«Es muy injusto que te persigan los errores de la adolescencia toda la vida»

El autor de «La batalla del móvil» explica que los jóvenes de hoy son primera generación atada a su pasado

Laura Peraita

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Fernando García , autor de «La batalla del móvil, ¿cómo ganarla en el hogar?» considera que los padres sí están a tiempo de ganar esta batalla. «¡Por supuesto!, solo hace falta aplicar las “viejas recetas educativas” a los nuevos medios digitales. Es cierto que, dada la rapidísima irrupción del teléfono móvil en nuestras vidas (en tan solo 10 años ha colonizado todos los hogares), los menores se han quedado huérfanos de referentes educativos. Es más —prosigue—, como a los adultos nadie les ha mostrado cómo se usa bien ese «aparatito», muchas veces son ellos los que peor lo utilizan, dando muy mal ejemplo a sus hijos. ¿Cuántas veces se les pide a ellos que hagan aquello que sus padres no hacen? Y no hay que olvidar que, en educación, la primera y más importante exigencia es para el educador. Los hijos aprenden más de lo que ven que de lo que oyen. Esta es, por tanto, la primera estrategia para ganar la batalla: que los padres hagan buen uso del dispositivo y sus hijos lo vean. A partir de ahí, se pueden consensuar unas normas familiares, con sus derechos, sus obligaciones y sus sanciones, en las que lo fundamental es que mamá y papá apliquen los mismos criterios».

¿Están los padres a tiempo de «desconectar» a sus hijos de las tecnologías para volver a conectarles a la realidad?

Creo que sí, pero deben establecer dinámicas familiares que permitan esa desconexión desde la más tierna infancia. Es muy habitual que, cuando los hijos son pequeños, se les dé una pantalla para que estén entretenidos, quietos y en silencio, y así los padres pueden «aprovechar» ese tiempo sin que el menor les moleste. Pero, casi sin ser conscientes de ello, ya están poniendo las bases para que ese niño desarrolle una «dependencia» hacia la pantalla y unos hábitos poco saludables. Así, como mínimo, le privan del juego libre (tan importante para desarrollar la creatividad), de la actividad motora (tan importante para el adecuado desarrollo físico), de la relación con sus iguales (tan importante para desarrollar las habilidades sociales) y de la convivencia familiar (tan importante para establecer vínculos afectivos). Además, ¿quién le dice después a ese hijo, cuando crezca, de adolescente, que se desconecte de lo «virtual» para conectar con lo «real» si han sido los propios padres los que han propiciado esos malos hábitos?

¿Qué consecuencias futuras tiene el debilitamiento de las relaciones familiares por este asunto?

Varias. Una de ellas, de importancia capital, es la escasez de vínculos entre sus miembros, lo que impide la creación de un clima de confianza que permita una comunicación fluida entre ellos. Si cuando los hijos son pequeños y reclaman atención (la actividad más gratificante para un hijo es pasar tiempo con sus padres) no se le proporciona y se le deja bajo la tutela de esos «canguros virtuales», no se puede esperar que, cuando llegue la adolescencia, quieran hacer actividades en familia, contar qué hacen o con quién van.

Hay padres que se quejan de que sus hijos adolescentes no se apuntan a los planes familiares o no tienen confianza suficiente para hablar de lo que les preocupa y, muchas veces, descubres que cuando eran más pequeños los padres no les hicieron demasiado caso. Si «abandonas» a tus hijos cuando son pequeños, no te quejes si ellos te abandonan cuando llegue la adolescencia y busquen otras compañías y otros interlocutores. Los vínculos comienzan a desarrollarse desde el momento de la concepción: La confianza se conquista día a día desde el nacimiento.

¿Por qué asegura que los padres deben tomar un ansiolítico antes de ver lo que cuelgan sus hijos en las redes sociales? ¿Tan poco les conocemos?

Esto lo suelo decir medio en broma, sobre todo si los padres espían lo que hacen sus hijos en el ciberespacio sin que ellos lo sepan. ¿Qué hubieran visto y oído nuestros padres si nos hubieran grabado mientras hablábamos con nuestros amigos cuando éramos adolescentes? Gracias a Dios, esas conversaciones no quedaron registradas en ningún soporte. El problema es que ahora todo lo que dicen y hacen los adolescentes está documentado en su Instagram o en sus conversaciones en WhatsApp. Con el agravante de que necesitan proyectar una imagen que les haga populares y, desgraciadamente, la popularidad normalmente no se consigue mostrando lo mejor de cada uno… Por eso, lo que proyectan los hijos en el mundo digital suele ser una caricatura de su personalidad, y esa caricatura no suele ser muy del agrado de los padres que se escandalizan y se asustan cuando la descubren. Por eso lo del ansiolítico, porque pueden ver o leer cosas que les provoquen un ataque de ansiedad.

Pero, ¿deben realmente los padres ver los mensajes que escriben en WhatsApp?

