Caravana de terroristas del estado Islámico en la ciudad libia de Sirte
Caravana de terroristas del estado Islámico en la ciudad libia de Sirte - afp

La fulgurante expansión del califato yihadista

Con ayuda de diversos grupos yihadistas, el Estado Islámico extiende sus tentáculos mucho más allá de Irak y Siria

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En la lucha por la supremacía dentro del yihadismo, el Estado Islámico (EI) se ha empeñado en convertirse en un problema que va mucho más allá de sus conocidas bases de operaciones en Siria e Irak. Frente a la estrategia más lenta y cuidadosa aplicada en su momento por Al Qaida, la organización liderada por Abu Bakr al Bagdadi protagoniza un crecimiento exponencial. Junto a su demostrada capacidad para atraer combatientes internacionales a sus filas, la adhesión de muy diversos grupos yihadistas está permitiendo al EI completar un inquietante mapa de terrorismo sin fronteras y filiales en múltiples países.

Ante la expansión del autodenominado Estado Islámico en lugares como Afganistán, Argelia, Egipto o Libia, en Estados Unidos ya se empieza a hablar de una nueva guerra contra el terror, la segunda parte del pulso librado contra Al Qaida tras el 11-S.

Aunque no esté del todo claro hasta qué punto los nuevos tentáculos del Estado Islámico son una amenaza real o simplemente una táctica para aprovechar su notoriedad.

Las últimas estimaciones publicadas en Washington indican que en su núcleo duro –Siria e Irak– el Estado Islámico dispone de entre 20.000 y 31.500 efectivos, con armas pesadas y sin problemas de financiación. Junto a esa fuerza paramilitar, funciona una red paralela compuesta por varios centenares de extremistas. Este segundo frente, integrado por al menos doscientos militantes, se encontrarían en proceso de organización en países como Jordania, Líbano, Arabia Saudí, Túnez y Yemen.

La «huella internacional» del Estado Islámico empezó a crecer tras la proclamación por parte de Abu Bakr al Bagdadi de un califato el 29 de junio de 2014. A partir de ese momento, se han multiplicado las adhesiones por parte de grupos e individuos. El concepto de califato es una entidad pan-islámica, históricamente no recreada desde el colapso del Imperio Otomano en 1922, en el que el califa acumula tanto poderes religiosos como políticos y es considerado como gobernante soberano de toda la comunidad musulmana.

Franquicias

El Estado Islámico (nombre resultante de su quinto cambio de marca desde sus orígenes como franquicia de Al Qaida en Irak) se ha apresurado a capitalizar sus victorias en Irak y Siria. Para ello estaría aplicando la misma estructura de franquicias de Al Qaida pero con una gran diferencia. Para obtener un crecimiento más rápido, fácil y extenso, se han olvidado del estricto proceso de selección aplicado por Al Qaida y han arrinconado ortodoxias fundamentalistas. Aunque también los aspirantes han demostrado ser alumnos aventajados sobre todo a la hora de mezclar propaganda online y tácticas brutales para amplificar su violencia.

De hecho, algunas facciones que en su día se comprometieron con Al Qaida han empezado a cambiar lealtades sobre la marcha para apuntarse a caballo ganador. Este fenómeno de fascinación habría llegado incluso hasta Occidente cuando uno de los terroristas vinculados a los ataques de París – Amedy Coulibaly– declaró en un vídeo su lealtad al Estado Islámico, a pesar de no haber tenido ningún vínculo conocido con el califato.

Dentro de esta estrategia de expansión meteórica también está jugando un destacado papel la profunda inestabilidad y fracaso institucional que sufren algunos países musulmanes. Este mes en Afganistán, un ataque teledirigido de Estados Unidos ha eliminado a Abdul Rauf Kadim, un antiguo comandante de los talibanes que había empezado a reclutar combatientes bajo la bandera del Estado Islámico. De igual manera, se sospecha también un interés por operar en Pakistán, donde ya se habría empezado un esfuerzo de reclutamiento.

En Yemen, país sumido en una completa anarquía, la fuerza terrorista dominante ha sido Al Qaida en la Península Arábiga (AQPA). Los líderes de la franquicia más peligrosa de Al Qaida han encontrado santuario allí y operan campos de entrenamiento. Y aunque han intentado evitar una confrontación con el Estado Islámico, el pasado noviembre han registrado las primeras deserciones a favor del califa Abu Bakr al-Bagdadi.

La profunda inestabilidad de Libia, incapaz de levantar cabeza tras el derrocamiento de Gadafi, también ha servido como terreno abonado para el Estado Islámico. El país se divide en tres grandes regiones: Fezán, en el desértico sur; Tripolitania en el oeste, incluida la capital; y Cirenaica, en el este. En cada una de ellas, diferentes facciones han declarado su afiliación al Estado Islámico. El asalto al más lujoso hotel en la capital Trípoli y el degollamiento de una veintena de cristianos coptos han servido para confirmar esa expansión.

Grupos armados en Egipto también se han integrado bajo la bandera negra del califato y han sido reconocidos públicamente como «provincias» del Estado Islámico. Ya el año pasado, el grupo extremista con base en el Sinaí conocido como Ansar Beit al-Maqdis envió enviado emisarios al Estado Islámico en Siria para lograr respaldo económico, armas, entrenamiento táctico y las ventajas de convertirse en franquicia a la hora de reclutar militantes.

Toda esta creciente cartografía del Estado Islámico ha coincidido con la solicitud presentada al Congreso por el presidente Obama para obtener poderes de guerra en este conflicto.

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