Dessale Berekhet, periodista y activista eritreo
Dessale Berekhet, periodista y activista eritreo - ICORN (International Cities of Refuge Network)
Entrevista

Dessale Berekhet: «En Eritrea, se te tortura sin que sepas por qué y mueres sin conocer qué delito has cometido»

El periodista y activista eritreo cuenta a ABC qué le llevó a huir de su país, conocido como «la Corea del Norte de África», hace siete años

MADRID Actualizado: Guardar
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En su superficie de casi 120.000 kilómetros cuadrados se mezclan sabanas repletas de acacias, desiertos bañados por el Mar Rojo y praderas en las que corretean manadas de gacelas. Ubicada en el cuerno de África, Eritrea «tenía —además— una cultura hermosa, de paz; ahora el escenario es muy diferente», explica a ABC Dessale Berekhet, un periodista y activista eritreo que tuvo que huir de su país hace siete años.

El suyo no es un caso aislado. El país se vacía, y se desangra, a un ritmo vertiginoso. En unos cables diplomáticos diplomáticos estadounidenses que Wikileaks filtró en 2010 explicaban: «Los jóvenes eritreos huyen de su país en masa, la economía parece estar en una espiral de muerte, las cárceles de Eritrea están desbordadas y el dictador desquiciado del país sigue siendo cruel y desafiante».

Se calcula que unos 5.000 eritreos se marchan de su nación cada año. A finales de 2015, ACNUR estimó que cerca del 9% de su población vive fuera del país. Intentan escapar de una mili obligatoria que puede durar décadas —cuando el límite oficial es de 18 meses—, del encarcelamiento y de las torturas. Huyen de la muerte. Si lo hacen por tierra, deben enfrentarse a las balas de los soldados apostados en las fronteras con los países vecinos. Si lo hacen por mar, se arriesgan a que las aguas del Mediterráneo se los trague frente a las costas de Italia o Libia.

Muchos de los que exponen su vida para escapar son periodistas. Según Reporteros sin Fronteras, Eritrea es el segundo país con menos libertad de expresión, solo por delante de Corea del Norte. En la página web de la ONG se explica que la prensa del país «está sometida por completo a la arbitrariedad del presidente, Isaías Afeworki», en el cargo desde 1993, a quien un informe de la ONU publicado en junio de 2016 acusa de «crímenes contra la humanidad». Desde la organización también se asegura que «el dictador afirmó en 2014: "Aquellos que piensan que habrá democracia en este país, pueden pensarlo en otro mundo"». Y Berekhet es el vivo ejemplo de lo difícil que resulta hacer periodismo en Eritrea y vivir para contarlo.

¿Cuándo decidió huir?

Yo siempre había pensado que libraría una lucha desde dentro de mi país; nunca me había planteado hacerlo desde fuera. Pero, cada vez que pasaba algo, se iban llevando a mis amigos, uno a uno, a prisión. Y la gente no reaccionaba como yo esperaba. En lugar de preguntar: «¿Dónde están tus amigos?», me preguntaban que cómo era que yo no estaba con ellos. En febrero de 2009 se llevaron a 30 amigos míos, pero yo en ese momento estaba metido en un proyecto y pensé que no iba a marcharme hasta que terminase el trabajo. Fue en 2010 cuando decidí que tenía que irme porque, si no, me sucedería lo mismo que a mis colegas.

¿Cómo fue su travesía al abandonar su país?

Me marché a Sudán, pero tenía claro que allí mi vida seguía en juego: mucha gente había sido asesinada en la frontera. Sabía que no podía parar ahí. Me fui a Uganda y pensé: «Esto es lo mejor». En ese momento comprendí lo que significaba la libertad. Viví y trabajé allí, pero sabía que no me había salvado y que había mucha gente que quería atacarme. Fue entonces cuando hackearon el sitio web que había creado con unos colegas para denunciar la situación de represión que se vive en Eritrea. Por eso me fui a Noruega. Ahora, mi pasaporte es el pasaporte de un ciudadano del mundo. Mi hogar es el planeta Tierra, no tengo uno en mi país de origen.

¿No tiene añoranza?

Claro, nadie te puede borrar ni quitar la infancia y, te lo puedo asegurar por experiencia, cuando naces en un sitio, piensas que lo que ahí sucede es lo normal. Echo en falta incluso los tiempos más duros. A lo mejor exagero, pero bueno, siento nostalgia. Tengo una forma de pensar que es distinta de cuando era niño o era muy joven; pero en algunas cosas sigo teniéndole apego a mi país. Yo creo que la gente debería poder volver a su tierra para que las cosas cambien.

Cárcel y tortura

A pesar de su exilio, Berekhet sigue denunciando la situación que vive su país en una época en que los activistas corren serios peligros. Según Amnistía Internacional, 281 defensores de los Derechos Humanos fueron asesinados en 2016, 125 más que el año anterior. Sin embargo, Berekhet, firme, aseguró en un acto organizado por la ONG: «No temo por mi vida; sería un honor morir en esta lucha. Además, es mejor no pensar en los riesgos. Eso mata el espíritu». Es consciente de a qué se expone.

