Un grupo de refugiados de Eritrea en Israel
Un grupo de refugiados de Eritrea en Israel - REUTERS

Eritrea, la dictadura de la que huyen sus mejores hijos

Después de Siria, es el Estado del que más refugiados proceden. Huyen de la represión y la violación de derechos

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A las dos de la mañana del 3 de octubre de 2013, el sueño de Helen Ghilay se escurrió entre los dedos. Apenas a un kilómetro de la costa italiana de Lampedusa, la embarcación de esta joven naufragaba ante el exceso de carga. En la tragedia perdieron la vida 366 personas. Casi la totalidad, de origen eritreo y quienes habían pagado cerca de 1.600 dólares para realizar el cruce. Esa madrugada de otoño, junto a Helen, tres de sus hijos —Esrom, Delina y Bilen, el más pequeño, de solo tres años— también verían ahogados sus sueños en el Mediterráneo.

Sin embargo, para entender la historia personal de esta joven eritrea y sus hijos, es necesario viajar 3.500 kilómetros.

Porque dos años después de esta herida, Eritrea continúa desangrándose: en los primeros seis meses de 2015, de los 137.000 refugiados y migrantes que llegaron a Europa por mar, el 12% eran eritreos, en la segunda mayor fuente después de Siria. «(La gente abandona Eritrea) ante la ausencia de libertad», asegura a ABC la activista local Meron Estefanos.

Recientemente, el alto comisionado de las Naciones Unidas para los derechos humanos hacía público un informe donde se relataban los patrones horribles de tortura, detención arbitraria y la conscripción indefinida que provocan la huida de miles de eritreos cada año de su país de origen. Las 484 páginas del estudio son un baúl repleto de crímenes contra la humanidad y violaciones sistemáticas de los derechos humanos en un «alcance y escala pocas veces presenciado».

Desde su independencia en 1993, al menos 10.000 presos políticos, buena parte de ellos sin acusación formal, han sido encarcelados por el Gobierno de Asmara como parte de su cruzada para acallar a las voces críticas. Todos, con nombres y apellidos. Dawit Isaak, arrestado el 23 de septiembre de 2001. Desde entonces, el Ejecutivo ni confirma ni desmiente los continuos rumores sobre su muerte durante el cautiverio. Mahmoud Ahmed Sheriffo, antiguo ministro de Asuntos Exteriores eritreo y exmiembro del «Grupo de los 15», quienes fueron acusados de alta traición por el régimen de Asmara. Algunas fuentes también confirman su fallecimiento en prisión.

Una violencia, orquestada desde el Ejecutivo, que ha provocado un éxodo masivo de su población. El pasado año, cuatro de los principales obispos de Eritrea lanzaban una inusual crítica interna a la situación que atraviesa la nación africana, mediante una carta distribuida de forma pública. En la misiva, de 36 páginas y difundida en lengua tigriña, los obispos aireaban la fuga de jóvenes que experimenta la región.

«(La juventud de Eritrea va en busca de) países pacíficos, países de justicia, de trabajo, donde uno se expresa en voz alta, un país donde uno trabaja y gana (dinero)», aseguraba el documento firmado por los cuatro religiosos pertenecientes a la iglesia ortodoxa: Mengsteab Tesfamariam, de la capital, Asmara, Tomas Osman (Barentu), Kidane Yeabio (Keren) y Feqremariam Hagos (Segeneti).

Un año antes, en 2013, la relatora de la ONU en la región, Sheila B. Keetharuth, lamentaba que la obligación de realizar un servicio militar indefinido (en lugar de los 18 meses que marca la ley) fue citado como la razón principal de los propios eritreos para abandonar su país de origen. «Este sistema mantiene a los eritreos en cautiverio en una situación de desesperación, lo que les obliga a tomar riesgos inimaginables en busca de libertad y un refugio seguro», afirmó la experta, tras realizar una gira por Malta y Túnez.

En virtud del artículo 8 del acta de proclamación de 1995, todos los ciudadanos eritreos de edades comprendidas entre los 18 y los 40 años tienen la obligación de realizar el servicio militar, que consiste en seis meses de entrenamiento en un centro de capacitación y 12 meses «plenamente activos». Pese a ello, los 18 meses resultantes es habitual que se amplíen de forma indefinida.

Y no es la única represión. En 2013, por ejemplo, Isayas Sium gestó una idea «loca»: crear un periódico. A priori, su empresa ofrecía garantías de éxito, ante la total ausencia de competencia. Calificar de osada su aventura se debe más a la localización geográfica del proyecto, que a las garantías empresariales: en la última década, el Gobierno de Eritrea se ha convertido en uno de los mayores depredadores de la prensa a nivel global.

Ejemplo de libertad

«El régimen dictatorial posee todos los medios. Las comunicaciones por internet son limitadas y controladas», denunciaba entonces a ABC Sium, uno de los coordinadores de la publicación clandestina «Meqaleh Forto». En su edición inaugural, «Meqaleh Forto», escrito en lengua tigriña y árabe, ofrecía diversos artículos sobre libertad de prensa, así como presentaba a los lectores al grupo opositor «Arbi Harnet» (viernes de libertad), impulsor del diario.

Las peculiaridades con las que Sium tuvo que desarrollar el proyecto (este eritreo reside en el exilio) son solo una gota en el océano de represión que rodea Eritrea. Poco o nada queda ya del país considerado, en los 90, ejemplo de libertad y lucha por la igualdad. Un régimen, cada vez más encerrado en sí mismo y donde se acrecienta la paranoia.

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