Antigua Roma

El acto más vil de las legiones romanas en Hispania: la traición que destruyó a 20.000 vacceos

En el año 151 a.C., Lucio Licinio Lúculo atacó las ciudades vacceas (vecinas de Numancia) sin la aprobación del Senado y con el único objetivo de saquearlas en su propio beneficio. Hasta su derrota, acabó con miles de enemigos valiéndose de engaños

Vídeo: La batalla en la que el ejército de Numancia aplastó a los elefantes de las legiones romanas
Manuel P. Villatoro

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Desde que las nuevas y flamantes Historias de España que nacieron en el siglo XIX alumbraran el concepto de la « inmortal Numantia », hablar de las guerras que la República y el Imperio romano mantuvieron por estos lares evoca de forma irremediable el episodio de la hoguera en la urbe soriana. ¿Quién no conoce su lucha a muerte contra el revolucionario Escipión ? El problema es que a la sombra de este heroico episodio han quedado otros tantos protagonizados por pueblos vecinos como los vacceos .

Uno de ellos fue la también llamativa resistencia que una de sus ciudades ( Intercatia ) protagonizó en el año 151 a.C. ante el ambicioso cónsul de la Hispania Citerior Lucio Licinio Lúculo . El mismo que, poco antes, había arrasado a casi 20.000 habitantes de Cauca tras engañarles de forma miserable.

La gran traición

El historiador romano Apiano , en sus crónicas, explicó de forma pormenorizada como fue la guerra que Lúculo mantuvo contra los pueblos vacceos. El cronista, desde el principio, cargó contra el cónsul por haberse lanzado de bruces contra el corazón de Hispania sin la aprobación del Senado. «Estaba deseoso de gloria y necesitado de dineros por causa de su penuria. Realizó la incursión contra los vacceos, otra tribu celtíbera , que eran vecinos de los arévacos , sin haber recibido ninguna orden de Roma y sin que ellos hubiesen hecho la guerra a los romanos».

En sus palabras, de hecho, estos hispanos no habían cometido afrenta alguna contra el político. Su único pecado era contar con comida de sobra gracias a la opulencia de sus campos; una verdadera riqueza para la época.

Lúclo

Ávido de batalla, Lúculo cruzó el Tajo en el año 151 a.C. en dirección a Cauca (en Segovia). Traicionero hasta la extenuación, el cónsul les quiso convencer de que acudía «en ayuda de los carpetanos , que habían sido maltratados por ellos». Una falacia como cualquier otra para justificarse. Los hispanos se retiraron por momentos a la seguridad de sus muros, pero, en palabras de Apiano, «le atacaron cuando estaba buscando madera y forraje» y «mataron a muchos de sus hombres». Así prendió la mecha de la contienda. El historiador recalca ya en esta primera parte de la contienda que los pueblos vacceos destacaban por su « infantería ligera » y que «resultaron vencedores» en multitud de contiendas gracias a sus golpes de mano y sus « dardos ».

Apiano da a entender que los vacceos solicitaron a Lúculo la paz en repetidas ocasiones. Al parecer, porque creían que no había razón para combatir. «Al día siguiente, los más ancianos, coronados y portando ramas de olivo de suplicantes, volvieron a preguntar qué tendrían que hacer para ser amigos». El cónsul se mostró de acuerdo, pues no buscaba la muerte de sus hombres, sino dinero. Por ello, a cambio solicitó « cien talentos de plata », multitud de rehenes y exigió que 2.000 de sus hombres atravesaran los muros de la urbe para asegurar la rendición.

«Lúculo devastó la ciudad y cubrió de infamia el nombre de Roma»

Por desgracia para los hispanos, todo era parte de un macabro plan. Cuando sus legionarios estuvieron dentro, abrieron las puertas y se desató el caos. «A toque de trompeta, Lúculo ordenó que mataran a todos los de Cauca que estuvieran en edad adulta».