En un reportaje de la agencia Efe publicado por ABC, «N.F., un periodista que huyó de Eritrea tras ser encarcelado en tres ocasiones, cuenta que durante su cautiverio, torturas como privación del sueño, golpes, dietas de pan y agua eran frecuentes». También explica que había distintos «niveles, acordes al delito cometido», y que el suyo era «el más bajo». También relataba que bastaba una denuncia para ser trasladado a un «campo de tortura». Y es que, como explica Berekhet, muchas veces ni el acusado tiene claro qué delito ha cometido.

¿Qué se sabe de los prisioneros una vez que ya han sido encerrados?

Se habla de prisioneros, pero no es correcto. Estamos hablando de gente que simplemente desaparece. Ni los más allegados saben dónde están: ni sus padres, ni sus hijos, ni sus maridos o sus mujeres. Tampoco tienen idea de si están muertos, los han torturado o, incluso, los han llevado a un lugar bueno. A veces, llega la noticia de que alguno de ellos ha muerto. Pero no tenemos información de ninguna fuente independiente, así que no se puede saber.

¿De qué se acusa a una persona en Eritrea para conseguir meterla en la cárcel o, simplemente, hacerla desaparecer?

La primera vez que se llevaron a una amiga mía a prisión, sí que pude ir a visitarla. Ella me escribió una nota preguntando qué era lo que se decía, de qué se le acusaba. No tenía ni idea de por qué estaba ahí. Incluso se te puede torturar sin que sepas por qué. En España, tú sabes que una persona no puede ser culpable a no ser que un tribunal oiga una serie de argumentos lo dictamine en su sentencia tras oír una serie de argumentos a favor y en contra. En Eritrea no se tiene esta conciencia. Desde el primer momento se te empieza a dar una paliza, incluso antes de arrestarte. Puedes morirte sin saber cuál es el presunto delito que has cometido. Es muy triste.

Entonces, ¿también se dan casos de asesinatos?

En Eritrea, el gobierno tiene bastante cuidado de no matar a una persona en la calle. No quiere ser percibido como un régimen asesino. Pero en los pueblos pequeños suceden cosas. De hecho, hace poco cuatro personas desaparecieron, acusadas de tráfico humano en la frontera de Eritrea y Etiopía, en un pueblo se llama Sen’ affe. Hay que tener en cuenta que en Eritrea no hay una televisión o una radio independientes. Lo que hay no es información sino desinformación. Si pasa algo en tu propia calle, no te enteras porque todo se reduce al rumor. Se dice que se lleva a gente a una cárcel y que ahí se le deja morir poco a poco.

¿Por qué tantos esfuerzos para que la gente no sepa? ¿Qué se quiere ocultar?

Los miembros del régimen proceden de una revolución criminal. No puedo asegurar a ciencia cierta a qué se dedican, pero sí sé que han traficado con drogas, han pasado armas por la frontera y tienen pasaportes diplomáticos somalíes… lo que les permite una inmunidad que da lugar a la impunidad. Estamos hablando de un grupo criminal, así que ya se imaginará lo que quiere ocultar. Es una mafia. ¿Por qué la gente es tan ignorante? Porque cada noche, cuando escucha la radio o ve la tele, lo que oye es que la culpa de todos nuestros males la tiene Estados Unidos, que viene de fuera, y que el mundo quiere atacarles. Es una desinformación que se le da al público, que, sintiéndose desamparado, actúa en defensa del régimen que les está matando.

¿Cómo se lograría un cambio de mentalidad?

No puedo decir que la situación vaya a cambiar de un día para otro. Lo que tenemos que hacer es empoderar a la gente y darle la idea que es dueña de su destino. ¿Cómo hacerlo? Es lo más complicado. Hace falta luchar muy duro. Tenemos que proporcionar al pueblo una información veraz. Si tuviéramos radio de onda corta, podríamos llegar a la gente para cambiar su forma de pensar y de percibir la realidad, pero no tenemos dinero para eso. Eso sí, una vez que transformemos la mentalidad de la gente, las cosas cambiarán. Igual que en España o en Suecia, que tenéis las cosas claras.

La situación en los países vecinos, ¿es la misma?

Te puedo dar el ejemplo del cuerno de África. En Eritrea la situación funciona como una mina antipersona: la pisas, revienta y se acabó. Si el gobierno cree que tú has cometido algún tipo de error, es el fin. Sin embargo, en países como Etiopía, aunque se encarcela a la gente, se la puede llegar a visitar. En Somalia, si se mata a un periodista, la familia puede recuperar su cuerpo y enterrarlo. Existen radios y periódicos. También estuve en Sudáfrica y vi que la situación es distinta: la gente puede trabajar dentro de su país. Nosotros no podemos hacer absolutamente nada. No existen medios independientes, los periodistas son portavoces del gobierno. No existe otra cosa, están ahí para dar la información que le interesa al gobierno. El panorama en África es bastante oscuro.

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