Fuerzas iraquíes junto al Hadba, minarete destruido en la ciudad vieja de Mosul, este martes
Fuerzas iraquíes junto al Hadba, minarete destruido en la ciudad vieja de Mosul, este martes - AFP
ABC en la batalla de Mosul

Daesh utiliza a mujeres suicidas para resistir en su último reducto

Acorralados y sin apenas combatientes, inducen a las terroristas a morir matando al mayor número de personas

Enviado especial a Mosul (Irak) Actualizado: Guardar
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Ráfaga, silencio, explosión. Ráfaga, silencio, explosión. De la ciudad vieja de Mosul emana el sonido frío de las armas y la calidez de las pisadas de los civiles que escapan a pie del infierno. Aturdidos, demacrados y cubiertos de polvo caminan con la mirada perdida sobre los escombros y solo sus pasos sobre la gravilla y los cascotes rasgan el silencio sepulcral que sucede a las detonaciones.

Los heridos son evacuados en los Hummers del Ejército, convertidos en improvisadas ambulancias que vuelan hasta el hospital de campaña más cercano. Pero la gran mayoría camina como un ejército de muertos vivientes hacia las zonas aseguradas por las unidades antiterroristas donde les espera un severo control de seguridad para evitar suicidas y la infiltración de yihadistas.

En los últimos tres días, el grupo yihadista Daesh, cercado en apenas unos cientos de metros de esta zona de la orilla oriental de Mosul, ha recurrido al uso de terroristas suicidas para frenar el avance iraquí. En la mayoría de casos, mujeres suicidas que se hacen estallar frente al avance del Ejército iraquí.

Los hombres de la Golden Division, la punta de lanza del Gobierno de Bagdad frente al «califato», son quienes lideran los combates en Mosul. Su cuartel general improvisado está a apenas unos minutos en coche de la Ciudad Vieja, en una casa ocupada de forma temporal para convertirla en centro de mando. Vehículos blindados custodian el acceso y bloquean la calle para evitar coches bomba y en el interior, en un gran salón, el general Abdul Ghani al-Asadi dirige las operaciones acompañado de un grupo de diez asesores. Se sientan en un interminable sofá de fieltro rojo que ocupa tres de las cuatro paredes de la habitación donde, junto a mapas con la situación de los combates y una televisión sintonizada en una cadena de vídeos musicales.

«Es la primera vez que recurren a las mujeres de esta forma masiva, lo que apunta a que están desesperados y no tienen más armas»

Este veterano militar de Nasiriya, al sureste de Bagdad, lidera la lucha contra Daesh desde 2013 e insiste en que «estamos en la fase final, pero hay que acabar con todos ellos, exterminarlos, porque no quieren rendirse. Este es el motivo por el que se alarga una batalla que no ha tenido nada que ver con las de Tikrit, Ramadi o Faluya, porque aquí hemos tenido que luchar en una ciudad en la que había más de un millón de civiles».

El general no para de recibir mensajes. En los últimos tres días Daesh ha realizado 34 ataques suicidas contra sus hombres, en la mayoría de casos ejecutados por mujeres. «Sabíamos que podíamos esperar cualquier cosa de esta gente, pero es la primera vez que recurren a las mujeres de esta forma masiva, lo que apunta a que están desesperados y no tienen más armas», informa el mando iraquí, que pide a sus hombres que extremen la seguridad en los controles a los civiles que huyen de la ciudad vieja.

Este trabajo ha dado sus frutos, ya que han podido detectar y detener a tres mujeres antes de que se hicieran estallar, dos tunecinas y una marroquí. Entre las nuevas medidas adoptadas está la de obligar a las mujeres a quitarse el niqab cuando escapen del zona del «califato». Los hombres saben desde hace semanas que deben salir con el pecho descubierto para disipar dudas sobre si llevan un chaleco de explosivos adherido al cuerpo.

Algunos de los oficiales presentes bromean con esta última estrategia de Daesh. Los yihadistas alardean de su deseo de cometer operaciones suicidas porque estas, según sus autoridades «religiosas», les abriría las puertas del paraíso donde les esperan 72 huríes (mujeres vírgenes). Pero, «¿qué espera a una mujer que se inmola? ¿Una p... gigante?», es la broma cuartelera que, aunque pronunciada en voz baja, por uno de los presentes provoca la carcajada en la sala. Las risas se acaban cuando el general vuelve a coger el walkie-talkie para hablar con los suyos. El gesto de su cara cambia en función de las noticias que recibe. Aunque Bagdad diera por derrotado al «califato» hace una semana, la guerra sigue.

Los tabús, la religión y la tradición suelen mantener a las mujeres alejadas de la yihad, pero los fuertes controles a los que se somete a los varones llevan a Daesh a recurrir a esta estrategia desesperada. Aunque tampoco sea una novedad, ya que hay ejemplos anteriores en Líbano, Chechenia o Palestina. El grupo islamista Hamás mantuvo un fuerte debate ideológico interno que acabó en 2004, cuando su entonces líder, el jeque Ahmed Yasín, declaró que «se trata de una evolución más en nuestra lucha:las mujeres son como un ejército en la reserva y hay que usarlas cuando son necesarias». Los expertos en lucha antiterrorista apuntan a que el uso de la mujer añade un factor sorpresa extra a cualquier atentado y provoca un impacto mucho mayor en la opinión pública. Por ello lo definen como «la última arma asimétrica» al servicio de grupos terroristas.

Ansiedad de Bagdad

En Mosul hay prisa por terminar la operación para poder centrarse en Tal Afar, ciudad situada 65 kilómetros al oeste en la que Daesh ha establecido su nuevo bastión. La ansiedad de los dirigentes de Bagdad por cantar victoria contrasta con la desesperación de los civiles, sobre todo mujeres y niños, que acaban de huir de los combates y no saben a dónde ir. Están en la mitad de calles desiertas, cobijados bajo los esqueletos de edificios dañados por los bombardeos.

«Salimos de una pesadilla, de un infierno en el que nos moríamos de hambre y sed. Los últimos días han sido horribles… pero ya no quedan apenas combatientes de Daesh, muchos han dejado sus armas y están escondidos», afirma Sarab, que tiene en brazos a uno de sus hijos y ahora quiere cruzar a la otra orilla del Tigris para buscar a familiares que le puedan ayudar. A su lado Wafah grita desesperada:«He perdido a mi marido ¿Se lo han llevado? ¿Ha muerto? ¿Dónde está mi marido, por favor?» suplica fuera de sí a los soldados iraquíes. Son los supervivientes del «califato». Ahora les toca empezar la lucha para sobrevivir en medio de una auténtica catástrofe humana y con la incertidumbre que genera la tensión entre las distintas partes que combaten contra Daesh. Escapan de los disparos y las bombas; y bombas y disparos les acompañan en su huida de Mosul.

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