Una de las imágenes del año de AFP, en la que se puede ver a una mujer kurda con sus hijos, atravesando la frontera turco-siria
Una de las imágenes del año de AFP, en la que se puede ver a una mujer kurda con sus hijos, atravesando la frontera turco-siria - afp

La metástasis siria: cuatro años de muertes y destrucción de un país

Con las atrocidades del Estado Islámico en el foco mediático, el principal problema al que se enfrenta Siria es que Occidente «se aburra», de la que es ya la peor crisis humanitaria desde la II Guerra Mundial

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La Gran Siria comprende los territorios de las actuales Siria, Líbano, Jordania, Israel, Territorios Palestinos y la provincia turca de Hatay. También conocida como País del Sham, los yihadistas del Estado Islámico (EI) pretenden restituir esta región histórico-cultural de Oriente Próximo, afianzándose desde Raqqa, su principal bastión en Siria, para extenderse a los países vecinos. Pero este califato del S. XXI se edifica sobre un estado devastado por cuatro años de guerra. En este centro clave del Islam suní (el 75% de la población siria es suní) las grietas comenzaron a abrirse tras contagiarse de las revueltas prodemocráticas de Túnez y Egipto. Así, lo que comenzó siendo la tercera estación de una ilusionante primavera árabe, hoy protagoniza la peor crisis humanitaria desde la Segunda Guerra Mundial, que incluso ha hecho olvidar el desastre bosnio de mediados de los noventa a ojos de la comunidad internacional.

En cuatro años de guerra han muerto más de 220.000 personas y 11,4 millones han tenido que abandonar sus hogares. Siria ha superado a Colombia como el país con más desplazados internos del mundo (7,6 millones), algo que parecía impensable hasta el último lustro. Y además, 3,8 millones de sirios han tenido que refugiarse en los países vecinos, a Europa o a Estados Unidos, al reducirse los enclaves seguros por el avance de los radicales y los abusos del régimen de Bashar al Assad.

Sin embargo, por el momento, países como Líbano, Turquía, Jordania, Irak o Egipto han acogido a casi el 97% de los cuatro millones de personas refugiadas, según publica Amnistía Internacional, por un 1,7 por ciento del resto del mundo. La Unión Europea, por su parte, tan solo se ha comprometido a reasentar a un mísero 0,17%. Salvo Alemania, que ha prometido 30.000 plazas por medio de su programa de admisión humanitaria, para AI, Europa está dando la espalda a los sirios. España solo ha ofrecido 130 plazas para reasentar personas refugiadas procedentes de Siria entre 2013 y 2014 (reasentamientos que hasta la fecha no se han materializado). En Melilla hay hoy en día cerca de 800 sirios en su mayoría en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI).

«Aunque este país no esté dando facilidades, los sirios tampoco quieren venir aquí porque no hay trabajo», asegura Nasib (nombre falso, al querer preservar su identidad), dueño de una crepería en el centro de Madrid. «Esta misma semana he recibido a un joven sirio que huyó hace un par de años del país para buscar trabajo, pero no puedo contratar a más gente por la situación económica. De hecho, tengo familiares en Suecia o en Estados Unidos que no han querido venir», añade.

Nasib abandonó Siria hace treinta años, pero mantiene a parte de su familia en Damasco, segura entre la anarquía, pero atenazada por el caos de un país partido en tres: el régimen de Al Assad controla cerca de la mitad de Siria, el EI más del 30 por ciento y el resto de grupos rebeldes -especialmente la rama siria de Al Qaida, Frente al Nusra-, el 20 por ciento.

La pereza

Con las atrocidades del Estado Islámico en el foco mediático, «el principal problema al que se enfrenta la guerra en Siria es caer en el aburrimiento, la falta de atención tanto a la guerra como a los refugiados», asegura el investigador del think tank Fride, Barah Mikail, de origen sirio pero natural de Francia. Presente en la mesa redonda posterior a la presentación en Cineteca de Matadero de Madrid de « El juego del escondite», último cortometraje del cineasta ganador de un Goya, David Muñoz, sobre la realidad de un campamento de refugiados en el este libanés, Mikail incide en la palabra «pereza», que se mencionó en el debate, y que parece afectar a la escena mediática y sobre todo a los países e instituciones occidentales.

«Hemos sobreestimado la capacidad de la diáspora siria a la hora de ofrecer una alternativa política a Bashar al Assad», asegura Mikail, que incide en la resistencia del dictador y el debate sobre si su continuidad es la solución para la estabilidad de la región. «No ha surgido un líder opositor carismático, sino la barbaridad del EI», añade.

El investigador prioriza la búsqueda de occidente de la estabilidad, sin vencedores ni vencidos. Para ello, sin legitimar a a Assad, «más y más países van a hablar con el régimen para aumentar la cooperación contra los radicales. Siria va a ser un país dividido a medio plazo, pero para el régimen de Assad, que no tratará de recuperar más terreno, será suficiente con esa mitad del país en su poder». No obstante, esa colaboración de occidente, explica Mikail, viene marcada por el pasado de colaboración con grupos rebeldes de Francia y Reino Unido para derrocar al dictador alahuí.

¿Quiénes son los vencedores y perdedores?

Cumplidos cuatro años del 15 de marzo de 2011, del Día de la Ira, el investigador Michael Williams, del think tank londinense Chatham House, se pregunta por los vencedores y vencidos de esta guerra fratricida y patrocinada por países con agendas propias.

Por un lado, escribe, los ganadores son Bashar al Assad y su régimen, al que subestimaron las potencias occidentales, y el «califato medieval» del Estado Islámico. Entre ambos controlan dos tercios del país y las principales ciudades. Por el otro, los refugiados y el pueblo sirio que, pese a todo, siguen creyendo en la convivencia de una nación con sinfín de creencias.

Para Gibran (ha querido ocultar su identidad), pediatra sirio residente en Madrid desde que vino a estudiar a España en los años setenta, «lo peor de todo son los muertos que no aparecen en las cifras oficiales de víctimas de la batalla: numerosos sirios han muerto a consecuencia de la depresión y trastornos psicológicos tras ver a sus familiares asesinados. Esta es una generación devastada», explica.

De hecho, según recoge AFP a partir de un psiquiatra que trabaja en una clínica de Damasco, los casos de depresión y de trastornos por estrés postraumático (TPEP), que se traducen en tensiones, ansiedad o pesadillas, han aumentado en un 30% desde 2011. Patologías que también sufren los niños, enfrentados a los horrores de los últimos años.

«Esta guerra nos ha separado incluso a los sirios que vivimos en Madrid, que ya no nos reunimos por miedo, al no saber a que bando pertenecemos», añade Gibran que, aunque se confiesa alahuí por proceder de la costa siria, solo se identifica como musulmán, puesto que no hay distinciones ni sectarismos para él.

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