Un grupo de inmigrantes en Roszke, Hungría
Un grupo de inmigrantes en Roszke, Hungría - reuters

Nueva revuelta de refugiados en la frontera de Hungría

El hastío y la desesperación lleva a una caravana de cientos de personas a retar a la Policía mientras dimite el ministro de Defensa

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El hastío, el cansancio y la desesperación de inmigrantes y refugiados actúa en la tarde del lunes como un cóctel molotov que acaba estallando en Rozske, en la frontera de Hungría con Serbia. Entre 1.000 y 2.000 personas rompen el cordón policial y desafían la utilización incluso del gas mostaza por parte de los agentes, que no logran impedir que entre 200 y 300 de ellos lleguen a la autopista que lleva a la capital, Budapest con la intención de hacer el camino de casi 200 kilómetros a pie.

En medio del escándalo de la crisis migratoria, el ministro de Defensa húngaro, Hende Csaba, anuncia su dimisión, informa la agencia Reuters. Detrás de su salida del Ejecutivo se encuentra el descontento del primer ministro, Viktor Orban, por el ritmo con el que se levanta la valla fronteriza de 175 kilómetros que frene el ritmo de entradas, que ascienden ya a más de 160.000 a lo largo de 2015.

Llegados a lo largo de la jornada y concentrados en medio de una explanada cada vez más sucia e inmunda con el paso de los días, cientos de personas deciden que no esperan más. Al grito de «¡Budapest, Budapest!» emprenden el camino con la caída del sol en dirección a la capital del país. Hay decenas de agentes de Policía para controlarlos, pero son insuficientes para frenar el improvisado motín. Algunos tratan de hacer uso de las porras pero pronto se dan cuenta de que la fuerza no va a hacer otra cosa que agravar la situación. Tampoco sirve de mucho el gas mostaza.

«¡Cinco baños, cinco!», declara indignado Zoltán Bolek, un musulmán converso que es presidente de la Comunidad Islámica de Hungría, mirando la desoladora explanada en la que se niegan a quedarse los refugiados. Junto a varios compañeros reparte ayuda. «Falta organización, ropa, comida, agua... Estamos ante un problema humanitario, no político», señala en línea opuesta a lo que piensa el Gobierno. «El dinero empleado por Orban para la valla mejor se destinaría para dar comida a esta gente». «No hacen más que meter miedo con los musulmanes, el Islam, el Estado Islámico y el terrorismo. Y la gente les acaba creyendo», añade Bolek. Viktor Orban argumenta que «los valores cristianos» de Europa no soportan la llegada de tanto musulmanes. También reparte ayuda en forma de mantas, ropa y bocadillos la austriaca Constanze Schromm, de 51 años, llegada en coche desde Viena siguiendo una iniciativa solidaria organizada a través de la red social Facebook. Pero estas iniciativas y otras no son suficientes para impedir el levantamiento popular.

En la caravana de descontentos, primero campo a través y después por asfalto, van hombres, mujeres, niños, bebés y algunos ancianos. Arrojan al arcén aquello que piensan que les va a estorbar en la marcha. Y eso significa despojarse no solo de mantas o bolsas, sino de la comida y hasta el agua. Los agentes los siguen a la carrera, pero no pueden rodearlos. Tratan de reconducirlos a un campo con decenas de tiendas de campaña militares que se encuentra a un kilómetro del lugar de la revuelta, pero parte del grupo se dirige a la autopista M5 que lleva a Budapest, a 180 kilómetros. En ese campo estrenado el fin de semana es donde se supone que deben ser registrados, pero los emigrantes no quieren ni oír hablar de él.

La soñada Alemania

Ya el viernes pasado varios cientos de personas se levantaron contra las autoridades húngaras en Roszke porque consideraban que el campamento en el que los tenían no era digno ni les permitían seguir viaje a la soñada Alemania. El nuevo campamento, a un kilómetro del otro, no ha logrado frenar el descontento de los inmigrantes y refugiados. De hecho se encuentra desbordado pese a su capacidad para unas 1.500 personas. Las autoridades pretenden que todo el que llegue pase por él, pero es imposible porque los inmigrantes llegan por cientos especialmente a través de la vía del tren que viene desde Serbia y que no ha sido cerrada por la valla alambrada que ha construido Hungría.

Los inmigrantes no dejan de preguntar a los periodistas presentes cuál es el camino de Budapest. Avanzan sin saber el camino ni conseguir seguir las señales. Casi es de noche cuando entre 200 y 300 logran llegar a la autopista accediendo a los carriles por los que ven venir de frente los coches, que se dirigen a toda velocidad hacia Serbia. El peligro es evidente, pues entre el grupo van niños y los vehículos no pueden imaginarse que lo que tienen delante. La tensión aumenta cuando varias decenas de agentes tratan de frenarlos porra en mano. Imposible de nuevo. No queda más que impedir que fueran atropellados.

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