Uno de los campamentos improvisados que han surgido en las calles de París
Uno de los campamentos improvisados que han surgido en las calles de París - J. P. QUIÑONERO

Cientos de inmigrantes de «la jungla» de Calais se instalan en las calles de París

La situación en la capital, donde proliferan las tiendas de campaña y cobijos improvisados, contrasta con las promesas incumplidas de las autoridades de controlar los asentamientos

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Los nuevos campamentos de refugiados instalados al norte de París se encuentran a diez estaciones de metro de la catedral de Notre Dame (unos quince minutos de trayecto), en el corazón histórico de la capital, donde ya fueron desmantelados otra treintena durante los últimos quince meses. A muchos de ellos afluyen extranjeros en situación irregular que fueron desalojados en los últimos días durante el desmantelamiento del campamento conocido como «La Jungla», en Calais

Bernard Cazeneuve, ministro del Interior, anuncia que los siempre últimos campamentos serán desmantelados «los próximos días». La alcaldía de París anunció hace meses la apertura de dos campamentos oficiales -al norte y el oeste de la capital-, que han sufrido sucesivos «retrasos» desde primeros de septiembre.

Los campamentos anunciados por la alcaldía tienen previsto acoger a 1.200 inmigrantes y refugiados.

En los campamentos que han reaparecido al norte de la capital hay ya entre 2.000 y 3.000 hombres, mujeres y niños llegados por muy distintos caminos de Sudán, Afganistán, Eritrea, Libia, Egipto, Malí, Siria, entre otros países africanos y de Oriente. Muchos de ellos no desean quedarse en Francia, y aspiran a seguir su viaje hasta Alemania, donde creen que serán mejor acogidos.

Los refugiados viven, en el mejor de los casos, en modestísimas tiendas de campaña, bajo varias líneas de metro al aire libre que todavía no han sido cercadas con vallas metálicas. Hacen todas sus necesidades en las esquinas y sobreviven básicamente con bebidas y comidas aportadas por organizaciones humanitarias. Los urinarios y wc portátiles instalados por la alcaldía son manifiestamente insuficientes, despidiendo un profundo tufo.

Protestas entre los vecinos

Los habitantes de los barrios donde se encuentran los campos de refugiados oscilan entre la solidaridad improvisada y la cólera no siempre contenida. Muchas familias entregan comida y ropa usada a los refugiados. La degradación de la calidad de vida en barrios muy modestos crea sistemáticos ataques de cólera individual de individuos que protestan a gritos contra el gobierno y la alcaldía.

En los cruces de calles próximos, coches de antidisturbios montan guardia día y noche. Las inmediaciones de una oficina donde se pueden presentar solicitudes de estatuto de refugiado político están vigiladas por unidades policiales móviles, que no siempre consiguen impedir que hombres y mujeres se instalen día y noche en el suelo esperando presentar su documentación.

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