El infierno de un Policía Nacional en la guerra moderna más amarga para España: «Fue como Ucrania»

Pere Cervantes, miembro del operativo de la ONU enviado a los Balcanes a finales de los noventa, novela el conflicto de Kosovo en 'La espía de cristal'

Un soldado del ejército yugoslavo patrulla con un vehículo blindado pesado en el centro de Stimlje, en el sur de Kosovo, el lunes 15 de febrero de 1999 ABC
Manuel P. Villatoro

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La voz grave y el tono llano del escritor Pere Cervantes resuenan a través del teléfono. Aunque sus armas son hoy la pluma y el papel en blanco, hubo otra época, allá por 1999, en la que en su cintura descansaba una pistola automática. No ha pasado mucho desde que este catalán fue a Kosovo como Observador de Paz de las Naciones Unidas. Allí estuvo dos años que le marcaron para siempre. «Empecé a escribir en 2012. Podría haber narrado entonces la historia, pero necesitaba tiempo», afirma a ABC. Necesitó dos décadas para que las heridas de lo que vivió allí sanaran. El resultado lo tenemos hoy entre las manos, ' La espía de cristal ' (Destino); una novela negra con tintes policíacos que actúa como crónica de uno de los conflictos más atroces del último siglo. Y un libro en el que hay mucho de crónica vital.

- ¿Cuándo supo que iba a Kosovo?

Llegó un fax a la policía judicial de Barcelona en el que ofrecían veinte plazas para ir a la misión con la ONU a Kosovo. Exigían inglés y cinco años de experiencia. Acepté. Luego nos sometieron a pruebas de idiomas, conducción y tiro. Íbamos con una idea determinada, pero, al final, cuando llegamos, nos dedicamos a erradicar el armamento que había en las calles. Parabas un coche y en el maletero había dos fusiles escondidos; no podíamos detener a nadie porque no había espacio para encarcelarlos; los vehículos eran robados del este y no disponían de matrículas; las placas de las calles estaban arrancadas.... Ese nivel de locura nos hacía preguntarnos qué hacíamos allí, malviviendo sin luz ni agua corriente, cuando no íbamos a solucionar el problema.

- ¿Cómo era la situación cuando llegó?

Llegué en agosto de 1999. Oficialmente habían pasado dos meses desde que había terminado la guerra en Kosovo. El problema es que fue un engaño: aunque íbamos de observadores de paz, acudimos armados con nuestra pistolita de Policía Nacional . Y digo pistolita porque allí lo que se veía en las calles eran armas de guerra, de Kalashnikovs a granadas... Me topé con un escenario bélico, no uno de posguerra. No había rescoldos; había brasas aún.

- ¿Qué recuerda de Kosovo?

El ruido de los generadores y los helicópteros, que era constante.

- ¿Qué vio sobre el terreno?

Me encontré todo tipo de barbaridades. Intérpretes albanokosovares víctimas de violaciones, por ejemplo. Eso fue lo peor. Hubo 20.000 violaciones en una guerra en la que murieron 10.000 personas. Pero no fue lo único. Cuando estábamos en patrulla, sobre el terreno, descubríamos fosas comunes a diario. Algunas pequeñas, de una veintena de cuerpos, otras más serias, de un centenar. En la actualidad, 23 años después, todavía hay 1.800 personas desaparecidas. Fue algo que me cambió la vida.

«Hubo 20.000 violaciones en una guerra en la que murieron 10.000 personas»

- ¿Por qué ese 'shock'?

Por todo. Rozamos la tragedia con minas antipersonales. En enero del 2000, con 29 grados bajo cero y en una carretera en pleno deshielo, vimos cómo una furgoneta estallaba con una familia dentro. Del contingente nuestro, que estaba formado por unos treinta policías y guardias civiles, tres no regresaron por la caída de un avión por un error local del aeropuerto... Decíamos que en la guerra nada funciona y que, en la posguerra, funciona mal.

- ¿Quiénes son los buenos y los malos de esta guerra?

Es difícil saberlo sin entender el contexto. En 1989 Slobodan Milošević, presidente de Serbia, reivindicó que Kosovo era más serbio que albanés. Les quitó la autonomía a los albanokosovares e hizo un apartheid. Lo preocupante es que llevó a cabo estas medidas en un territorio en el que el 80% de los ciudadanos eran albaneses. La población estalló y se creó una suerte de ETA, el ELK o Ejército de Liberación de Kosovo . Sus integrantes se dedicaron a matar militares y policías serbios.

