Mensaje de última hora para los que vivan esta Navidad la primera ausencia de un ser querido

El director general del Centro de Humanización de la Salud explica los diferentes sentimientos que se generan en estas fechas y cómo afrontarlos cuando falta a la mesa un familiar por fallecimiento

Laura Peraita

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La Navidad es un periodo del año que, aunque celebrado en casi todo el planeta, es vivido de forma muy distinta en cada hogar. Casi siempre, todo depende de la situación que atraviese la familia . Cuando se trata de afrontar estas fechas siendo la primera vez que falta un ser querido por fallecimiento, la cercanía de la Navidad se suele vivir en una encricijada de sentimientos enfrentados. Por un lado, la desgarradora tristeza de esa ausencia y, por otro, el compromiso de sentarse a la mesa con el resto de familiares ante un acto de aparente felicidad.

No es extraño escuchar comentarios del tipo « odio la Navidad por los recuerdos que me trae », «me hace sentir melancolía por los que ya no están», «estas fechas ya no son lo mismo»... Y es que la Navidad, a veces, saca a relucir la otra cara de la fiesta.

José Carlos Bermejo , director general del Centro de Humanización de la Salud , explica que en Navidad, además de todo lo que se ve, hay una cara oculta o escondida que —con frecuencia— pertenece a la privacidad de la experiencia de muchos, lo que motiva a que algunos confiesen no desear ni vivir alegremente este período del año y otros que, no confesándolo, conviven con un sentimiento marcadamente nostálgico. «Más allá de lo que hayamos hecho de esta fectividad, que en realidad es la celebración del misterio de un Dios —el de los cristianos— que se hace pequeño y se manifiesta en un Niño, —¡absurdo a los ojos humanos sin fe!—, quien más, y quien menos, intenta encontrarse con los suyos y compartir con ellos tiempo, regalos, la mesa, celebraciones litúrgicas... Pero esa lágrima furtiva es una característica de Navidad. En tiempos de pandemia, traemos a nuestro recuerdo a las personas que no están y, muy especialmente, a las que fallecieron sin poder despedirnos y sin honrarlos con los ritos que expresan la más genuina pietas. ¿Será que esa lágrima es un ingrediente de toda celebración?»

«Quien no se reconoce el derecho a gozar de las presencias reales y poder compartir con ellas el significado de otras presencias pasadas, y que ahora están vivas en el recuerdo, sin que ello tenga que ser tachado de mal gusto o de inoportuno, no vive en su pleno significado la celebración»

Asegura que aunque parece obvio que cuando algo se quiere celebrar, se desea compartir con las personas a las que se quiere. «Por eso, y porque no conseguimos tener con nosotros a todas las personas a las que queremos o hemos querido, se desata la capacidad de recordar a los que ya no están y las experiencias vividas con ellos. N uestra lágrima furtiva lo que hace es traerlas a la fiesta , darlas un espacio en nuestro corazón».

Este hecho es el que explica que quien no consigue hacer la paz con el hecho de que no hay celebración sin recuerdos de ausencias , sin lágrimas furtivas, odia la Navidad. «Quien no se reconoce el derecho a gozar de las presencias reales y poder compartir con ellas el significado de otras presencias pasadas y que ahora están vivas en el recuerdo, sin que ello tenga que ser tachado de mal gusto o de inoportuno, no vive en su pleno significado la celebración», asegura.

Jose Carlos Bermejo recuerda que cuando él era pequeño, el más viejo de la familia era el encargado de bendecir la mesa antes de cenar en Nochebuena y Nochevieja. Su abuelo, y después su padre no evitaban las lágrimas que se les caían en el momento de invitar a todos a decir una oración por los difuntos. « ¿Tenían tal mal gusto como para empezar a cenar, en un momento tan entrañable y de fiesta recordando a los difuntos precisamente? Creo que no —confiesa—. Más bien me parece que era la paz con la fiesta en su auténtico significado: compartir, comer el pan juntos, pero sin máscaras, aceptando lo que hay dentro de cada uno de nosotros , donde los recuerdos a veces tienen un sabor más fuerte que la misma presencia».

Rescata además un escrito del sacerdote holandés Henri Noweno: «La celebración es posible solo donde amor y temor, alegría y dolor, sonrisas y lágrimas puedan coexistir. Celebración es aceptación de la vida en la conciencia cada vez más clara de su preciosidad, y la vida es preciosa, valiosa, no solo porque se puede ver, tocar y gustar, sino también porque un día ya no la tendremos». En opinión de Bermejo, olvidar esta parte oscura, la otra cara de esta moneda, es matar la celebración . «No hay celebración donde todo sea color de rosa, sino donde la armonía de los colores, como en un arco iris, permite que uno se distinga del otro entremezclándose ligeramente y dándose espacio el uno al otro».

No hay alegría en el presente si no es integrando sanamente el pasado

Recomienda en las reuniones familiares dar la oportunidad para sacar a la luz los recuerdos, « compartirlos quizás sea la clave para que quien dice odiar la Navidad pueda saborearla y quien esconde la lágrima pueda compartirla y darle el justo significado: las presencias del corazón, que pueden ser también compartidas con los que nos rodean sin aguar la fiesta ».

Un brindis por los que no están

Por eso, invita a alzar un brindis por los que no están, «una oración, un momento de conversación sobre ellos, un espacio para aquellos momentos tan críticos y especiales que recordamos» porque asegura que, de esta forma, se logrará hacer de nuestros momentos de fiesta, auténticos encuentros compartidos y no apagados por los ruidos externos o deslumbrados por las luces y colores que también nos ayudan a celebrar.

El director general del Centro de Humanización de la Salud también quiere recordar que es muy positivo dedicar un rato de conversación con quien está en el hospital, en la residencia de ancianos o en la soledad de su hogar... «Un rato de conversación donde puedan compartirse también las lágrimas harán que el champán sepa a champán y que la alegría lo sea también del corazón, porque no hay alegría en el presente si no es integrando sanamente el pasado, y la no integración del pasado sabe a amargura y se llama melancolía y más que dar espacio a la alegría, entristece, más que a la fiesta deja espacio solo al disfraz. Y creo que la Navidad no es precisamente la celebración del carnaval».

Por último, quiere transmitir un mensaje a quien le asalte el sentimiento de culpa por mostrar algún signo de alegría en estas fechas a pesar de las ausencias. «Que sepa que para quien estudia este fenómeno, es considerado como normal. Menos normal sería justificar conductas de retirada de la celebración , de justificación de dinámicas de encerramiento o tristeza, pensando que estas pueden honrar más dignamente la memoria de nuestros seres queridos. Les honramos dignamente acompasando nuestro corazón al ritmo de la reconstrucción de nuestra identidad en la relación con los supervivientes y en el cultivo agradecido del recuerdo de nuestros seres queridos», concluye José Carlos Bermejo.

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