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Varufakis contra Schäuble, las espadas en el Eurogrupo siguen en alto

Atenas pide una prolongación del programa de rescate, pero con sus propias condiciones. Berlín no traga con juegos de palabras e insiste en que Grecia ha de pagar. La enésima batalla por salvar al euro sigue abierta.

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Con su perfecto inglés y su voz aterciopelada, el ministro griego de Finanzas, Yanis Varufakis, aparecía en la cadena alemana ZDF para anunciar lo que toda Europa estaba esperando y toda la Eurozona había exigido a Grecia, una renovación del plan de rescate.

Los primeros análisis publicados se apresuraron a dar por derrotados al primer ministro, Alexis Tsipras, y a su emisario en Bruselas. Syriza se habría rendido a las primeras de cambio ante la firmeza del resto de miembros del Eurogrupo y la inminente perspectiva de una bancarrota si dejaba de fluir la montaña de millones que desde 2010 funciona como respiración asistida de la moribunda economía griega. Tanto Varufakis como Gabriel Sakelaridis, portavoz del Ejecutivo griego, adornaban la supuesta petición de árnica con palabras amables.

Mientras el uno pedía «suficiente estabilidad», el otro aseguraba que «queremos creer que estamos en un buen camino» y recalcaba su compromiso «para encontrar una solución».

Pero hay otro actor protagonista que a estas alturas de la película no se deja engatusar y que sabe tanto o más que Varufakis de números, que es de lo que se trata, el ministro alemán de finanzas, Wolfgang Schäuble. El veterano Schäuble lleva al frente de las cuentas públicas alemanas casi desde el inicio de la gran crisis europea y desde el primer momento se percató de que el supuesto anuncio de Varufakis no era tal. Grecia no ha aceptado prolongar el programa de rescate, lo que está haciendo es intentar ganar tiempo para modificar radicalmente sus condiciones. El bulldog financiero de Merkel lo expresó con crudeza, como acostumbra cuando se trata de meter en vereda a los incumplidores con el rigor presupuestario: «No tengo ninguna nueva información», fue el jarro de agua fría verbal de Schäuble, que puso además los puntos sobre las íes de Varufakis. «No se trata de si se extiende o no un acuerdo de préstamo, sino de si se cumple o no con el programa de rescate», dijo el alemán, que pulverizó el eufemismo argüido por su contraparte para vender como un acuerdo el hecho de que Atenas se saliera con la suya: «Aquí no hay un acuerdo de préstamo, aquí lo que hay es un programa de asistencia».

Así, las espadas siguen en todo lo alto por ambas partes y el reloj sigue corriendo. El día 28 expira el tramo vigente del segundo rescate. Si no hay acuerdo antes de esa fecha, la hacienda griega no tardará en agotar su líquido disponible y el euro se asomará de nuevo al abismo de una posible ruptura, todo ello aderezado por una nueva oleada de turbulencias en unos mercados en los que ya se notan los dañinos efectos de la incertidumbre. El letón Valdis Dombrovskis, vicepresidente para el euro de una Comisión Juncker que asiste atada de pies y manos a la batalla que se libra en el seno del Eurogrupo, ha alertado de que «la situación económica está evolucionando muy rápidamente y desafortunadamente no en una dirección favorable». No es este el único mal augurio que se cierne sobre una Europa que no termina de recuperar la calma y encontrar la senda de la prosperidad. El prestigioso banco de inversión estadounidense JP Morgan estima que solo durante el pasado fin de semana los bancos griegos han perdido activos por valor de 2.000 millones de euros. A perro flaco todo son pulgas y la fuga masiva de capitales se convierte en el enésimo problema de la maltrecha economía que gobierna una Syriza obligada a la cuadratura del círculo si quiere cumplir con sus socios y acreedores y con unos votantes que le entregaron el poder para que rompiera lo que sus propios dirigentes calificaron como la espiral viciosa de la austeridad.

El calendario español

De momento, Tsipras se mantiene aferrado al banderín de la «dignidad», concepto que tanto estimula a sus simpatizantes, y esta semana proclamó en el Parlamento: «No sucumbiremos a ningún chantaje psicológico». Pero, al margen de las palabras grandilocuentes, el primer ministro debe resolver cuestiones de mera supervivencia. La actuación de la nueva diplomacia griega deja claro que lo que busca es ganar margen de maniobra y que tiene muy presente el calendario político de otros países claves en este colosal embrollo, sobre todo, España. Varufakis dio el martes por sentado un acuerdo para los próximos seis meses. Eso lleva las cosas hasta el mismo umbral de las elecciones generales españolas, en las que las encuestas vaticinan un triunfo de los afines de Podemos.

Tsipras y Varufakis sueñan con un escenario en el que toda la Europa mediterránea dé abiertamente la espalda al dogma de la austeridad sostenido desde Berlín y del que Schäuble es el más celoso y eficaz custodio. Eso precisamente es lo que tratan de evitar a toda costa líderes como Angela Merkel, Mariano Rajoy o el portugués Pedro Passos Coelho. Comprometidos con una dolorosa estrategia de consolidación fiscal, que ya empieza a dar resultados entre los hace no tanto conocidos como PIGS, especialmente en una España convertida en sorprendente locomotora del crecimiento europeo, ninguno de ellos puede permitir que los votantes del sur de Europa perciban que la apuesta de Syriza por la rebeldía y el incumplimiento de las obligaciones tiene premio. Menos que nadie la líder germana, al frente de un país cuya opinión pública está en su mayoría convencida de ser la pagana de un estropicio del que los únicos culpables son los griegos.

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