Una mujer vota en un colegio electoral birmano
Una mujer vota en un colegio electoral birmano - EFE

Birmania vota en masa y sin incidentes en sus primeras elecciones libres en 25 años

Aunque la Nobel Aung San Suu Kyi no puede ser presidenta por orden constitucional, sus seguidores ya se reúnen en su partido para celebrar su más que probable victoria

Enviado especial a Rangún Actualizado: Guardar
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En medio de un ambiente de normalidad y sin que haya habido incidentes violentos, los birmanos han votado este domingo en masa en sus primeras elecciones libres desde hace 25 años. Y, como se preveía, todo indica que lo han hecho también al unísono por la premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi, cuya victoria en los comicios de 1990 fue anulada por una Junta militar que la recluyó durante una década y media bajo arresto domiciliario.

Auténtico símbolo de la lucha por la democracia, Aung San Suu Kyi despierta pasiones en Myanmar (nombre oficial de la antigua Birmania) y es la gran favorita para estas elecciones. Así ha quedado de manifiesto cuando ha acudido a votar a su colegio electoral, donde la estaban esperando varios cientos de fotógrafos y cámaras de televisión que han formado una caótica melé para intentar captar el momento en que depositaba su papeleta en la urna.

Entre carreras, gritos, empujones y alguna que otra caída, «La Dama», como es popularmente conocida Suu Kyi, ha atravesado la histérica nube de periodistas con el rostro pétreo y la vista fija al frente, casi como si estuviera levitando bajo una lluvia de flashes. Curiosamente, parece que estos han sido los únicos incidentes de una jornada en la que los birmanos han formado largas colas ante los colegios, aguantando primero un calor sofocante y luego un chaparrón que ha caído en Rangún (Yangón) poco antes de que cerraran las urnas.

Para muchos de ellos, era la primera vez que acudían a votar y no podían ocultar su emoción. «Me siento libre y con mucha energía. Me he levantado a las cinco de la mañana, he despertado a mi hija para que venga conmigo y, cuando he llegado al colegio electoral poco antes de que abriera a las seis, ya había más de un centenar de personas esperando para votar», explica con una sonrisa de oreja a oreja Win Htet Aung, un empresario de 37 años que está montando una tienda de juguetes. Por supuesto, su alegría se debe a que por fin puede votar por «Madre Su», como también es apodada la Nobel de la Paz, venerada con una devoción casi mística. «He votado a Aung San Suu Kyi porque he visto muchas cosas malas en Birmania, como la Revolución de 1988 o la Revuelta Azafrán de los monjes budistas en 2007, y quiero una vida mejor para las nuevas generaciones», asegura señalando a su hija Mya Thet Hla Aung, de nueve años. En sus manos, la niña lleva una libreta donde ha pegado la foto de «Madre Su» junto al dibujo de un pájaro, símbolo de su partido, la Liga Nacional para la Democracia (LND). Pronunciadas con su voz infantil, estremece escuchar la traducción de las palabras en birmano que ha escrito al lado del pájaro: «Tiempo para el cambio».

A pesar de este apoyo multitudinario, Aung San Suu Kyi no podrá ser presidenta por una triquiñuela legal de la anterior Junta militar. Como viuda del profesor británico Michael Aris, con quien tuvo dos hijos, «La Dama» está vetada en dicho cargo porque, en un artículo hecho a su medida, la Constitución de 2008 prohíbe ser presidente a quien esté casado con un extranjero o haya engendrado hijos con uno. A pesar de esta cortapisa, Aung San Suu Kyi ya ha anunciado que será ella quien mande en el Gobierno si su formación gana las elecciones.

Todo indica que su victoria será arrolladora. Pero aún está por ver que pueda obtener mayoría absoluta porque, en otra estratagema legal, esa misma Constitución de 2008 reserva al Ejército el 25 por ciento de los escaños del Parlamento. Tal cupo obliga al partido de Aung San Suu Kyi a hacerse con un tercio de los diputados para alcanzar la mayoría, mientras que la formación en el Gobierno, compuesto por antiguos generales, solo necesita un cuarto de los escaños para así sumarlos a los de Ejército y seguir conservando el poder.

«Aunque hay que estar vigilantes para que no se produzcan irregularidades, confío en nuestro pueblo y estoy seguro de que sacaremos más del 60 por ciento de los votos», se muestra optimista Win Htet Aung, quien ni por un momento había pensado en una victoria del partido gubernamental hasta que se le pregunta por esta posibilidad. «No sé, me sentiría muy triste y frustrado, pero es que no creo que pueda ocurrir», replica descolocado.

Como él, que votó en la misma Escuela Número de 3 de Bahan donde lo hizo Aung San Suu Kyi, casi todos los electores consultados a pie de urna contestan lo mismo cuando se les consulta a quién elegido: «Madre Su». La respuesta se repite entre las tiendas de musulmanes junto a la mezquita de Moja, en el centro de Rangún. «He votado por ella porque representa la esperanza», argumenta Mohamad Akbal, quien regenta una tienda de gafas. Su vecino de local, el joyero hindú Naga Rajan, comparte su opinión: «Me gusta mucho Aung San Suu Kyi porque es como una madre, una gran mujer».

Muy cerca de allí, en la pagoda budista de Sule, el monje Pnnyadaza también apoya a «La Dama» aunque los «pongyi» no puedan votar. Y, de paso, critica al monje Wirathu, líder del poderoso movimiento Ma Ba Tha, que había pedido el voto para el Gobierno por sus recientes leyes para frenar la propagación del islam. «Ese discurso no es bueno, genera odio y va en contra el budismo», denuncia Pnnyadaza.

De más de una veintena de votantes consultados, solo una mujer de 28 años, Khaing Thant Sin Aung, reconoce haber escogido la papeleta del gobernante Partido por el Desarrollo y la Solidaridad de la Unión (USDP), del presidente Thein Sein y su gabinete reformista. «He votado por ellos porque son una nueva generación que no tiene la misma mentalidad que la Junta militar y busca la paz, ya que el Gobierno ha hecho muchas cosas buenas en los últimos cinco años», justifica la joven. Y no le falta razón. Desde 2011, cuando fue elegido presidente en uno de los habituales “pucherazos” del anterior régimen de la Junta militar, Thein Sein ha pilotado importantes reformas democráticas. Además de liberar a los presos políticos, acabar con la represión, permitir la libertad de información, abrir la economía y autorizar el partido de Aung San Suu Kyi, su transición culmina con estas elecciones. Si, como todo parece indicar, gana el partido de «Madre Su», Birmania volverá a tener una democracia y habrá acabado con una dictadura militar que, perpetuada a través de varios generales, llevaba desde 1962 en el poder.

A pesar del ejemplo que está suponiendo este proceso, su contrapunto negativo lo ponen algunas irregularidades en las zonas rurales, donde la oposición ha denunciado el envío masivo de papeletas para votar a favor del Gobierno, y la exclusión de las urnas de 700.000 musulmanes de la perseguida etnia Rohingya, que no han podido votar al seguir confinados en campos de refugiados porque se les niega la ciudadanía. Apurando sus últimas esperanzas, confían en que un nuevo Gobierno, dirigido entre bambalinas por Aung San Suu Kyi, solucione su limbo apátrida porque la mayoría han nacido en Birmania y, como el resto de sus compatriotas, sueñan con un país mejor.

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