Diálogos de Familia

«Hay alternativas muy eficaces para acabar con los gritos, amenazas y castigos que usas cada día con tus hijos»

Amaya de Miguel, fundadora de Relájate y Educa, explica en esta entrevista cómo lograr un hogar en armonía

Laura Peraita

Esta funcionalidad es sólo para registrados

La fundadora de Relájate y Educa , Amaya de Miguel, tiene muy claro que educar a los hijos no es fácil y que hay muchos hogares en los que los gritos acaban con las buenas intenciones de muchos padres . «Quieren dejar de gritar porque lo que pretenden es que reine el amor en la familia. Sin embargo, no saben cómo hacerlo y al elevar la voz añaden, además, agresividad, tensión y hostilidad a la situación y tienen la sensación de que están retirando ese amor a sus hijos y, entonces, les surge un conflicto interno . El problema añadido es que muchos expertos aseguran que vivir en un ambiente de gritos, amenazas y chantajes no es positivo para los pequeños porque les genera miedo, no interiorizan la conducta positiva y, además, a largo plazo no es una técnica que funcione. Nadie, ni adultos ni niños, se benefician de la tensión que generan los gritos», asegura la autora del libro 'Relájate y Educa' (Plataforma Actual ).

¿Por qué es tan fácil acabar a gritos?

Los padres contamos con una serie de herramientas que están oxidadas, anticuadas, que hemos recibido de generaciones anteriores y no funcionan bien. Hay que descartarlas e incorporar otras que sí sean efectivas y funcionen como alternativas al grito, al castigo, a la amenaza, al premio... Pero no basta con decir «hoy no voy a gritar», sino que hay que incorporar, además, esas nuevas prácticas que me permitan conseguirlo.

¿Cuáles son esas herramientas efectivas?

Aunque depende mucho de las situaciones, es muy importante, en primer lugar, que los padres tengan el liderazgo bien construido, que sean como el conductor de un autobús, porque los hijos no tienen carné, no saben cómo proceder en una rotonda, cuál es el límite de velocidad... Es decir, no pueden permitir que cojan el volante, lo que significa que los niños no deben decidir cuándo usar el móvil, cuánta tele ver, qué comer en cada momento... Los adultos debemos marcar siempre esos parámetros y que los hijos tengan muy claros. Si, por ejemplo, decidimos que a los videojuegos se juega una hora y media en fin de semana y lo piden otro día, les responderemos: «¿es domingo hoy? Pues no hay videojuegos». No se puede improvisar cada día. La estructura debe estar muy clara.

En segundo lugar, es esencial que haya presencia del adulto. Un niño de cuatro años se puede vestir solo físicamente, tiene toda la capacidad para ello, pero emocionalmente quizá no. Entonces, yo le diría esa madre: coge su ropa y llévate al niño a la cocina y que se vista allí pegadito a tus piernas mientras preparas el desayuno. Si es tu hijo de 13 años, que antes se lavaba los dientes solo y ahora no, podemos regañarle, gritarle y su resistencia va a crecer pero, en vez de añadir hostilidad, tenemos la opción de hacerlo juntos y, además, lograr que sea un rato bonito de conexión, poniendo música, contando bromas... Es decir, un momento que es feo o complicado se puede transformar en uno de encuentro y que sea más llevadero.

Siempre que se pueda, se debe utilizar la disciplina juguetona, que consiste en aplicar herramientas basadas en el juego, en hacer el payaso, contar cuentos si son pequeños. Es una forma de conseguir que hagan algo que les cuesta con mayor facilidad.

Hay situaciones muy clásicas que se repiten en millones de hogares cada mañana: los niños no se quieren levantar, no quieren lavarse, tiran el desayuno por la mesa... ¿Cómo cambiar este escenario?

Yo invito a los padres a comprender qué es lo que no funciona en casa porque muchas veces vamos tan acelerados que no nos damos cuenta y, por ello, no podemos cambiarlo. Con respecto a las mañanas, lo que hay que cambiar es la hora de acostarnos. Hay que llevarles a la cama pronto para que puedan descansar más y, si es posible, que se levanten lo suficientemente temprano para que el ritmo de la mañana sea infantil, porque los adultos vamos a toda velocidad mientras que ellos viven en el aquí y ahora. Hay que identificar lo que no funciona y ser valientes para atreverse a cambiarlo. Muchas veces implica adelantar la hora de la cena, reducir extraescolares, acostarse pronto...

También es importante conocer bien a nuestros hijos y si hay alguna emoción que motive esa resistencia al ir al colegio. Investigar si es que pasa algo en el colegio, o es que le cuestan mucho las transiciones...

Sin embargo, si tras un grito se consigue que hagan lo que dicen los padres, ¿deben entender que los gritos educan?

Los gritos dan miedo. Para nuestros hijos nosotros somos como Zeus que lanzaba rayos, pero también te podía mandar una inundación, dejar sin cosecha... Es decir, que en el momento en que estoy gritando, no solo le grito, él recibe que le retiro mi amor, mi protección... y les da miedo. Además, se sabe que cuando al gritar, por ejemplo, para que recoja algo, reacciona por miedo. El efecto que queremos lograr funciona en el momento inmediato, esa vez, pero cuando yo no esté gritando ni amenazando, entonces, para qué lo va a recoger. Su motivación no es dejar la habitación ordenada, es el miedo. Cuando el miedo no esté, ¿para qué va a actuar? Si conseguimos vincular una emoción positiva a eso que ellos no quieren hacer, tenemos ya mucho ganado. Si en lugar de gritarle, pongo música y bailamos mientras recogemos, ahí hay una emoción positiva.

¿Y qué sentimientos se generan en los propios padres cuando gritan y no quieren hacerlo?

Hay madres que por las noches lloran por la frustración de gritarles. A nadie le beneficia no saber cómo gestionar situaciones difíciles o hacerlo contra nuestros valores de respeto, cariño, afecto... La buena noticia es que cuando adquieren nuevas herramientas, el conflicto en sí no desaparece, pero se soluciona de otra manera porque lo manejamos y nos produce satisfacción.

¿Qué otras claves hay para mantener un hogar en armonía?

Lo primero es pasar tiempo juntos, y con presencia; no vale estar viendo el móvil mientras el niño está con videojuegos. Pasar tiempo juntos significa compartir cosas: el silencio, los videojuegos, la música, recoger la casa, salir a pasear, montar en bici... y crear muchos momentos de conexión. La mayoría de nosotros colocamos la conducta de los hijos en nuestra lista de prioridades —que se porte bien, saque buenas notas, trate bien a su hermano, recoja su habitación, me obedezca— y me gustaría que se trasladara a un segundo peldaño y que en el primero estuviera la conexión, crear un vínculo. Por ello pediría a los padres que intenten que, a partir de hoy, dupliquen los momentos de conexión de presencia real con los hijos, con cada uno de ellos. Es más, con los que hacen mejor las cosas y demandan menos, todavía más porque son los que más lo necesitan porque al final no se llevan nada, son tan buenos que se les hace menos caso.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación