Nicolas Sarkozy
Nicolas Sarkozy - AFP

Hollande azuza la lucha por el liderazgo de la derecha francesa

Jouyet, su jefe de gabinete, ayuda a Fillon a conspirar contra Sarkozy

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La Constitución de la V República concede al presidente poderes excepcionales que no tiene ningún otro jefe de Estado entre las grandes democracias post-industriales. François Hollande comenzó transformando el palacio del Elíseo en escena de teatro de vodevil, para terminar transformándola en escena de esperpento político. Históricamente, el Elíseo también es un «bunker» desde donde el jefe del Estado controla a todo momento el botón del arsenal nuclear estratégico y organiza la comunicación política de la República.

La Constitución concede al presidente poderes absolutos: disolución de la Asamblea Nacional, nombramiento del Gobierno, control personal de todos los nombramientos del Estado, control personal de todos los resortes de todas las políticas del Estado. La comunicación política de ese fabuloso flujo de informaciones es el corazón del sistema político francés.

La palabra presidencial no solo influye de manera determinante en la marcha de los negocios públicos. También es una fuente privilegiada de todos los flujos informativos del Estado.

El escándalo Jouyet/Fillon permite comprender cómo el Elíseo, en tiempos de Hollande, se ha convertido sucesivamente en teatro de vodevil y teatro esperpéntico. Mitterrand instaló en el Elíseo una célula de espionaje de sus rivales y enemigos políticos. Chirac convirtió la residencia del jefe del Estado en bunker personal contra la instrucción judicial de sus escándalos. Sarkozy fue el primero en convertir el Elíseo en teatro de vodevil político–erótico. Hollande ha continuado hundiendo la condición en otro tiempo emblemática y real de la comunicación política de Estado.

Todo comenzó con la llegada de Valérie Trierweiler al Elíseo, como compañera sentimental del presidente. Por vez primera, un jefe del Estado llegaba al Elíseo en una situación familiar sin precedentes. Acompañado de una señora que no era su esposa, que tuvo inmediatamente un despacho y media docena de colaboradores, filtrando a su aire la vida política de la residencia oficial. Cuando el semanario «Closer» publicó, el mes de enero pasado, las fotos de Hollande, en moto, a la puerta del piso donde lo esperaba su amante, Julie Gayet, la comunicación presidencial dejó al descubierto inquietantes fallos.

«Prensa amiga»

Un fotógrafo conocido de la pareja Hollande – Gayet pudo espiarlos y fotografiarlos a dos pasos del Elíseo. Durante varias semanas, los teléfonos privados de Trierweiler, Gayet y Hollande comunicaban con la «prensa amiga» unas informaciones que se interferían de manera «vodevilesca» en la vida pública del Estado.

Fue el propio Hollande quien dejó al descubierto el funcionamiento perverso de la comunicación presidencial. En una rueda de prensa, en el Elíseo, Hollande contó entre bromas que algunos periodistas estaban muy bien informados, dejando caer que, en verdad, tenían acceso a las mejores fuentes. No era ni es un secreto que Hollande sigue hablando personalmente con algunos periodistas y que algunos tienen uno de sus números de teléfono personales.

Pero el escándalo Jouyet/Fillon ha dado un nuevo salto cualitativo en la comunicación presidencial. Jean-Pierre Jouyet, secretario general del Elíseo, fue secretario de Estado para los asuntos europeos de Sarkozy, siendo primer ministro François Fillon.

Amigos y cómplices, desde entonces, Jouyet y Fillon, que le disputa el liderazgo de la derecha a Sarkozy, se reunieron el 24 de junio pasado, en un restaurante próximo al Elíseo. Jouyet informó a Hollande de la comida. Y el presidente dio su «OK». Semanas más tarde, dos periodistas del vespertino «Le Monde» publican un libro poniendo en boca de Fillon frases devastadoras contra Sarkozy.

En un artículo de este rotativo, Fillon habría pedido a Jouyet que Hollande lanzase contra Sarkozy toda la maquinaria judicial del Estado «para impedir» su vuelta a la política activa.

Jouyet comenzó desmintiendo las afirmaciones de «Le Monde». Pero los periodistas hicieron saber que tenían grabada una conversación personal con Jouyet. Y, según esa grabación, el secretario general del Elíseo habría puesto en boca de Fillon un largo rosario de puñaladas traperas contra Sarkozy.

François Fillon se apresuró a pedir la intervención judicial. Y sus abogados desean conocer el contenido exacto de las grabaciones realizadas por los periodistas de «Le Monde». El escándalo se instalaba en los salones y pasillos del Elíseo.

Mientras la Justicia intenta sortear los meandros y pasillos presidenciales, el escándalo ilumina con una luz siniestra el penoso estado de la comunicación presidencial. El secretario general de la presidencia de la República recibió en el Elíseo a dos periodistas para contarles siniestras historias políticas, comportándose como un aficionado incapaz. Jouyet no se enteró de que los periodistas recibidos con mucha discreción en el Elíseo estaban grabando con un teléfono móvil una conversación confidencial, dejando al descubierto unos fallos inquietantes.

Los trágicos fallos de la comunicación política coinciden con una decadencia de la función presidencial, que Christian Salmon, estudioso de las instituciones de la V República comenta de este modo: «La antigua representación política, institucional, ha dejado paso a una lógica de la comunicación audiovisual. Exponiéndose en la televisión, Hollande deja al descubierto su difunta soberanía perdida. El antiguo monarca republicano se deja “fusilar” por la prensa rosa. Y la pantalla de televisión es una suerte de agujero negro por donde desaparece la antigua unción presidencial».

Teatro de bulevar

Las tribulaciones sentimentales de Hollande, entre Ségolène Royal -la madre de sus cuatro hijos-, Valérie Trierweiler -la compañera con la que llegó al Elíseo- y Julie Gayet, han convertido el Elíseo en una escena de teatro de bulevar. El escándalo Jouyet/Fillon ilustra el rostro esperpéntico de ese teatro de variedades políticas.

Mitterrand instaló a su esposa y su amante en palacios presidenciales muy próximos, pero el Elíseo todavía guardaba un aura de muy antiguo régimen. Chirac convirtió a su esposa y su hija en grandes patronas de la casa, controlada con mano de hierro femenina. Sarkozy comenzó utilizando el Elíseo para dar una falsa imagen glamour a su segunda ruptura matrimonial. Llegado al Elíseo como «presidente normal», Hollande ha dado a la residencial del jefe del Estado, la normalidad trivial del vodevil, el teatro de bulevar y el esperpento político.

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