La única imagen que ha trascendido del Francis Bacon (a la derecha) y José Capelo (extremo izquierda de la imagen), en la fotografía se puede apreciar la diferencia de edad entre ellos
La única imagen que ha trascendido del Francis Bacon (a la derecha) y José Capelo (extremo izquierda de la imagen), en la fotografía se puede apreciar la diferencia de edad entre ellos - ABC

El compañero español de Francis Bacon sale del país ante el revuelo generado por el robo de sus obras

«José es la persona más privada y discreta del mundo. Le horroriza el protagonismo, nunca ha querido hablar sobre el tema», dicen desde su entorno

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Uno de los peores temores de Francis Bacon se cumplió el 28 de abril de 1992: morir rodeado de monjas. «En aquella última semana perdió el control de su vida. ¿Qué es eso de morir entre curas y monjas? Francis una vez me dijo que no se imaginaba una muerte peor que rodeado de hermanas. Su final fue un misterio», decía su biógrafo, Michael Peppiatt. Es curioso que precisamente en la madrileña plaza de la Encarnación, justo enfrente del Real Monasterio de la Encarnación -un convento de monjas agustinas recoletas-, José Capelo Blanco, el español que compartió con el pintor los últimos cuatro años de su vida, comprara una vivienda el 2 de diciembre de 1994.

Un cuarto piso con buhardilla donde el pasado mes de junio se produjo uno de los mayores robos de arte contemporáneo. Cinco cuadros de una colección de retratos y paisajes, valorados en 30 millones de euros, desaparecían de esta vivienda de 200 metros cuadrados sin que los cacos dejaran ni una sola pista.

El nombre de Capelo -que ahora tiene 59 años- y su relación con el artista se daban a conocer en 2014, cuando Barry Joule hacía públicas unas grabaciones con su amigo Bacon donde decía que le había regalado a su compañero español cuatro millones de dólares y varios cuadros. A Capelo no sólo le han robado los recuerdos del pintor, también le han arrebatado el anonimato, la discreción y la intimidad. El hermetismo de su entorno es admirable, sobre todo cuando se trata de una historia tan jugosa para la prensa. Lo que sí ha podido saber este periódico es que ante el revuelo mediático que se ha generado, Capelo ha decidido salir del país una temporada, hasta que él ya no sea un motivo de percha de actualidad ni protagonice titulares. «José es la persona más privada y discreta del mundo, nunca ha querido hacer declaraciones sobre el tema a pesar de que le han perseguido en Inglaterra y en España. A él le horroriza todo tipo de protagonismos y hablar sobre este tema. Le está agobiando mucho toda esta situación. Por eso ha decidido irse», cuenta a ABC una persona cercana a su entorno, de las pocas a las que este periódico le ha podido arrancar unas palabras sobre él. La mayoría prefiere callar. Un silencio sepulcral que dice mucho del discreto y leal círculo íntimo que rodea a este ingeniero. Pese a ello, parece que los astros se han alineado para que se conozcan ciertos detalles de la relación de Capelo con Bacon. «Nadie ha visto su casa, ni sus amigos más cercanos. Nunca ha organizado nada ahí, ni una cena informal ni una copa después de cenar», cuentan sobre la casa donde habita.

Los inicios de la relación

Bacon y Capelo se conocieron en Londres a finales de los 80 en una fiesta en honor al coreógrafo Frederick Ashton, a la que el ingeniero español acudió para hacer bulto cuando se confirmó que no asistirían Freddie Mercury y Rudolf Nureyev. El pintor, que por aquel entonces tenía 78 años, se quedó prendado por ese moreno y varonil joven de 35. Al contrario que los tres grandes amores de Bacon, Capelo era de buena familia, educado, sabía idiomas, pertenecía a la sociedad madrileña y no le importaba su dinero. Con él, el artista viajó por Europa central e Italia. También conoció Andalucía, Cataluña, el País Vasco y se enamoró (todavía más) de Madrid. «Francis amaba Madrid a través de una persona que estaba en Madrid. Y eso no lo compartía con nadie», decía Brian Clarke amigo del artista y responsable de preservar su legado junto con John Edwards, el que fuera el gran amor de Bacon y al que le dejó todo.

Cuando venía a Madrid siempre se alojaba en el Hotel Palace o el Ritz, así estaba a cuatro minutos caminando del Museo del Prado, donde estaban sus admirados Diego Velázquez y Francisco de Goya. Al caer la tarde era fácil encontrarle con Capelo en el Cock, un refinado pub inglés que lleva abierto en la capital desde 1921. Eran los años tardíos de la movida, un movimiento que a Bacon le fascinaba por su desenfreno. El vino y los toros fueron las otras grandes aficiones del irlandés en España. El aspecto de Bacon no tenía edad, era imposible pensar que por aquel entonces estaba a punto de ser un octogenario.

El amor para Bacon

«Hay que pensar que no es nada normal que alguien de 35 años como José tenga una relación conmigo. ¿No lo ves? Tengo 40 años más que él», confesó Bacon a Barry Joule la noche en que conoció a Capelo. Pero al español no le importaba la diferencia de edad. Después de cuatro años, su relación terminó porque Capelo no quería hacer pública su homosexualidad, algo que Bacon no podía soportar. «Estar enamorado de forma extrema es como tener una enfermedad espantosa. No se lo deseo ni a mi peor enemigo», le diría durante aquellos años a Michael Peppiatt. Quizá por eso, el 18 de abril cogió un avión —en contra del diagnóstico de los médicos, que le acababan de extirpar un riñón canceroso— y voló hasta Madrid con el único pretexto de reconciliarse con Capelo. Diez días después fallecía en la clínica Rúber, sin recibir ninguna visita, por una parada cardiorrespiratoria.

Veintidós años después de su muerte, Capelo ocupó las páginas de los periódicos cuando Joule hizo públicas las conversaciones con el pintor. Los amantes de la obra de Bacon ataron cabos y descubrieron que aquel hombre que aparecía en el famoso «Tríptico 1991» —que forma parte de la colección del MoMA de Nueva York—, no era otro que Capelo, al que el artista plasmó en un cuadro al que llamó «Retrato de José Capelo». Hasta entonces, el último novio del pintor, aquel amor español que no le maltrataba como sí hicieron otros, que no era alcohólico ni analfabeto, que tampoco tenía ataques de furia contra él y sus obras, aquel que le protegía, había permanecido en el anonimato.

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