- ¿Qué sucedía, mientras, en los países cercanos?

En 1991 estalló el conflicto de Bosnia ; Yugoslavia comenzó a tener el problema del radicalismo alegando que los musulmanes conquistaban su territorio; Eslovenia se independizó y en Croacia y Bosnia todo se recrudeció. Entretanto, en Kosovo se endureció la situación y la guerra a golpe de atentados. En 1999 la barbarie se desató.

- ¿Quiénes fueron los malos a partir de entonces?

Los serbios. Cometieron atrocidades, violaciones, matanzas, desapariciones... Recuerdo las imágenes del exilio, albanokosovares atravesando la frontera... Pero hubo un tercer agente que no debemos obviar. En marzo de 1999, la OTAN decidió bombardear Serbia, y se hizo de una forma muy bestia. Lanzaron 450 misiles de crucero con un 15% de error. Si hacemos las cuentas, unos 60 cayeron no se sabe dónde. Sembraron también de minas antipersonales Kosovo, cientos de las cuales todavía están enterradas. Para colmo, cuando nosotros llegamos los albanokosovares se tomaron la revancha.

- ¿Revancha?

Aprovecharon que los serbios eran minoría, No fue una revancha masiva, pero sí se sufrieron momentos de terror. Yo viví muchos de ellos. Dábamos protección a pueblos pequeños de serbios. Organizábamos su seguridad. A veces iba bien, pero otras no y, cuando llegabas, ya habían asesinado a varias familias. Creo que lo que más hice fue escoltar a civiles cuando iban a comprar alimentos. Llegué a transportar en el coche policial de la ONU leche, que después repartíamos. Y no me avergüenzo de ello. ¿Les íbamos a dar un discurso facilón prometiéndoles seguridad? Nos mirábamos a la cara y sabíamos que era imposible cumplirlo.

- ¿Un episodio que le estremeciera especialmente?

Recuerdo que éramos jóvenes y, a veces, compartíamos tiempo con las chicas de allí. Podrían estar entre 19 y 25 años. Había una cosa que nos sorprendía: muchas tenían dentadura postiza. Y no sabíamos la causa. Un día nos lo contaron: cuando eran violadas, los serbios les rompían los dientes con la culata del fusil para que el siguiente que llegara a su casa supiera que ya habían abusado de ellas.

- ¿No le sorprende que un conflicto así se viviera en aquella nueva Europa que anhelaba la paz?

El viejo continente, donde presumimos de tener la mejor cultura y de haber alumbrado obras de arte como la Capilla Sixtina, es dónde se han dado todas estas barbaridades. Y no en Auschwitz en 1942 , sino en los noventa, cuando ya habían pasado las olimpiadas de Barcelona.

Pere Cervantes, durante su etapa en Kosovo Cedida por el autor

- ¿Mereció la pena ir a Kosovo?

Para mí sí, me cambió; para los compañeros que perdieron la vida diría que no, pero nunca se sabe. La guerra es lo peor que le puede pasar al ser humano, pero al que va de pasada, como yo, le hace ser mejor persona. Desconozco también qué responderían los periodistas de guerra. Me he documentado con libros de Ramón Lobo , Gervasio Sánchez , Pérez Reverte o Alfonso Armada y he visto que todavía llevan muchos fantasmas en la mochila. Normal, porque lo que vieron fue atroz.

- ¿Ha terminado este conflicto?

No, sigue latente. La guerra no termina cuando se dice en los telediarios o en la Wikipedia. Todavía sigue. Y hay que tener cuidado porque Ucrania podría provocar que los serbios se crecieran, con el apoyo de Rusia, contra los albanokosovares.

- ¿Se fomentó el conflicto para que los países del este se alejaran de Rusia?

