Un belga «mediterraneizado»

Desde que vive en España se asimila más al autóctono que al veraneante y ha llegado a comprender por qué nuestro país hace feliz a tanta gente

Vistas hacia Madrid desde la senda Ortiz en el Pinar de la Barranca, donde posa Geoffroy Gérard, director de la Fundación IE University G. G.

Geoffroy Gérard

Suelo contar que llegué a España en 2002, con una beca Erasmus de la Universidad Pontificia de Salamanca. Pero eso no es del todo cierto. Siendo fiel a la verdad, mi primer escarceo estival en España fue mucho antes, con 10 años y en Vilafortuny. Pescábamos, íbamos a la playa… Recuerdo que solía acompañar a mi padre a comprar vino a granel en el puerto de Cambrils (Tarragona).

España es uno de los destinos de veraneo preferidos por los europeos, por ejemplo, por los casi dos millones y medio de belgas que vinieron en 2017 . Y, como turista belga que fui durante los veranos de mi adolescencia, entiendo perfectamente lo que les mueve a reincidir año tras año, hasta el punto de que algunos -como fue mi caso- se plantean «mediterraneizarse» de forma definitiva .

Han pasado casi 30 años desde entonces y, ahora que resido en España, y me asimilo más al autóctono que al veraneante, he llegado a entender por qué este país hace feliz a tanta gente.

Para comprender lo que nos enamora de España no hay que buscar epopeyas (que también las hay). A mi entender, es mejor fijarse en los detalles. Pequeños placeres cotidianos que, en su conjunto, hacen lo extraordinario. En verano esos placeres se saborean más despacio, como una copa de manzanilla con aceitunas «aliñás» . Un paseo sin GPS por las callejuelas del casco antiguo de Marbella. Contemplar Madrid desde el pinar de la Barranca. Conversar con el taxista como si os conocierais de toda la vida. La sobremesa interminable de la paella del domingo. Podría seguir.

Anchoas de Santoña

Es lo bueno de «nuestro» -me permito incluirme en el posesivo- estilo de vida: la diversidad es inmensa y hay tantas formas de disfrutarla como paisajes, acentos y platos típicos. Desde las anchoas de Santoña a los boquerones fritos, pasando por el bocata de calamares de la Plaza Mayor . Estés donde estés es fácil dejarte llevar y sentirte uno más.

Por poner un ejemplo, en la IE University trabajo con compañeros y alumnos de un centenar de nacionalidades; cualquiera podría pensar que, en un ambiente tan internacional, es más fácil sentirse integrado. Pero cuando me escapo a visitar a mis amigos de Cáceres , tampoco me siento especialmente guiri, por mucho que allí todos me conozcan como «el belga».

Desde hace diez años pongo el broche final a mis veranos en Segovia , entre piedras centenarias, arte, literatura y gente encantadora que viene de todo el mundo a celebrar la cultura en Hay Festival. Es parte de mi trabajo pero lo disfruto tanto que hace que parezca que las vacaciones se han alargado un poquito más. Pero para eso aún quedan días de relax, familia, amigos y buena mesa; fiestas de pueblo -con orquesta y rebujito incluidos- y tardes de playa.

Para aquellos que se pregunten dónde voy a pasar las próximas semanas, daré algunas pistas: es mi tierra política, tienen un dialecto encantador y hace un calor que «achicharra».

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