Los ciudadanos murieron mientras enarbolaban el acuerdo al que, creían, habían llegado con el general. «Perecieron cruelmente invocando las garantías dadas, a los dioses protectores de los juramentos, y maldiciendo a los romanos por su falta de palabra», añade Apiano. Al final, la sed de sangre de los romanos fue tal que acabaron con la mayor parte de la población, unas 20.000 personas . Solo unos pocos de ellos consiguieron escapar por unas puertas de difícil acceso. «Lúculo devastó la ciudad y cubrió de infamia el nombre de Roma». Aquellos que pudieron huir quemaron los campos para que sus enemigos no pudieran valerse de ellos. Así superó Lúculo el primer escollo.

Muerte en Intercatia

La siguiente urbe en la mira de Lúculo fue la vecina Intercatia , en la que, según el historiador clásico, se habían reunido unos 20.000 soldados y 2.000 jinetes vacceos. Una vez más, intentó engañarlos. «El cónsul, siguiendo un criterio estúpido, los invitó a firmar un tratado, pero ellos le echaron en cara su actitud vergonzosa en los sucesos de Cauca y le preguntaron si les invitaba con las mismas garantías que les dio a aquellos». El general no se tomó bien los reproches y, «en lugar de ser crítico contra sí mismo», puso cerco a la ciudad y «a soló sus campos » para conseguir que se murieran de hambre. Los hispanos, sabedores de la potencia de las legiones romanas, prefirieron situarse tras la seguridad de los muros y responder con saetas a las afrentas de sus contrarios.

Durante estos tensos momentos, y cuando los víveres comenzaron a escasear, los vacceos se salvaron gracias al tradicional ingenio hispano. Cuenta Apiano que una noche unos «jinetes bárbaros que habían salido a forrajear» días antes regresaron y se toparon con el cerco de las legiones. Como no podían entrar en la urbe, decidieron ponerse « a correr alrededor del campamento dando gritos » para provocar «el alboroto». El plan no pudo tener mejor resultado. Quizá fue la oscuridad, quizá el miedo a verse rodeados. Puede también que el hambre y la falta de raciones hicieran mella en su ánimo. Pero lo cierto es que «un extraño temor invadió a los romanos» y condenó su ánimo. Según Apiano, aquello hizo que, a la larga, no combatieran igual.

Enterramiento en la necrópolis vaccea de Pintia

En las jornadas siguientes el animo romano se resintió y los vacceos, a golpe de dardo, consiguieron defender las murallas de Intercatia y hasta expulsar de su interior a los legionarios cuando lograron atravesarlas.

El golpe de gracia fue que, durante una de las muchas retiradas después de fallar en las decenas de ofensivas, los hombres de Lúculo cayeron «en una cisterna de agua en donde perecieron la mayoría». Al final, al cónsul no le quedó más remedio que asumir su derrota ante aquella aldea de irreductibles hispanos . Todo terminó con un tratado de paz en el se exigió a los defensores que entregaran dinero, ganado y rehenes para garantizar su seguridad. «No obtuvo Lúculo el oro y la plata que había pedido y por las que había hacía la guerra, al creer que toda Iberia era rica en oro y plata», añade Apiano.

No pudo caer en un error mayor... Al menos, según el historiador clásico. «Y es que, en efecto, no los tenían y ni siquiera aquellos celtíberos daban valor a estos metales ». Con todo, parece que el traicionero Lúculo no estaba todavía contento y, en un último alarde de gallardía, se dirigió hacia la cercana Palantia para saquearla. Sus legionarios, necesitados de una victoria y del tacto del metal preciado, quedaron frustrados cuando la caballería vaccea de esta urbe los acosó una y otra vez. Todo terminó como cabía esperar: los ejércitos del Senado , sin comida ni apoyo de Roma, se retiraron a sus cuarteles de invierno para humillación del cónsul. Otra gran (y olvidada) victoria de un pueblo oscurecido por la mítica Numancia.

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