Los 5 secretos de Escipión para que los irreductibles habitantes de Hispania no humillasen a sus legiones romanas

El cronista e historiador Apiano dejó constancia en sus textos de que el general romano impidió que las prostitutas y los adivinos acompañasen a los soldados y ejercitó a sus hombres hasta la extenuación para erradicar las continuas derrotas que lamentaba la República en Hispania

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Manuel P. Villatoro

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Las crónicas del historiador Apiano sobre la guerra entre Roma y los pueblos que habitaban la Península Ibérica (desde celtíberos hasta lusitanos ) están trufadas de continuas referencias a las derrotas de las legiones . Al menos desde el 187 a.C. hasta el 135 a.C. Durante ese medio siglo, la resistencia de los hispanos a los soldados de la República fue férrea y sus victorias ante cónsules de la talla de Mancino escandalosas e hirientes. Fueron 52 años en los que Numancia se erigió en un bastión contra el enemigo y se transformó en un baluarte que minaba la moral de unos soldados que se sentían impotentes ante la determinación de aquellos a los que habían invadido. Sin embargo, en el 134 a.C. todo cambió gracias a Publio Cornelio Escipión Emiliano . Un solo hombre, sí, pero un general que extirpó los vicios de sus subordinados a golpe de disciplina y los convirtió en verdaderos militares capaces de vencer en el campo de batalla.

Hacia Hispania

El general no arribó hasta nuestras fronteras de la mano de la fortuna divina. Su llegada fue orquestada por un Senado harto ya de las continuas derrotas que los celtíberos infligían a sus legionarios romanos en la Península. La humillación de los 40.000 soldados de Cayo Hostilio Mancino ante apenas 4.000 defensores fue el culmen de aquella debacle. Había que buscar una solución, y esta llegó de la mano de la misma familia que había expulsado a los cartagineses de Iberia y había vencido, a la postre, al mismo Aníbal en la batalla de Zama . Escipión Emiliano , nieto político del héroe que había protagonizado tales gestas, fue el elegido para escarmentar a unos hispanos que se negaban a doblar la rodilla ante la entonces primera potencia del Mediterráneo.

Pero, según confirman el historiador Carlos Díaz Sánchez en «Grandes generales de la antigüedad» y los investigadores Alfredo Jimeno y Antonio Chaín en el dossier «La guerra numantina: cerco y conquista de Numancia» , surgió un problema: Escipión no podía acceder al puesto de cónsul de la Hispania Citerior debido a que su edad se lo impedía. Como medida para paliar este problema, los tribunos de la plebe decretaron que, como habían hecho algunos años antes (cuando fue llamado a filas para liderar la conquista de Cartago) dejarían en suspenso aquella norma durante un año. Valía la pena si, a cambio, cortaban de raíz el desastre. «La situación lo requería y el pueblo lo aclamaba , por lo que volvió a asumir el puesto en enero de 134 a.C.», añade el primer autor.

Una vez elegido, Escipión Emiliano inició el camino hacia la Península Ibérica . Y ya, antes de partir, acometió su primera gran revolución. En lugar de desangrar a Roma con el reclutamiento de un ejército que lo acompañara (como era habitual en la época) prefirió crear un contingente formado de forma exclusiva por aquellos voluntarios que aceptasen acompañarlo en su aventura hispana. El contingente fue denominado « cohors amicorum » o, en castellano actual, « cohorte de amigos ». Aquella primera medida dio aire a la economía de la Ciudad Eterna al permitir que su producción no se viese resentida por la falta de mano de obra masculina. Así lo explicó el historiador del siglo II Apiano en sus textos sobre la guerra de Numancia:

«Él no formó ningún ejército de las listas de ciudadanos inscritos en el servicio militar, pues eran muchas las guerras que tenían entre manos y había gran cantidad de hombres en Iberia. Sin embargo, con el consenso del senado, se llevó a algunos voluntarios que le habían enviado algunas ciudades y reyes en razón de lazos personales de amistad, y quinientos clientes y amigos de Roma, a los que enroló en una compañía y los llamó la compañía de los amigos. A todos ellos, que en total eran unos cuatro mil, los puso bajo el mando de su sobrino Buteón y él, con unos pocos, se adelantó hacia Iberia para unirse al ejército, pues se había enterado que estaba lleno de ociosidad, discordias y lujo, y era plenamente consciente de que jamás podría vencer a sus enemigos antes de haber sometido a sus hombres a la disciplina más férrea».

