La lectura a golpe de veranos para aprender la libertad

Seguro que muchas cosas no serán iguales –no lo están siendo– este verano. Aunque le antepongamos lo de «nueva», malamente podremos llamarla normalidad. Son exigencias que debemos cumplir, precisamente, para poder recobrar pronto nuestra cotidianidad perdida. Pero, con todo y sus rarezas, también esta temporada estival viene acompañada de algunos de sus irrenunciables rituales .

Los días se prolongan. Parece como si, por una vez, el tiempo y nuestras vidas se acompasaran . Nos despojamos de tanta urgencia. Dejamos en un segundo plano los quehaceres inmediatos, hay horas para estar y para ser. Por eso, una de las actividades que encuentra en la estación veraniega su mejor acomodo es la lectura . No se puede negar que, en otros períodos, hay mil reclamos que dificultan el obtener los únicos dos requisitos que tan placentera actividad nos demanda: tiempo y atención. Es tanto, sin embargo, lo que, a cambio, nos da.

Hacer la historia de los veranos pasados, para quien ya conoce esta experiencia, es recobrar también las mil y una peripecias vividas, a través de las páginas que nos han acompañado. Recordar a personajes que se convirtieron en recurrentes habitantes de nuestra imaginación. Retomar los dilemas que una aguda reflexión o un diálogo vivo despertaron en nuestro interior. O evocar las palabras, encadenadas en unos pocos versos, que nos enseñaron a ver con nuevos ojos el mundo.

No, no deberíamos renunciar a esta aventura aparentemente solitaria , que nos introduce sin embargo en una prodigiosa hermandad. La de todos aquellos lectores que, a golpe de veranos, han accedido a ese universo de palabras, a ese espacio fascinante, donde aprender la libertad.