Trump apunta a la audiencia en uno de sus mítines
Trump apunta a la audiencia en uno de sus mítines - REUTERS

El clímax del «todos contra Trump»

Las provocaciones del magnate en estos días ha engrosado el ejército de sus críticos dentro y fuera de la política

CORRESPONSAL EN NUEVA YORK Actualizado: Guardar
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El 16 de junio del año pasado, Donald Trump anunciaba su candidatura a la presidencia de EE.UU. por el partido republicano. Ese día se puso el traje de provocador –llamó «violadores y criminales» a los inmigrantes mexicanos– y no se lo ha quitado desde entonces, con ataques y descalificaciones constantes a sus contrincantes, a cargos demócratas y republicanos, a los medios de comunicación y a todo el que se le ha puesto a tiro. Trump estaba entonces muy lejos de considerarse un favorito para la nominación republicana, y sus exabruptos –aunque le llevaron de manera inmediata al liderazgo en las encuestas– se tomaban como una provocación de un oportunista.

Hoy muchos todavía consideran a Trump un oportunista, aunque hace meses que nadie se lo toma a broma.

Y con la confirmación de su nominación en la convención republicana, el ejército de sus críticos ha crecido dentro y fuera de EE.UU., del partido republicano y de la política.

La convención demócrata celebrada en Filadelfia la semana pasada calentó los ánimos. En una cita que arrancó con división entre el «establishment» y el movimiento izquierdista de Bernie Sanders, los demócratas encontraron la unidad con ataques al enemigo común. En las docenas de discursos que se pronunciaban cada día, casi siempre había palabras para el nominado republicano. El vicepresidente Joe Biden fue el más virulento: le calificó de «cínico», le acusó de decir «chorradas», dijo que era un «fraude populista» y negó que tuviera «empatía o compasión». Su posible sucesor en el cargo, Tim Kaine, también arremetió y llegó a imitarle con socarronería. Michael Bloomberg, el multimillonario exalcalde de Nueva York, desmontó su fama de mago de los negocios y le llamó «demagogo peligroso». El presidente Barack Obama le dedicó más tiempo que nunca en su discurso y argumentó con fuerza por qué el multimillonario sería una amenaza para la seguridad nacional de EE.UU.

Las voces en su contra se han disparado desde el final de la convención demócrata. Trump se ha metido en todos los charcos que han salido a su paso, ha despreciado a figuras clave del partido republicano y ha protagonizado torpezas dialécticas marca de la casa. En medio de la convención de Filadelfia, invocó a Rusia para que espiara el correo electrónico de Hillary Clinton. Poco después, enervó a sectores transversales de la política EE.UU. con su refriega con los padres de Humayun Khan, un militar musulmán fallecido en la Guerra de Irak. Se le olvidó la anexión de Crimea al decir que Rusia no intervendría en Ucrania. Se molestó con un bebé que lloraba en uno de sus mítines. Recuperó una vieja disputa con Megyn Kelly, una presentadora de Fox News. Denunció que las elecciones estaban «amañadas». Y negó su respaldo a sus compañeros de partido Paul Ryan, presidente de la Cámara de Representantes, y John McCain, senador por Arizona y ex candidato presidencial (aunque este viernes puso fin a esa batalla y acabó entregando su apoyo).

Esos diez días negros de Trump han supuesto un revolcón entre las filas republicanas, donde cada vez hay más deserciones a favor de Clinton. Antes de las convenciones, ya habían abandonado el barco algunos republicanos importantes como Hank Paulson, ex secretario del Tesoro; el ex senador por Dakota del Sur Larry Pressler; el jefe de gabinete de John McCain, Mark Salter; o el líder neoconservador Robert Kagan, que calificó la ascensión de Trump como «la forma en la que el fascismo llega a EE.UU», Mitt Romney, que fue el nominado del partido en las elecciones de 2012 y que ha estado en contra de Trump desde el principio, dijo que no quería un presidente «que chorree racismo, intolerancia y misoginia».

Ahora, la desbandada la protagonizan desde congresistas republicanos en activo –como Richard Hanna–, a líderes empresariales vinculados al partido –como Meg Whitman, consejera delegada de Hewlett Packard y que se presentó a gobernadora de California– o ex altos cargos de Gobiernos republicanos, como los siete que tuvieron responsabilidades importantes en la Secretaría de Estado y que firmaron una carta contra las propuestas de Trump en política internacional. Hasta el Club Republicano de la Universidad de Harvard ha pedido al electorado del partido que retire el voto a Trump, al que considera «una amenaza a la supervivencia de nuestra república». Es la primera vez que este club no respalda al nominado del partido desde que se fundara en 1888.

Fuera de los círculos conservadores, la crítica más fuerte la ha vuelto a protagonizar Obama, que, en un acto inusual para un presidente, aseguró que Trump «no es apto» para sucederle. Más visual fue su homónimo francés. François Hollande aseguró que el candidato republicano le da «arcadas». La clase política europea, tampoco el c entro-derecha tradicionalmente cercano a los republicanos, apenas tuvo presencia en la convención del partido conservador en Cleveland.

Pero quizá el ataque más inusual ha llegado fuera de la política. La jueza del Tribunal Supremo Ruth Bader Ginsburg le calificó a mediados de julio de «impostor», y aseguró que «no tiene consistencia» y sí «mucho ego».

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