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El mal viaje de la princesa Carolina

En julio de 1978, Carolina de Mónaco y Philippe Junot estaban de luna de miel en la Polinesia. Allí mismo se dio cuenta del tremendo error de casarse con el play-boy

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Abuela respetable, separada de hecho de su tercer esposo, el príncipe Ernesto de Hannover, Carolina de Mónaco tuvo una juventud apasionada y muy mal controlada por una corte de guardaespaldas pagados por su padre, el Príncipe Rainiero. El fallecido Soberano monegasco no pudo impedir la aventura y primer matrimonio de su primogénita con un señorín tan peripuesto como indeseable para cualquier madre que sueñe con lo mejor para su hija: Philippe Junot.

En 1976, Carolina era una figura emblemática del París by night, con una escolta que intentaba disuadir a los numerosos moscones que trataban de asaltarla en las pistas de baile de las boîtes de nuit de la época. No es un secreto que la princesa se «chutaba» con todo tipo de hierbas. Ella sabía como despistar a unos guardaespaldas que la seguían cuando se dirigía, en muy distintos brazos, hasta los WC de los más selectos antros nocturnos.

Fue en uno de eso antros, a dos pasos de los Campos Elíseos, el Élysée-Matignon, donde Junot descubrió a la joven princesa, ebria de emociones fuertes. Junot era mayor que ella y se había trabajado a muchas mozas de otra especie en los viejos clubes y boîtes de los años 60 –Régine, Castel, New Jimmy’s...–. Y Carolina, entre copa y copa de champán Roederer, se dejaba arrastrar por las locuras musicales de la época. Soul, funk, punk, disco, new wave...

Ante unos padres respetables y horrorizados, los Príncipes Rainiero y Gracia, Carolina les dijo que estaba «enamorada» y deseaba casarse. Es leyenda que esos padres intentaron evitar la catástrofe. Pero la niña se obstinó, con una ceguera de cría descarriada. Y la boda se celebró el 28 de junio de 1978 con el fasto correspondiente. El estilo de play-boy de pacotilla de Junot encajaba mal con el glamour de Mónaco.

Decididamente inconveniente, Carolina aceptó una propuesta de nuevo rico: una «luna de miel» en la Polinesia francesa, donde Junot se obstinó en «refugiarse», lejos de la Costa Azul (foro, 22 de julio de 1978).

Aquella locura de Carolina duró poco. Ella misma lo contó con una sinceridad desarmante: «Me casé con mi primer marido muy enamorada. Pero un buen día me desperté en el lecho conyugal, vacío, diciéndome: '¿Cómo has podido hacer una cosa así, una locura de este tipo?' Comencé a pensar en cambiar de vida durante nuestra luna de miel».

Ácida luna de miel la de una recién casada que se despierta tras un «viaje» con finas hierbas, diciéndose qué hace en el lecho de un esposo que comienza a percibir como un extraño. La ruptura oficial se consumó apenas un año y medio más tarde.

Libre, de nuevo, Carolina tuvo una apasionada historia de amor con el tenista Guillermo Vilas, antes de conocer al gran amor de su vida, Stefano Casiraghi, muerto muy prematuramente en un desgraciado accidente deportivo. Su tercer matrimonio, con el príncipe Ernesto de Hannover, quizá fue un nuevo y doloroso error. No tan catastrófico como su extraña aventura con el tal Junot. Pero esa es ya otra inconclusa historia.

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