«Si los padres se pusieran al nivel de los hijos no actuarían de la forma que lo hacen»

La pedagoga Tania García explica cómo educar sin perder los nervios

Laura Peraita

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Quien tiene hijos sabe muy bien qué es enfrentarse a sus rabietas, negativas, desobediencias, enfados... Situaciones que, en ocasiones, empujan a perder los papeles y acabar a gritos. Tania García , pedagoga y asesora familiar, intenta poner un poco de paz y sentido común sobre este asunto con su último libro «Educar sin perder los nervios» .

Cuando se pierden los nervios con los niños, ¿es más «culpa» de los padres, que no saben controlarse, o de los hijos, que les llevan al límite?

Estamos muy acostumbrados a buscar culpables y en realidad, en la vida, somos responsables de lo que hacemos y de lo que sentimos. Los hijos no llevan al límite a nadie, son personas que están en pleno desarrollo cerebral y, por tanto, emocional. Simplemente hacen, dicen y se expresan como sienten y somos nosotros, los adultos, los que debemos ser responsables de cómo nos comportamos ante estas situaciones. Somos ejemplo, somos guía, debemos aprender a conocer nuestras emociones para que nuestros hijos puedan conocer las suyas. Si perdemos los nervios ante situaciones normales con los niños, lo único que les enseñamos es a que pierdan ellos ante situaciones cotidianas en la vida.

¿Son el estrés y las prisas de los adultos malos compañeros de viaje para mantener la calma? ¿Pecamos de cargar nuestro nerviosismo del día con los hijos y generar situaciones conflictivas?

Hemos sido educados en el adultismo y autoritarismo. Esto quiere decir que hemos pensado que los niños son los débiles y los adultos, los que mandamos. Lo cierto es que cuando tenemos hijos debemos integrar que no nos pertenecen, que los traemos al mundo para que sean seres únicos, libres y especiales (como nacen) y que nuestro único papel es el de acompañarlos en sus vidas de la mejor manera posible, respetando su integridad, física y mental, como merece cualquier ser humano. Por ello debemos aprender a conocernos en integridad, entendiendo que, por muy difícil y estresado que sea nuestro día a día, nadie debe cargar con ello, ni nuestros hijos, ni tan siquiera nosotros mismos. Debemos saber qué hacer con lo que sentimos y qué lugar le corresponde por nuestra óptima salud mental, emocional y familiar.

¿Se piensa con demasiada frecuencia, y equivocadamente, que los hijos actúan así para fastidiar a los padres?

Sin duda. Los niños son niños y, como tales, gritan, lloran, se enfadan, están cansados, irritables, se expresan emocionalmente de la manera que necesitan, saben y aprenden, y nunca hacen nada para fastidiar a un adulto, es el adulto el que tiene un juicio equivocado sobre las necesidades de los niños. Toda emoción de nuestros hijos esconde algo detrás. Hay que atenderlos, escucharlos, comprenderlos, acompañar sus emociones y ayudarles a buscar soluciones si es que son posibles y las necesitan. No hay que malpensar nunca de un hijo. Derribemos ya el arcaico pensamiento de que los hijos son nuestros enemigos y esto es una guerra entre ellos y nosotros en la que debemos salir vencedores. Empecemos a verles como lo que son, las personas que más amamos y que necesitan lo mejor de nosotros para crecer óptimamente a nivel no solo físico, sino también mental. Su bienestar psicológico depende de nosotros, de nuestra guía empática y nuestro buen ejemplo.

¿Por qué es tan fácil que los padres se pongan al nivel de los hijos, discutan y pierdan los nervios con facilidad?

En realidad si se pusieran al nivel de los hijos no actuarían de la forma en la que actúan. Los adultos de hoy fuimos educados para ver, oír y callar. Tuvimos una nula educación y acompañamiento emocional (marca registrada). No aprendimos nada sobre lo que son y suponen las emociones y lo cierto es que lo son todo en una persona. Con emociones nacemos y con emociones morimos, forman parte de nuestro ser y forma de comportarnos y actuar. Por tanto, es normal que los padres no sepan nada sobre su interior emocional, no sepan identificar qué les ocurre y porqué, no sepan calmar ese fuego interno que les invade cuando sus hijos hacen o dicen lo que ellos no quieren que digan o hagan… cuando, en realidad, para aprender de calma necesitan unos padres calmados, para aprender de emociones y de cómo expresarlas sin dañar a nadie, necesitan a unos padres que conozcan sus emociones, las entiendan, las procesen, las calmen cuando sea necesario y las expresen sin dañar la integridad de nada ni de nadie.

¿Es posible educar sin perder los nervios?

Todos somos humanos, todos somos seres emocionales y todos tenemos momentos de estrés y nervios. De hecho, el estrés es necesario para nuestra supervivencia, pero en los niveles adecuados. Se trata de aprender a educar y tratar a nuestros hijos con sentido común, coherencia, respeto, amabilidad, tolerancia y amor. Tratarlos como a cualquier ser humano, sin faltarles el respeto ni tan siquiera en los momentos difíciles, aprendiendo de estos momentos y, sobre todo, entendiendo sus etapas vitales y desarrollo.

¿Qué hacer en el momento para controlar una explosión emocional?

El primer paso sería conocer más y mejor sobre nuestras emociones, el proceso que siguen y necesitan, su utilidad y su función, así como, por ende, entender las de nuestros hijos. No se trata tanto de controlarnos, ya que es sano sentir, sea la emoción que sea, sino de comprender que nuestra forma de sentir las emociones no debe hacer daño a nadie. Por tanto, hay que buscar soluciones que te permitan conocerte, valorar y amar tus emociones, pero no echarle la culpa de ellas a tus hijos ni cargar ellos con tu exceso de emoción.

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