Los secretos de cama más vergonzosos del cincuentón Mussolini, desvelados por su joven amante

En 2009 salieron a la luz las memorias de una Clara Petacci que definía a «Il Duce» como un obseso sexual y un adúltero

Manuel P. Villatoro

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Cuando Clara Petacci vino a este mundo, allá por el 28 de febrero de 1912 , el casi treintañero Benito Mussolini pasaba sus días en la prisión de Forli por haber participado en una manifestación violenta contra la guerra que Italia mantenía frente el Imperio Otomano. Y es que, desde el principio de sus días políticos, «Il Duce» fue un defensor de la brutalidad como forma de escalar a nivel político y defender sus ideas. Nadie podía imaginar por entonces que, dos décadas después, ambos se convertirían en amantes y mantendrían una relación de 13 años que culminó cuando fueron fusilados y colgados boca abajo el 28 de abril de 1945 .

Una relación tan extensa dio para mucho. A Clara, sin ir más lejos, le permitió escribir un diario entre 1932 y 1938 (antes de la Segunda Guerra Mundial ) en el que narró, de forma pormenorizada, los secretos más íntimos del líder fascista. La obra, tildada de falacia por Alessandra Mussolini, nieta del dictador y reconocida política en su país, fue controvertida cuanto menos. Tal y como explica la versión digital de la BBC , en las hojas de «Claretta Petacci, Mussolini Secreto», se hablaba de «Il Duce» como un hombre que mostraba un apetito sexual voraz y que, entre otras tantas excentricidades, estaba obsesionado por personajes tan megalómanos como el mismo Napoleón Bonaparte.

Extraña relación

Mussolini y Clara se conocieron en un momento que no podía ser peor para ambos. Fue en 1932, cuando «Il Duce» ya atesoraba una década como líder supremo de Italia y rondaba las 49 primaveras sobre sus anchos hombros. Tal y como explica el historiador Richard J. B. Bosworth , autor de una biografía sobre Petacci, en declaraciones a la BBC, su primer encuentro fue casual y se dio cuando el dictador estaba casado con Rachele Guido (con la que había tenido cinco hijos) y ella tenía pareja. De hecho, aquella jornada, en Ostia, a la joven le temblaban las piernas cuando se bajó del vehículo en el que viajaba para saludar al que, a la postre, sería su amante. «Pérdoneme Duce, soy Clara Petacci, y este es mi novio...».

Lo que sucedió a partir de entonces roza el surrealismo. Clara, una joven a la que la escritora Diane Ducret define como «una chica de preciosas curvas, tez clara, ojos melancólicos y pecho opulento» se dejó llevar por aquel enamoramiento. Sus padres, como bien señala el experto, favorecieron aquella relación fuera del matrimonio a pesar de que era religiosos en extremo. «Ella venía de una familia romana burguesa. Su padre formaba parte del equipo médico del Papa Pío XI y también dirigía una clínica para la clase alta en Roma. Su madre era muy católica y era raro verla sin un rosario en la mano», añade el experto en declaraciones a la misma revista.

El 29 de abril de 1932 mantuvieron el primero de los muchos encuentros platónicos que mantuvieron durante meses. Durante aquellos días Clara insistía en hablar con Mussolini por teléfono. Casi estaba obsesionada con él. «Il Duce», por su parte, se limitaba a negar que ambos fueran algo más que amigos a pesar de sus relaciones íntimas. Es muy probable que eso fuera lo que llevó a la joven a contraer matrimonio con Ricardo Federicci el 27 de junio de 1934 en la iglesia de San Marco . Para su suerte, apenas dos años después se separaron. Benito no pudo esperar y, poco después de enterarse de la noticia, le pidió que se convirtiera en su amante. Justo después de conquistar Etiopía, se hizo también con el cariño de la chica.