1-Expulsar a prostitutas y adivinos

El panorama con el que se topó Escipión Emiliano a su llegada a Hispania era casi dantesco. Las legiones afincadas en los campamentos se habían dado a los placeres sexuales y a los falsos augirios para mitigar la desmoralización por las continuas derrotas ante los numantinos. En este sentido, Díaz añade también que «se encontró con un ejército sin disciplina alguna » y sumido «en una situación de crisis» en todos los sentidos. Así, y para su desgracia, confirmó los rumores que le habían llegado durante el viaje. «Había tenido noticias de que los hombres estaban corrompidos por la ociosidad , las discordias y la molicie », añaden, en este caso, los autores españoles en su dossier.

Escipión acabó de forma drástica con todo aquello. Su primera medida fue despedir a la gigantesca cohorte de civiles que seguía a los legionarios en su vida diaria. «Nada más llegar, expulsó a todos los mercaderes y prostitutas , así como a los adivinos y sacrificadores , a quienes los soldados, atemorizados a causa de las derrotas, consultaban continuamente», desvela Apiano. Tan solo permitió que se quedasen los esclavos que acompañaban a los soldados y que, antes de la batalla, les ayudaban a vestirse y a cocinar su comida diaria. Aunque, eso sí, redujo el número total. Los más mermados fueron los grandes séquitos de los oficiales. Así acabó con tres enemigos a la vez: redujo la tensión que provocaba la brecha social entre mandos y tropa , disminuyó las bocas que alimentar y enseñó a sus subordinados a ser rudos.

2-Acabar con los lujos

La segunda medida para endurecer a los legionarios romanos fue deshacerse de cualquier efecto personal que no les sirviese en plena batalla. Así lo recordaba Apiano: «Les prohibió llevar en el futuro cualquier objeto superfluo, incluso víctimas sacrifícales con propósitos adivinatorios. Ordenó también que fueran vendidos todos los carros y la totalidad de los objetos innecesarios que contuvieran y las bestias de tiro, salvo las que permitió que se quedaran».

Denegó también todas las peticiones de los que solicitaban quedarse con « utensilios para su vida cotidiana ». Solo permitió que los legionarios disfrutaran de un asador , una marmita de bronce y una taza . Lo más básico y funcional. El resto, debió pensar Escipión, eran lujos innecesarios. Se cuenta que, en una ocasión, cuando el cónsul vio que uno de sus hombres cargaba con una pieza de cerámica, la rompió frente a él como enseñanza.

Tampoco tuvo piedad en lo que respecta a la dieta de los legionarios . Por entonces, los soldados ingerían una serie de alimentos básicos (de forma principal, trigo , legumbres y carne ) que acompañaban con productos locales. Escipión Emiliano, en palabras de Díaz, prohibió a los militares adquirir estos « extras » y les ordenó que se limitasen a su ración diaria. Apiano es mucho más sucinto al hacer referencia a esta norma, pues apenas señala que «les limitó la alimentación a carne hervida o asada ». Se refiere, no obstante, a que este era el único suplemento que podían disfrutar fuera del régimen habitual.

3-Erradicar las comodidades excesivas

La tercera obsesión de Escipión fue acabar con las comodidades de las que disfrutaran en su día a día ya que, en su opinión, convertían en débiles a sus hombres. Una de ellas eran los lechos sobre los que los legionarios descansaban por la noche. «Prohibió que tuvieran camas y él fue el primero en descansar sobre un lecho de yerba », afirma Apiano. También impidió que cabalgaran sobre mulas. «¿Qué se puede esperar de un hombre que es incapaz de ir a pie» , afirmó. En el fondo sabía que las largas caminatas les ayudaban a mantenerse en forma para enfrentarse al enemigo.

