Elecciones Reino Unido

La foto de un niño durmiendo en el suelo de un hospital opaca la campaña de Johnson

El primer ministro se guardó en el bolsillo el móvil de un periodista que intentaba enseñarle la imagen del pequeño

Jack Williment-Barr, el niño de cuatro años durmiendo en el suelo del hospital de Leed/ Recta final para las elecciones británicas del jueves ATLAS
Luis Ventoso

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Sabido es: las campañas las carga el diablo. Boris Johnson se vio ayer envuelto en una inesperada polémica por mostrarse insensible cuando un joven reportero de la televisión ITV le mostró en su teléfono una foto de un niño de cuatro años durmiendo en el suelo del hospital de Leed, al norte del país, arropado con el abrigo de su madre. Boris, político diferente para lo bueno y para lo muy malo, directamente se metió el móvil del periodista en su bolsillo y siguió despachando a piñón fijo sus mantras electorales. El primer ministro se vio forzado a pedir disculpas a la familia. Los laboristas intentaron de inmediato convertir la anécdota en categoría: «No le puede importar menos la gente», zanjó Corbyn, quien previsiblemente será vapuleado el jueves en las urnas.

El «sprint» antes de los comicios se presumía un paseo militar para el pintoresco Johnson, el primer ministro tory de 55 años. Cinco sondeos le otorgan una media de diez puntos sobre Corbyn. A sus 70 años, el imposible candidato laborista ha incrementado todavía más su izquierdismo «old school» y cabalga a lomos de un partido roto, sin posición nítida en el cenagal del Brexit y que de un modo cuasi bolivariano promete nacionalizar la luz, el agua y el ferrocarril, disparar los impuestos y elevar el gasto público a más de 85.000 millones de euros. De hacerse real su ventaja demoscópica, Boris obtendría una mayoría de entre 40 y 50 escaños, la mayor de los tories desde la tercera victoria de Thatcher, en 1987.

Pero Johnson no se fía: «No doy nada por garantizado». Tradicionalmente, las encuestas británicas fallan más que la defensa del Deportivo, a excepción de las israelitas a pie de urna. Así que el primer ministro ha lanzado de lunes a miércoles una ofensiva relámpago sobre los graneros laboristas del norte, un «blitz» tory, como dicen aquí, parafraseando el alias de los bombardeos alemanes. Los viejos feudos socialistas peligran para Corbyn . El discurso brexitero ha calado allí, debido a que la clase trabajadora lo ve como un refugio frente a una globalización que ha postrado sus ciudades.

Populismo antisistema

Rayaba el alba y a las seis de la mañana de ayer (siete españolas), ya estaba Boris en el enorme mercado pesquero de Grimsby, un puerto del noreste de cuyas factorías sale el 70% del pescado procesado inglés. Ataviado con bata blanca, sombrero a juego y botas de goma Wellington, se le veía en su salsa, haciéndose selfies y bromeando con los estibadores (aunque uno lo despachó a voces). El «premier» enfatiza estos días sus arengas brexiteras, a veces con un puntillo xenófobo, como cuando el domingo acusó a los inmigrantes comunitarios de «tratar al Reino Unido como si fuese su país» y prometió ponerles coto. En Grimbsy siguió en la línea. «Votasteis dejar la UE para no enviar más dinero a Bruselas y que se gaste en casa, para controlar una inmigración sin límites, para recuperar el control de nuestro país frente a una élite de Bruselas, para forzar a los políticos de Westminster a que os escuchen». Populismo antisistema de un vástago de Eton y Oxford que encarna la quintaesencia del «establishment». El paso por el mercado se completó con fotos graciosas sosteniendo un bacalao.

Pero luego llegó la foto. Hace una semana, el niño Jack Williment-Barr, de 4 años , fue ingresado en el hospital de Leed tras seis días enfermo en casa con sospechas de neumonía (al final tenía gripe y amigdalitis). Tardaron cuatro horas en darle una cama, ya a las tres de la mañana. En un momento dado, se durmió en el suelo, arropado por el abrigo de su madre, de 34 años, que tomó una demoledora instantánea. La imagen acabó en portada del tabloide laborista «Mirror», con un titular enorme de «Desesperado. La foto que avergüenza a los tories». De pie en el mercado, un reportero de la cadena ITV pidió a Johnson que mirase la foto. Pero el primer ministro se guardó el móvil del informador en el bolsillo: «Si no te importa, ahora te daré la entrevista», y continúo perorando sobre que su Gobierno invertirá fuertemente en el NHS, el servicio nacional de salud. El reportero no cejó: «Primer ministro, ¡rehusa a ver la foto y se ha metido mi teléfono en su bolsillo!». Johnson aterrizó entonces al fin de sus eslóganes en piloto automático: «Es una foto terrible, terrible. Por supuesto me disculpo con la familia y con todos los que hayan pasado experiencias similares en el NHS». Poco después, el ministro de Sanidad era enviado de urgencia al hospital de Leed, con tono compungido: «Diré la verdad, estoy horrorizado. Yo tengo tres niños, sé lo que es estar en urgencias con ellos».

Es dudoso que lo sucedido modifique el curso de unas elecciones que parece decididas. Eso sí, la triste imagen del niño resume el mal estado de las urgencias británicas, donde solo el 68% de los pacientes son atendidos antes de cuatro horas, tope de espera establecido.

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