Al final, en el nombre del nacionalismo, la bandera que se elevó para justificar sus actos, estalló el conflicto cuando los serbios, respaldados por rusos, vieron que Estados Unidos iba a implantar la base militar más importante de la OTAN en su territorio. Con Ucrania ha sucedido algo parecido, valiéndose de la posverdad –porque Putin está haciendo una distorsión de la realidad avasalladora para justificar su ataque– ha estallado una guerra que no deja de ser entre los rusos y los americanos. En ella, los países de Europa más pobres han pagado. Hace veinte años el mundo estaba menos globalizado y la guerra de los Balcanes nos afectó menos. Ahora pasa lo contrario.

- ¿Ha condenado la caída de la URSS a los pequeños países del este?

Sí. Cuando me marché de Kosovo una parte de mí decía que había vivido la última guerra en Europa. Llámalo ingenuidad. Cuando supe lo que había pasado en Ucrania no me lo podía creer. Ambas tendrán en común la posguerra. El grado de destrucción actual no lo vi en Kosovo. Quizá algún pueblo. Ahora tenemos Mariúpol o Jarkov arruinadas. El residuo de esa caída del imperio comunista los ha condenado. Rusia, a cambio, no ha caído por su potencia nuclear y por el gas. Si no, sería un estado fallido.

- ¿Por qué no escribió antes este libro?

Empecé mi etapa como novelista en 2012, y podría haber hecho la historia de Kosovo. Pero no la había digerido. Estaba demasiado implicado emocionalmente y no tenía la objetividad que requería. Tampoco pretendía hacer una obra autobiográfica. No quería poner el foco en mí porque yo no importo una mierda en este conflicto, fui solo una pieza más. Y eso que, por fortuna, no tuve que disparar y nadie me disparó. Creó que no padecí estrés postraumático, o igual solo lo sufrí el primer año después del regreso, pero leí que son necesarias dos décadas para superar lo que se vive en los conflicto. En mi caso fue clavado. A partir de ahí empecé a hilvanar la historia y a documentarme. Si ves la pila de libros... Parezco un loco de los Balcanes.

- ¿Sigue su novela los hechos históricos?

En la novela me impuse tratar de ser lo más objetivo posible. Reflejar lo que pasó. Se dice que la crueldad es el punto de encuentro de la humanidad, y la crueldad fue el punto de encuentro en los Balcanes .

Pere Cervantes ABC

- Sus dos personajes principales son periodistas...

Panco y Olga son dos personas amargadas. Al final, un reportero de guerra intenta retratar lo más agrio del conflicto para que se tome constancia de lo que está sucediendo y se detenga la locura. Cuando ellos ven que, a pesar de su trabajo y del esfuerzo, todo sigue, o que en posguerra esos lugares se olvidan, nace el malestar.

- ¿No hubiera preferido que el protagonista fuera un policía?

Estuve muy tentado, pero no quería reflejar mis vivencias a ese nivel. Creé un personaje, Ricardo, que es policía de la ONU y que vive lo mismo que los reporteros, también un espía, pero el peso es de los periodistas.

- ¿Conoció a algún espía allí...?

Sí. Varios. Tenían entre 30 y 50 años. Al principio te manipulaban, te decían que pertenecían a una ONG española. Pero les pillamos. Cuando les preguntamos nos dijeron que sí, que pertenecían al CNI, pero nada más. He creado una subtrama de espionaje porque me molestó mucho ser un pardillo. Estuve con el CNI, agentes alemanes, alguno de los servicios de inteligencia albaneses... Vivimos en una pequeña Casa Blanca, y no me enteré de nada.

«Confundimos el cierre de las heridas con el olvido. La idea matriz de esta novela es que los que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo»

- ¿Qué le dijo su familia al volver?

Cuando regresé, mi familia me preguntó si se había acabado la guerra. Y no. Había acabado mi período allí para no volverme loco. Veinte años después todavía no se ha apagado.

- ¿Es posible olvidar?

Confundimos el cierre de las heridas con el olvido. Una víctima de violación a la que conocí, y con la que tengo contacto, me confirmó que está dispuesta a cerrar las heridas y a perdonar a las nuevas generaciones serbias. Lo que no puede es olvidar. Obligaron a padres a violar a sus hijas, a niños a mirar mientras abusaban de sus madres... ¿Cómo vas a dejar a un lado eso?

- ¿Un apunte final sobre el conflicto o la novela?

Sí. La idea matriz de esta novela es que los que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo. Es un libro antibelicista con toda la intención.

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