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Hillary Clinton ayer durante un mitin en Charlotte, Carolina del Norte - REUTERS

Rusia azuza la revuelta anti-Clinton en el partido demócrata

La campaña de Hillary Clinton está convencida de que Rusia está detrás de la filtración de emails que ha puesto en pie de guerra -más si cabe- a los seguidores de Bernie Sanders

CORRESPONSAL EN NUEVA YORK Actualizado: Guardar
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El arranque de la convención demócrata en Filadelfia ha contado con un invitado inesperado, con un aroma a Guerra Fría: Rusia. La campaña de Hillary Clinton, que ansiaba una convención sin sobresaltos en la que restañar las cicatrices con el ala izquierdista del partido comandada por Bernie Sanders, ha acusado a Rusia de estar detrás del ciberataque que provocó la filtración a Wikileaks de 2.000 emails internos que dejaban claro que el partido favoreció a Clinton e intentó minar las opciones del senador por Vermont. Así lo dijo el domingo Robert Mook, jefe de campaña de Clinton, que aseguró que la filtración fue ejecutada «por los rusos para beneficiar a Donald Trump». Mook citó investigaciones de «expertos» de compañías privadas que señalaban a dos agencias de inteligencia rusas, sin dar más pruebas.

Ayer se supo que el FBI está investigando el ataque, aunque conocer su motivación o si está directamente relacionado con el gobierno de Vladimir Putin podría tardar meses.

La campaña de Clinton ha encontrado una narrativa que explica el incidente: Donald Trump tiene sintonía con Putin -ha dicho que es más líder que Barack Obama y en una entrevista con «The New York Times» sembró dudas sobre si socorrería a los países bálticos que pertenecen a la OTAN en caso de un ataque ruso-, por lo que a Rusia le interesa tener a Trump en la Casa Blanca. «Si juntas todo eso, es inquietante, y los votantes deben reflexionar sobre ello», dijo Mook.

«No puedo pensar en una mentira más grande. Dirán cualquier cosa para ganar», reaccionó el hijo del candidato republicano, Donald Trump Jr.

Pero quién esté detrás de la filtración no importa demasiado al ejército de seguidores de Sanders que ha tomado las calles de Filadelfia. El incidente reivindica las acusaciones durante meses de Sanders de que el proceso electoral estaba «amañado» a favor de Clinton y ha provocado que la convención arranque con división en las filas demócratas.

Sanders ofreció ayer un discurso en el que mostraba su apoyo a Clinton para derrotar a Trump, en la línea que sigue desde que el 12 de julio reconociera la victoria de su contrincante y se comprometiera a trabajar para que ganara las presidenciales. Pero para entonces la revuelta entre sus seguidores ya había estallado. Ayer, antes de su discurso, Sanders se reunió con sus delegados e insistió en que había que apoyar a Clinton y a su opción para vicepresidente, Tim Kaine. En cuanto pronunció el nombre de la candidata, la sala estalló con abucheos, silbidos y gritos de «¡Queremos a Bernie!».

Fue una señal más del descontento de un sector del partido que parece lejos de entregarse a Hillary, por lo que se ha visto en Filadelfia desde el fin de semana, condecenas de manifestaciones y protestas lideradas por los seguidores de Sanders, muchas de ellas con el cántico «Ni de broma, DNC [Comité Nacional Demócrata, el órgano que dirige el partido y organiza el proceso electoral], no votaremos a Hillary».

Una niña pequeña, llamada Rosie, apenas podía asomar la cabeza por encima de un gran cartel que leía «¿Para quién trabaja el DNC?», sobre el escenario de una de estas protestas el domingo, en Vernon Park, al Norte de Filadelfia. Lo hacía mientras Nomiki Konst, una delegada de Nueva York cercana a Sanders, animaba al respetable con el micrófono: «¡Nos hemos hecho dueños del partido!». Poco después, aseguraba a ABC que Clinton tenía «cuatro días para convencerme» de que le vote y que no le importaba lo que dijera Sanders: «Este movimiento no pertenece a una persona». Robert, que se gastó sus ahorros para volar desde Los Ángeles a presencial la convención, decía que aunque el escándalo de la filtración no le pillaba de sorpresa, se sentía «engañado» por el partido. A Faith, de Cleveland, le costaba responder, como tantos otros, si negaría su apoyo a Clinton, aunque eso favorezca a Trump: «Voy a tener que rezar mucho para decidir qué hago».

El DNC entregó la cabeza de Debbie Wasserman Schulz, su presidenta y quien peor parada salía en las filtraciones de emails. Ayer ni siquiera dirigió el arranque de la sesión, mazo en mano, y recibió el abucheo de muchos delegados de Florida en un acto por la mañana. Pero eso no es suficiente para las bases de Sanders: quieren que se vote al candidato delegado por delegado, no por aclamación; quieren que se debata y se vote la elección de Kaine como vicepresidente; quieren unas bases ideológicas más progresistas y eliminar a los superdelegados de las primarias. Ayer, en el primer día de la convención, la frágil unidad del partido demócrata parecía dispuesta a romperse.

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