Kim Jong-un, dispuesto a desnuclearizar Corea del Norte sin pedir la retirada de tropas de EE.UU.

En la actualidad, unos 28.500 soldados estadounidenses se encuentran desplegados en Corea del Sur, un país con el que realizan sofisticadas maniobras conjuntas cada primavera y otoño

El líder norcoreano Kim Jong-Un (L), acompañado por su esposa Ri Sol-Ju (R) AFP

PABLO DÍEZ

Parece que Corea del Norte renuncia a una de sus principales condiciones para abandonar su programa de armas nucleares: la retirada de las tropas de Estados Unidos que están acantonadas en el Sur desde la guerra hace ya seis décadas . Al menos, así lo asegura el presidente surcoreano, Moon Jae-in, quien el próximo viernes se reunirá con Kim Jong-un en una cumbre histórica en el puesto fronterizo de Panmunjom, que separa a ambos países en pleno Paralelo 38.

«Corea del Norte no ha presentado ninguna condición imposible de aceptar para EE.UU., como la retirada de sus tropas del Sur», explicó Moon a 48 editores de medios nacionales el jueves por la noche, según informaba hoy la Prensa de este país. A tenor de sus contactos con el régimen estalinista de Pyongyang, «solo piden acabar con las hostilidades contra su país y tener garantías de seguridad» por parte de Washington.

En caso de que el Norte lo confirme, Kim Jong-un estaría dispuesto a renunciar a sus armas atómicas siempre y cuando la Casa Blanca le garantice que no va a intentar un cambio de régimen, como en Irak o Libia. «Por eso no creo que haya mayor dificultad para Seúl, Pyongyang y Washington a la hora de alcanzar acuerdos generales en el principio de desnuclearización del Norte y en el establecimiento de la paz, normalizando las relaciones con EE.UU. y buscando apoyo internacional para el desarrollo económico del Norte si el país se desnucleariza», confió Moon Jae-in con optimismo, recoge «The Korea Times».

Como último vestigio de la Guerra Fría, la presencia de 28.500 soldados estadounidenses en suelo surcoreano ha sido usada siempre como excusa por Pyongyang para justificar su carrera nuclear y de misiles. Hasta hace solo dos años, era una condición indispensable para empezar a negociar su desarme, pero en el pasado Corea del Norte se había mostrado más flexible sobre este asunto.

Según «The New York Times», los predecesores del actual dictador, su abuelo Kim Il-sung y su padre Kim Jong-il , se habrían conformado con el despliegue militar estadounidense en el Sur siempre y cuando no fueran fuerzas hostiles. Otra cosa muy distinta es que fuera verdad lo que decían. Como contaba en febrero a ABC Thae Yong-ho, el diplomático norcoreano de más alto rango en desertar durante la última década, «Kim Jong-il era muy listo y muy bueno en el doble juego, ya que tenía la habilidad de engañar a los extranjeros prometiéndoles reformas económicas y políticas que nunca llevó a cabo». Durante un almuerzo en Pyongyang en 2001, en el que propio Thae hizo de traductor, así se lo dijo Kim Jong-il al entonces primer ministro sueco, Göran Persson, y al responsable de Política Exterior de la UE, Javier Solana, quienes estaban de visita oficial en Corea del Norte.

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Para Thae Yong-ho y otros analistas, Kim Jong-un ha heredado la «diplomacia atómica» de su padre, pero ahora se ha visto forzado a reabrir las conversaciones con la Casa Blanca porque las sanciones de la ONU contra sus ensayos nucleares y de misiles están asfixiando la precaria norcoreana. A tenor de otros expertos, Pyongyang ha alcanzado ya tal nivel de desarrollo en su programa atómico que le permite volver a la mesa de negociaciones con muy buenas cartas.

Rechazando esta desconfianza, el presidente surcoreano cree que el régimen de Kim Jong-un está dispuesto a desnuclearizarse completamente a cambio de normalizar sus relaciones con EE.UU. , lograr ayuda extranjera para desarrollar su economía y firmar un tratado de paz que ponga fin a la guerra librada entre 1950 y 1953, que solo acabó con un armisticio. En definitiva, a cambio de reintegrarse plenamente en la comunidad internacional y abandonar su condición de «Estado paria». El problema es que acuerdos similares, como el alcanzado en la conversaciones a seis bandas de Pekín en 2006, fracasaron por las dificultades para verificar el desarme nuclear norcoreano.

Al margen de que esta vez haya acuerdo o no, las dos Coreas viven un acercamiento que ha rebajado la tensión de los últimos años gracias al deshielo que trajeron los Juegos Olímpicos de Invierno, celebrados en febrero por el Sur con la asistencia de la hermana de Kim Jong-un y un equipo del Norte. Dando buena prueba de esta distensión, ayer se puso en marcha un teléfono directo entre Kim y Moon, que la próxima semana se reunirán en Panmunjom. Un mes después, a finales de mayo o principios de junio, tendrá lugar otra cumbre histórica entre el caudillo norcoreano y el presidente de EE.UU., Donald Trump, quienes hasta hace poco se intercambiaban insultos personales y amenazaban con una hecatombe nuclear.

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