Solo si sus hijos les han dado permiso para ello. Si no lo tienen, no deberían hacerlo, deberían respetar su intimidad (tan importante en la adolescencia). Si no se fían de lo que puedan hacer y necesitan espiar lo que hacen, es que no están preparados para tener un móvil. Por tanto, que no se lo den. Si se lo proporcionan, tendrán que confiar en ellos. Solo si comprobaran que el hijo tiene comportamientos que puedan hacer sospechar que esté siendo acosado (por sus iguales o por un adulto) y no quiere hablar sobre ello cuando le preguntan sobre lo que le pasa, podrían, como medida de prudencia, mirarlos.

¿Son conscientes los jóvenes de que todo lo que publican es un «curriculum en la sombra» de cara a su futuro?

Pienso que sí son conscientes. De hecho, han escuchado ya muchas charlas y recibido muchos consejos sobre ello, y así lo compruebo cada vez que se lo he preguntado. Pero que tengan información no siempre significa que hagan caso, al fin y al cabo, la adolescencia es la edad de la transgresión: ¿cuántos adolescentes siguen montándose en la moto sin casco?, ¿cuántos conducen habiendo consumido alcohol o drogas?, ¿cuánta información han recibido sobre ambas cuestiones? Lo cierto es que muy injusto que a una persona le persigan los «errores» de su adolescencia o juventud durante toda la vida, y algo habrá que hacer para evitarlo. Junto a la insistencia educativa para hacerles conscientes de este riesgo, habrá que legislar para que todos tengamos derecho a borrar nuestro «pasado» digital en cualquier momento, especialmente si el individuo es joven.

¿Son las primeras generaciones verdaderamente atadas a su pasado?

Es evidente que si no consiguen borrar su rastro digital, este les perseguirá toda su vida. Y ejemplos hay ya de ello. Esta es la primera generación que tiene su adolescencia documentada, y en ese archivo habrá acciones o hechos de los que estarán orgullosos, pero otros que les avergonzarán. ¿Se imagina que cualquiera pudiera conocer ahora lo que usted hizo en su adolescencia? Seguro que descubriríamos muchas cosas buenas, pero también habrá otras que le causarían sonrojo y le gustaría que nadie pudiera conocer… Creo que el derecho a que desaparezca nuestro pasado digital, o al menos aquello que pueda dañarnos en el futuro, debería incorporarse a la declaración universal de los derechos humanos. Yo le llamo, el derecho a la «redención digital» y ya hay empresas que han hecho de este derecho su modelo de negocio.

¿Es cierta la paradoja de que los adictos a la comunicación se quedan incomunicados?

Los adictos a la comunicación a través de la pantalla pueden no ser capaces de la interacción cara a cara, porque se aprende a base de practicarla, y lo cierto es que cada vez se practica menos. Es lo que Sherry Turkle describe como «estar juntos, pero solos». Miembros de la misma familia, que viven bajo el mismo techo, pero que prácticamente no se miran a la cara y realmente no se conocen. Grupos de amigos que se reúnen en un parque, pero cada uno de ellos solo mira a la pantalla de su Smartphone, apenas levantan la cabeza para fijar su mirada en alguien o en algo. Me decía un adolescente que le resulta más fácil conseguir 100 seguidores en Twitter que tres amigos para jugar una partida de cartas. Hace tiempo que se sentenció que nunca hemos estado tan cerca de los lejanos (24 horas al día, 365 días al año, esté donde esté), pero tan lejos de los próximos. Ciertamente es una paradoja, y hay que poner medios para superarla. Hay que establecer momentos y lugares de desconexión absoluta, por ejemplo, cuando estemos en familia, con los amigos, en el colegio o la universidad…

¿Cuáles son los síntomas que deben conocer los padres para saber si su hijo es adicto al móvil?

Me gustaría aclarar en primer lugar que, aunque es cierto que hay personas cuya relación con el móvil es tan tóxica que necesita del adecuado tratamiento (en pocos años se han creado clínicas para «desintoxicar» adictos a las pantallas), no todos los que abusan del aparato han desarrollado esta patología. De hecho, casi todas las personas que lo usan de manera habitual experimentan algún grado de dependencia que les hace sentirse mal cuando, por ejemplo, se les acaba la batería o se lo han olvidado al salir de casa; lo que se ha bautizado como nomofobia. En el caso de los menores de edad habría que estar atento a unos indicadores que podrían hacer sospechar la existencia de una adicción. Sin pretender ser exhaustivo, citaré los siguientes: nunca se separa del móvil, lo lleva al baño, durante las comidas, ante el televisor, a la cama... nunca lo apaga, a lo sumo lo silencia; está nervioso y se irrita con facilidad cuando no dispone de él, y este estado desaparece en cuanto lo recupera; modifica los hábitos de sueño porque usa el móvil hasta muy tarde; disminuye la cantidad y calidad de la comunicación cara a cara con familiares y amigos; pierde interés por otras actividades vinculadas al ocio que antes realizaba con gusto (deporte, lectura, cine, etcétera); se registra una llamativa caída en su rendimiento escolar. Estas actitudes se manifiestan en todos los contextos: en casa, en el colegio, con los amigos... Si observara esto en su hijo, le aconsejo que se ponga en contacto con algún experto para que valore la situación y adopte las medidas necesarias.

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