Estados Unidos llega a la cumbre del G-7 en plena guerra comercial con Europa y Canadá

Trump, dispuesto a un choque de trenes en el encuentro que se abre este viernes en Canadá en medio de fuertes tensiones entre los socios occidentales

Javier Ansorena

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Hoy está previsto que Donald Trump llegue a Charlevoix , en Canadá , para asistir a la cumbre del G-7 . Él preferiría estar en otro lugar. Sin duda, en Washington o Mar-a-Lago, su residencia en Florida. No solo porque el presidente de EE.UU. odia dormir fuera de casa. También porque, para Trump, el encuentro con el resto de líderes occidentales es un incordio y una distracción. La semana que viene estará en Singapur para la cumbre con Kim Jong-un , el dictador de Corea del Norte, con quien busca alcanzar un acuerdo para la desnuclearización del régimen comunista. Será una ocasión histórica, un encuentro repleto de pompa y circunstancia, al gusto de Trump, donde tendrá una oportunidad para realzar su éxito: él consigue lo que a otros se les resiste. En cambio, en Canadá no se le festejará ni se le dedicarán homenajes. Al contrario: en medio de fuertes tensiones comerciales y diplomáticas, sus socios le leerán la cartilla.

Se ha llegado a especular con que Trump no acudiría a la cumbre y enviaría a su vicepresidente, Mike Pence. Ya lo hizo en abril en la Cumbre de las Américas de Lima . Esa opción ahora parece descartada y su presencia podría ser explosiva. Con la imprevisibilidad que caracteriza al multimillonario estadounidense, hay incluso temor en su equipo a que se niegue a firmar el comunicado conjunto final del G-7, según ha revelado « The Washington Post ».

La principal fuente de problemas es la guerra de tarifas que Trump ha emprendido con muchos de sus principales socios. Después de idas y venidas, la semana pasada impuso aranceles a las importaciones de acero y aluminio , del 25% y del 10%, respectivamente. Las víctimas: Canadá, México y la UE .

«Decepción unánime»

La reacción ha sido furibunda. México ha respondido con tarifas a productos estadounidenses –cerdo, manzanas, patatas y bourbon, entre otros– y los países occidentales se han conjurado para meter presión a Washington. El ensayo de lo que pasará Trump se vio la semana pasada en una reunión de ministros de finanzas del G-7 en Whistler (Canadá). Los seis países que comparten el grupo con EE.UU. mostraron al secretario del Tesoro estadounidense, Steve Mnuchin, su «preocupación y decepción unánime» ante la política comercial de Trump y se alistaron para tomar una «acción decidida».

En Washington se ve de otra forma. «Puede haber desacuerdos. No veo guerra comercial, yo lo veo más bien como una pelea familiar», aseguró Larry Kudlow , asesor económico principal de la Casa Blanca. Será difícil que cualquier presión sobre Trump en este ámbito consiga resultados. El presidente de EE.UU. ha demostrado, antes y después de llegar a la Casa Blanca, que cree en las tarifas como forma de obtener ventajas comerciales para su país, del que considera han abusado en el pasado con balanzas negativas.

El comercio, sin embargo, no será el único punto de roce. Trump no goza de afinidad personal con la canciller alemana, Angela Merkel , ni la «premier» británica, Theresa May , a pesar de que esta no tardó en visitarle en la Casa Blanca poco después de su investidura. Quienes han tratado de cortejar al presidente estadounidense tampoco han sacado mucho a cambio. El presidente francés, Emmanuel Macron, ha buscado la química con Trump, le ha regalado una espectacular marcha militar en París y el presidente de EE.UU. le ha bañado en elogios. Sin embargo, sus presiones para que no rompiera el acuerdo nuclear con Irán o regresara al acuerdo de París sobre cambio climático han sido infructuosas.

La misma suerte ha corrido Shinzo Abe , primer ministro de Japón. Fue el primero en visitar a Trump en Nueva York, con la victoria electoral fresca. Ha volado con él en el Air Force One, han compartido hoyos de golf, cenado juntos en Mar-a-Lago… Pero eso no ha hecho cambiar de opinión a Trump sobre la oportunidad de una cumbre con Corea del Norte –Japón está en contra– o su agresividad comercial.

El forcejeo más duro hasta el momento sobre la guerra comercial ha sido con su vecino del Norte y hoy anfitrión. Su homólogo canadiense, Justin Trudeau , mantuvo una llamada telefónica con Trump esta semana, después de que el primero calificara de «ridículo» que EE.UU. justificara las tarifas por una cuestión de «una amenaza a la seguridad nacional». El presidente estadounidense reaccionó de manera sorprendente: «¿Y vosotros no quemasteis la Casa Blanca?», le espetó, en relación a un episodio de la guerra de 1812. Da igual que la referencia histórica fuera errónea –Canadá era entonces colonia de Reino Unido–. La respuesta deja claro que no rehuirá la pelea en el G-7.

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