Por último, al menos en lo que a comodidades se refiere, prohibió que fueran los esclavos los que les pusieran aceite (sustancia que les ayudaba a mantener hidratada la piel y a no quemarse si pasaban mucho tiempo bajo el sol). «Tuvieron que lavarse y untarse con aceite por sí solos, diciendo en son de burla Escipión que únicamente las mulas, al carecer de manos, tenían necesidad de quienes las frotaran», completa Apiano.

4-Potenciar su forma física

Pero lo que más le importó durante semanas fue que sus hombres estuvieran en una forma física idónea para combatir a los celtíberos. Y, para conseguirlo, recurrió a todo tipo de artimañas. La más curiosa consistió en obligarlos a levantar un campamento tras otro para que no detuvieran su actividad en ningún momento. «Así que, recorriendo a diario todas las llanuras más cercanas, construía y demolía a continuación un campamento tras otro, cavaba las zanjas más profundas y las volvía a llenar, edificaba grandes muros y los echaba abajo otra vez, inspeccionándolo todo en persona desde la aurora hasta el atardecer», desvela Apiano. De esta forma, les demostraba además lo importante que era atrincherarse para evitar ser emboscados en campo abierto por los numantinos. Con todo, tampoco faltaron las recurrentes marchas, que realizaban cargados con todo su equipo:

«Las marchas, con objeto de que nadie pudiera escaparse como sucedía antes, las llevaba a cabo siempre en formación cuadrada sin que estuviese permitido a ninguno cambiar el lugar de la formación que le había sido asignado. Recorría la línea de marcha y, presentándose muchas veces en la retaguardia, hacía subir en los caballos a los soldados desfallecidos en lugar de los jinetes y, cuando las mulas estaban sobrecargadas, repartía la carga entre los soldados de a pie. Si acampaban al aire libre, los que habían formado la vanguardia durante el día debían colocarse en torno al campamento después de la marcha y un cuerpo de jinetes recorrer los alrededores. Los demás, por su parte, realizaban las tareas encomendadas a cada uno, unos cavaban las trincheras, otros hacían trabajos de fortificación, otros levantaban las tiendas de campaña, y estaba fijado y medido el tiempo de realización de todos estos menesteres».

5-Mano dura contra los vagos

En último lugar, y según Apiano, Escipión inició una campaña de mano dura contra los oficiales. Los más acomodados y vagos , según deja entrever en sus textos. Su máxima era que los «generales austeros y estrictos en la observancia de la ley» eran infinitamente más útiles para sus hombres que aquellos que se daban a los placeres mundanos. Estos, los « dúctiles y amigos de regalos », lo eran «para los enemigos». «Los soldados de estos últimos están alegres pero indisciplinados y, en cambio, los de los primeros, aunque con un aire sombrío, son, no obstante, obedientes y están dispuestos a todo», afirma el historiador del siglo II.

Con todas estas medidas, dice Apiano, Escipión logró «reintegrar a la disciplina a todos en conjunto» y los «acostumbró a que lo respetaran y lo temieran, mostrándose de difícil acceso, parco a la hora de otorgar favores y, de modo especia, en aquellos que iban en contra de las ordenanzas».

Solo cuando consideró que las legiones romanas que comandaba estaban preparadas tanto a nivel físico como psicológico se enfrentó a los numantinos. Y lo hizo, aunque parezca extraño, con suma cautela. Su estrategia fue sencilla, pero efectiva: evitar lanzarse contra las murallas de la ciudad, cortar los suministros que llegaban a ella y saquear los campos vacceos (aledaños a la urbe y que la nutrían de alimento) para evitar su ayuda. Había sembrado las semillas de la victoria, para desgracia de nuestra Hispania.

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