. El analista recuerda que lo presentado por el Gobierno británico es una variación inicial de la propuesta del jefe negociador de la Comisión, Michel Barnier -tan vilipendiado por los tabloides británicos que aventuraban, con la victoria del referendo, la división irremediable de los Veintisiete-: «Hizo una oferta de buena fe, la única posible y razonable. Se podría haber plantado y no, ha sido flexible, ha sido un magnífico negociador».

Pero lo cierto es que las variaciones de los acuerdos alcanzados tanto por May como por Johnson en Bruselas son escasas. El de este último, que logró reabrir las negociaciones con la UE, reducirá los ingresos de los británicos un 6,4%, en comparación con estar dentro de la UE. Mientras que la ex «premier» lo habría reducido en un 4.9%, según «The Economist». «Si May hubiera propuesto exactamente lo mismo, palabra por palabra, (Johnson) se habría opuesto a ella y también lo haría gran parte del ERG (el grupo de tories más euroescéptico)», tuiteó ayer Lewis Goodall, analista político de Sky News.

Las víctimas del Brexit

En tres años, la gestión del Brexit ha dejado numerosas víctimas. Ha triturado a dos primeros ministros conservadores, Cameron y May, y va camino de entregarle el control del Partido Conservador a la facción más euroescéptica y derechista, que apoya el acuerdo del actual «premier». También ha salpicado a las instituciones del Reino Unido, como el Supremo que dictaminó que la petición de Johnson de cerrar el Parlamento durante cinco semanas, para sortear a la oposición, era ilegal. «Johnson ha abusado del Parlamento, ha puesto a la Reina en un compromiso, y ha criticado la sentencia del Supremo como si fuera una lucha de poderes», concluye Feás.

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