Numerosos recuerdos en los escenarios que vivieron los ataques del viernes
Numerosos recuerdos en los escenarios que vivieron los ataques del viernes - EFE

Los escenarios, después de la tragedia

Incredulidad entre los franceses que presenciaron los atentados o residen junto a los locales atacados

París Actualizado: Guardar
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Días después de los ataques terroristas ocurridos de manera casi simultánea en las calles de París el viernes por la noche, ABC recorre los principales escenarios de la tragedia: la sala Bataclan, varios restaurantes y cafeterías y el Estadio de Francia donde se disputaba un partido amistoso entre Francia y Alemania.

Bataclan: un escenario de pesadilla

Los ramos de flores atados con cinta aislante a las vallas policiales que formaban un perímetro de seguridad en torno a la sala Bataclán eran el mejor testimonio del dolor que aún se respira en torno a la sala de fiestas, uno de los escenarios del peor de los ataques terroristas de la historia de Francia. Mucha emoción a las puertas de Bataclan, también incredulidad de los vecinos, que no llegan a creerse que a pocos metros de sus casas pudiera vivirse esa escena de pesadilla.

«Incluso hoy es difícil tener otra reacción que la tristeza. Tengo un poco de miedo pero sobre todo estoy sobrepasada por la situación», dice un vecina de la sala. Otra, portadora de un ramo de flores, explicaba: «Es mi manera de decir qué mierda, no hay que esconderse, no hay que tener miedo».

Arrastrando su piano de cola con ruedas, un músico anónimo se sentó a las puertas del Bataclan para interpretar «Imagine» de John Lennon, en espontáneo homenaje a las víctimas. Mientras, restos de ropa, zapatos de los fallecidos y los heridos seguían ayer a primera hora en las inmediaciones de la sala de fiestas. Por allí han pasado incluso, a rendir homenaje a las víctimas, Bono y The Edge, de U2, que tenían programado un concierto en París que ha sido suspendido.

El ataque comenzó en la terraza del café del Bataclan. «Yo había salido a fumarme un cigarro, cuando vi que unos tipos armados hasta los dientes empezaban a disparar contra todo el mundo. Entré en la sala y empecé a gritar para avisar a la gente, pero el concierto ya había empezado, y nadie podía oírme», relató un testigo a «France info».

Lo que sucedió después será difícil de olvidar. Los terroristas, cuatro y muy jóvenes, de apenas unos 20 años, «parecían tipos cualquiera, pero con un kalashnikov», relataba Julien Tierce, un periodista de Europa1 que estuvo en la sala. Durante tres horas de infierno hicieron rehenes a todos los presentes hasta que finalmente detonaron sus cinturones explosivos. Antes, «recargaron sus armas al menos tres veces», señala Tierce.

Algunos de los espectadores que se encontraban en el palco consiguieron sobrevivir escondiéndose en el desván y saliendo, ayudados por uno de los trabajadores del teatro, por una trampilla hacia el tejado. Otros lograron descolgarse por ventanas, para caer encima de los cadáveres de los menos afortunados. A la pata coja, los supervivientes que lograron pisar la calle arrastraban a otros gravemente heridos, muertos quizás, que dejaban escalofriantes rastros de sangre.

Restaurantes: atacar una forma de vida

Atem, un chófer de Uber, estaba esperando a un cliente cerca de Le Carrillon cuando escuchó disparos. «Vi a una chica correr, y me di cuenta de que iba medio arrastrándose, hasta que cayó encima de mi coche». Atem no se lo pensó dos veces, la metió en el vehículo y salió disparado en busca de ayuda. «Oíamos disparos por todas partes, no sabía para donde tirar, si en la siguiente calle nos íbamos a topar con los terroristas». Su testimonio refleja bien el pánico y el caos en el que se convirtieron los distritos X y XI de París, cuyos cafés y restaurantes estaban, como todos los viernes por la noche, a reventar de parroquianos cuando los terroristas descargaron sus armas sobre una terraza en la que decenas de personas empezaban a cenar.

Decenas de agujeros de bala en las paredes de los edificios colindantes y la arenilla que la Policía había desparramado la noche anterior para empapar la sangre de las víctimas recordaba que hubo al menos doce personas que no lo contaron, que salieron a cenar y jamás volvieron a sus casas.

«Han ido a por el corazón de lo que somos, a la esencia de la vida parisina», relataba ayer secándose las lágrimas Céline Quetier frente al restaurante Le Carrillon. «Este es un barrio familiar, muy mezclado étnicamente, joven, donde las terrazas están siempre a rebosar. Eso es lo que han querido golpear, una forma de disfrutar de la vida», apuntaba. Quetier, que vive a un par de manzanas, escuchó las sirenas y sintió, como sus vecinos, miedo, shock y rabia. Su amiga Leila Chedouba vivió más de cerca las consecuencias de la masacre. Médico de urgencias en el hospital Bichat, la noche fue una sucesión de sangre, horrendas heridas de bala y personas paralizadas por el trauma. «No he dormido nada. Apenas hemos dado abasto. Va ser muy difícil de olvidar», reconocía la doctora.

Estadio de Francia: «Vimos que algo pasaba»

«Estábamos viendo el partido de fútbol cuando escuchamos una fuerte explosión, y poco después otra. Al principio pensamos que podía ser parte del espectáculo, pero no, eran dos kamikazes. La gente empezó a ponerse nerviosa y nos dimos cuenta de que algo estaba pasando fuera», explica Philis, aún consternado por las escenas de pánico vividas dentro del Estadio de Francia, donde 80.000 personas disfrutaban del amistoso Francia-Alemania cuando varios terroristas hicieron detonar sus cinturones explosivos a las puertas del recinto.

«El partido no se paró, la gente en las gradas comenzaba a saber que París estaba siendo atacada, lo sabíamos por llamadas de amigos y familiares». Poco a poco los espectadores empezaron a colgarse de sus teléfonos móviles, relata el presidente de los hinchas de la selección francesa de fútbol.

Dentro, nadie entendía muy bien qué estaba ocurriendo, y muchos temieron que los terroristas pudieran haberse colado en el estadio. Con las puertas cerradas, muchos sufrieron avalanchas que, afortunadamente, no produjeron heridos. «Vivimos escenas de pánico, vi a niños llorando, la gente empezó a correr por las gradas, hasta que al final nos condujeron hasta el césped», explica Hervé, vestido con los colores de su equipo. «La fiesta se echó a perder».

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