Así aplacó la Monarquía de los Habsburgo el intento aristócrata de independizar Andalucía de España

Sin que hubiera prendido todavía el levantamiento, Luis de Haro y Guzmán se presentó en Andalucía a conocer el alcance de la conjura y a detener a Medina-Sidonia

Felipe IV a caballo, por Velázquez
César Cervera

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Los territorios andaluces fueron los últimos en incorporarse a Castilla y donde más manga ancha hallaron los nobles de su tiempo por parte de una monarquía que no podía estar en todas partes. Isabel La Católica fue capaz de poner en vereda a linajes como los Ponce de León o los Medina Sidonia gracias a la guerra de Granada y la empresa americana, que los unió a todos en lucrativos proyectos. Esto hizo que la díscola nobleza andaluza encontrara pocas razones para el agravio, dormida durante un siglo en el dulce sueño de Odín , hasta que, cuando la dinastía Habsburgo empezó a tambalearse, el despertar fue parecido al de caerse de la cama por la noche.

A perro flaco, todo son pulgas. En el año 1640, prendió la mayor crisis del Imperio español en su historia cuando Cataluña, Portugal, Nápoles y Sicilia iniciaron, con suerte desigual, sendas rebeliones contra Felipe IV. Portugal conseguiría la independencia plena varias décadas después y Cataluña pasó un lustro enfrascado en un complejo conflicto, mientras el resto de revueltas se solventó por la vía rápida.

Un episodio olvidado

Entre estas acometidas contra el gigante herido que era la Monarquía hispánica, pasó inadvertido una peligrosa conspiración a cargo de un grupo de nobles castellanos que pretendían separar la región de Andalucía del resto de España. El IX Duque de Medina Sidonia –emparentado precisamente con el encargado de apagar la rebelión, el Conde-Duque de Olivares– fue quien estuvo detrás de un episodio olvidado que pudo cambiar radicalmente la historia de España.

La conspiración secesionista de Andalucía fue un episodio a la sombra de la Sublevación de Portugal . Así, cuando dio comienzo la primera sublevación de Portugal en agosto de 1637, las operaciones para pacificar el Algarve le fueron encomendadas al IX duque de Medina Sidonia, en el ejercicio de sus funciones como Capitán General del Ejército de Andalucía. Y, aunque esta primera rebelión fracasó, la pasividad de Medina-Sidonia volvió a repetirse en 1640.

Proclamación de del nuevo Rey de Portugal.

Frente a la proclamación del Duque de Braganza como Rey de Portugal, Felipe IV y el Conde-Duque empezaron a preparar la reconquista de Portugal a finales de 1640. Para ello, encomendaron al Duque de Medina-Sidonia la capitanía general de uno de los ejércitos que debía caer sobre los rebeldes. La lentitud y falta de iniciativa del noble andaluz dejaron ya entrever sus planes ocultos. La nueva Reina de Portugal, Luisa de Guzmán, era hermana del duque, por lo que se oponía a contribuir a que ella perdiera su corona. Así y todo, la primera idea del levantamiento andaluz partió del Marqués de Ayamonte, Francisco Manuel Silvestre de Guzmán y Zúñiga —titular de una de las ramas menores de la casa de Medina-Sidonia—, quien convenció a su primo para iniciar una sublevación con la ayuda de Portugal y las flotas de Francia y Holanda, que tomarían el puerto de Cádiz.

Sin castigo para el fuerte

Un espía de La Haya fue el primero en alertar a Felipe IV de lo que se gestaba en el sur de España. Cuando los «guzmanes» (llamados así por el apellido) fueron llamados a la corte, el duque se excusó alegando razones de salud, puesto que esperaba ganar tiempo hasta que acudiera la flota franco-holandesa a las costas portuguesas. Para fortuna de «los muros de la patria mía» , la flota enemiga nunca hizo acto de presencia, y todos los nobles castellanos sondeados se negaron a participar en una empresa que ni siquiera contaba con el apoyo de las clases populares.

Luis de Haro y Guzmán, detrás de Felipe IV.

Sin que hubiera prendido todavía el levantamiento, Luis de Haro y Guzmán —el gran protegido del Conde-Duque— se presentó en Andalucía a conocer el alcance de la conjura y a detener a Medina-Sidonia. El duque escapó a tiempo hacia Madrid para dar explicaciones en persona a su pariente. El valido arrojó, literalmente, a su primo a los pies del monarca, al que confesó todos los planes y rogó que le perdonara. En una muestra de magnanimidad, Felipe IV le libró de ser condenado a muerte, pero no así al otro cabecilla. Tras un prolongado juicio, el Marqués de Ayamonte fue condenado a la confiscación de sus bienes y a la pena de muerte. Fue ejecutado en el Alcázar de Segovia , siendo degollado como correspondía a los traidores a la corona.

El castigo a Medina-Sidonia se limitó a pagar una multa de 200.000 ducados como donativo a la Corona y a un destierro de sus dominios andaluces. Solo cuando violó estas prohibiciones, en 1642, coincidiendo con la presencia de una flota franco-holandesa en las proximidades de Cádiz, fue encarcelado en el castillo de Coca. En un desesperado intento por lavar su imagen, Medina-Sidonia tuvo la estrafalaria idea de retar a duelo al Rey de Portugal.

En 1645 se le privó del Señorío de Sanlúcar, que revirtió a la Corona, y de la Capitanía General del Mar Océano y Costas de Andalucía, que pasó a su rival el Duque de Medinaceli .

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