Obsesionado con la virilidad

En los diarios que Petacci escribió entre 1932 y 1938 mostró, sin pretenderlo, el lado más vergonzoso y oscuro de Mussolini. La joven le definió como un hombre con un gran apetito sexual que no dudaba en presumir de las muchas amantes que atesoraba. «Hubo un tiempo en que tenía a 14 mujeres y tomaba a tres o cuatro todas las noches, una tras otra», le desveló en una ocasión. Aunque, cuando soltaba alguna de estas fanfarronadas, solía recordarle rápidamente que, desde aquel feliz día de 1936, ella era la única que había en su harén. Una falsedad tan gigantesca como la ingente cantidad de pelas que hubo entre ambos por los celos de « Ricitos », como la conocían.

La obsesión de Mussolini por el sexo ha sido recogida por historiadores como Álvaro Lozano. En «Mussolini y el fascismo italiano» , este experto español recalca que la virilidad sexual no era algo que «Il Duce» escondiera, sino que era una parte esencial de su imagen. «Las mujeres eran consideradas presas a las que tomaba de forma casi brutal en su casa de la via Rastella , arrastrándolas por el suelo con frecuencia y sin quitarse los zapatos o los pantalones», desvela. El autor añade incluso que «adoraba que oliesen a sudor» y que él mismo evitaba lavarse tras mantener relaciones. «Prefería rociarse con agua de colonia», incide.

Los diarios de Petacci suponen la corroboración de este Mussoloni casi bárbaro. En sus múltiples anotaciones, la joven se jactaba de que ambos retozaban en la cama durante horas, hasta que a su vetusto amante le «dolía el corazón». Aunque solo paraban el tiempo justo para que recobrase fuerzas y volviese a la carga de nuevo. «Lo beso y hacemos el amor con tanta furia que sus gritos parecen los de un animal herido» , desvelaba en otra ocasión. Para alguien como esta joven, que llevaba escribiendo cartas y poemas de amor al dictador desde los 14 años (la primera vez que se vieron le preguntó intrigada por ellos sin saber que para él no tenían importancia alguna) aquello era un sueño.

Petacci, a la que Mussolini definía como su primera concubina, se dejó encandilar por el magnetismo de aquel personaje. Lo mismo que el resto de sus amantes. Un atractivo, por cierto, que cautivó al mismísimo Winston Churchill . Así lo desveló el «premier» británico tras una visita a Italia antes de la Segunda Guerra Mundial: «No pude evitar quedar hechizado, como han quedado muchas otras personas, por el carácter dulce y el comportamiento sencillo del signor Mussolini, así como por su aplomo calmo y objetivo a pesar de tantas responsabilidades y peligros. […] Si yo hubiera sido italiano, estoy casi seguro de que habría estado a su lado». Tenía algo, vaya. Aunque ese algo fuera malvado.

E inseguro

A pesar de la ingente cantidad de amantes que atesoraba, Mussolini logró convencer a Petacci de que ella siempre había sido y sería su predilecta. Y es que temía perderla. Lo cierto es que todo parece apuntar a que así fue. No en vano, y tal y como desvela el artículo de la BBC, la chica era la única de sus amantes que tuvo una habitación propia en el Palazzo Venezia (donde residía el gobierno) y contaba con guardaespaldas y chófer propio. Al parecer, ambos solían encontrarse en misa los domingos para, a continuación, retirarse a sus habitaciones para mantener relaciones sexuales en la oficina privada de «Il Duce».

En los diarios, Clara desvela también las conversaciones de cama que mantuvo con Mussolini. Horas en las que el líder fascista le explicó, por ejemplo, que había mantenido un encuentro fugaz y erótico con la esposa del monarca Humberto II . Al parecer, ella intentó acostarse con él, pero «Il Duce» no pudo tener una erección. Tampoco dudó en desvelarle inseguridades tales como si estaría a la altura de Napoleón . El día que conoció a Adolf Hitler , en palabras de la joven, se mostró exultante. No se creía que el alemán le tuviera como a un referente y que hubiera llorado al estrecharle la mano. «Cuando me vio había lágrimas en sus ojos, realmente me aprecia mucho. Es muy agradable, una persona muy emotiva por dentro», le confesó.

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