Una familia de refugiados en el campo de Khazer, que acoge a muchos huidos de Mosul
Una familia de refugiados en el campo de Khazer, que acoge a muchos huidos de Mosul - M. Ayestaran

Daesh extiende el terror a los campos de refugiados en Irak

La ofensiva de Mosul provocó la salida de la ciudad de cientos de miles de personas

Enviado especial a Kalak (Irak) Actualizado: Guardar
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Mientras el Ejército de Irak se prepara para la victoria definitiva en Mosul, donde lograron cercar al enemigo «en un espacio de 300 metros», según los mandos iraquíes, tras una jornada marcada por duros bombardeos, Daesh extendió su campaña de terror a los campos de desplazados del país. Al menos 16 civiles murieron en el ataque suicida reivindicado por los yihadistas en el campo «El kilo 60», al este de Bagdad.

Los terroristas aseguraron en un comunicado que fue «una operación contra las fuerzas de apóstatas», en referencia a la fuerte presencia de chiíes -considerados herejes por Daesh- en las fuerzas armadas. Pero los muertos fueron los civiles que encontraron aquí refugio huyendo de los combates. La ofensiva de Mosul deja cientos de miles de desplazados que viven ahora en campos levantados en Irak y en la región autónoma kurda en los que se extrema la seguridad para evitar ataques de este tipo y la infiltración de elementos de Daesh.

La irrupción del «califato» ahondó en la crisis de desplazados que sufre Irak. Este país suma ya 3,2 millones de desplazados, repartidos en más de 3.000 lugares, según Acnur. Mosul ha supuesto el último desafío para las organizaciones internacionales desde que empezó la ofensiva. La ONU alertó en octubre de que esta operación iba provocar una gran crisis de refugiados. Y nueve meses después en valles como el de Khazer, a 40 kilómetros de la que ha sido la capital de Daesh, en zona ahora bajo control kurdo, se han tenido que levantar cinco campos para dar cobijo a los que huyen.

«La mayoría se queda porque aquí nadie sabe lo que vendrá después del califato… hay mucha ansia de venganza»

La Barzani Charity Foundation gestiona los campos de Khazer, y Rzgar Obed es el encargado de velar por la atención de 72.176 personas. «Con el final de la operación militar en Mosul algunos ya han vuelto a los barrios del este, que están más tranquilos, pero la mayoría se queda porque aquí nadie sabe lo que vendrá después del califato… y que puede ser aún peor. Hay mucha ansia de venganza», lamenta este profesional que trabaja en la cooperación desde 2013, cuando empezaron a llegar refugiados desde Siria. En el mapa de su despacho se observa que Mosul está rodeada de decenas de campos, «los únicos lugares donde hay vida en mitad de ciudades y aldeas arrasadas», apunta Obed.

La oficina del responsable del organismo kurdo está en el campo de Hasam Sham U3, a unos 40 kilómetros de Mosul. Durante el día el termómetro roza los cincuenta grados y dentro de las tiendas no se puede aguantar. El aire es irrespirable y la gente se cubre con toallas por el sudor. Amar Khazal pasa las horas a la sombra de las grandes cisternas de agua, pero allí también el calor es insoportable. Pese a todo, «mejor este infierno que aguantar más tiempo a Daesh», bromea este joven de 25 años que no tiene a dónde regresar porque su casa es ahora puro escombro.

A su lado, Farez Awad denuncia que «algunos de nosotros no somos de Mosul, venimos de pueblos que están al lado del campo, pero que ahora han quedado bajo control kurdo y no permiten que los árabes regresemos». Una situación que afecta a la población de la gran franja liberada por los peshmerga kurdos en la ruta hacia Mosul y que estos se han anexionado de forma unilateral tras expulsar a los yihadistas. Cuando se les recuerda el reciente ataque suicida de Daesh en un campo como este, pero próximo a Bagdad, responden sin vacilar que los yihadistas «son capaces de todo, quieren demostrar que siguen siendo fuertes y lo hacen asesinando a los más débiles». Estos refugiados saben de lo que hablan porque han vivido la llegada y auge del «califato» en sus propias carnes.

Filtros de seguridad

Todos los desplazados que llegan a los campos kurdos pasan por tres filtros de seguridad. El primero del Ejército de Irak, después los peshmerga y por última la policía kurda. «El objetivo es que no se cuelen yihadistas, pero entre más de 70.000 personas hay de todo, sobre todo si tenemos en cuenta que han pasado tres años bajo el califato», advierte Obed, quien quiere matizar que «tanto mi equipo, como el resto de organizaciones aquí presentes no hemos tenido ningún problema de seguridad hasta ahora».

Mosul parece que vive sus últimos días de lucha, pero luego llegará Tal Afar, localidad fronteriza con Siria a la que Daesh ha trasladado su cuartel general. Irak se desangra y los campos levantados de urgencia se convierten en campos de larga duración para millones de iraquíes que han olvidado lo que era la paz.

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