Las dos torres de su fachada son la imagen simbólica de un templo que domina todo el barrio
Las dos torres de su fachada son la imagen simbólica de un templo que domina todo el barrio - Maya Balanya

Real Colegiata de San Isidro: Concilio madrileño en la «otra» catedral

El templo alberga los restos del santo patrón, que estos días celebra su festividad

Madrid Actualizado: Guardar
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La Real Colegiata de San Isidro es la catedral sentimental de Madrid, el templo de la devoción popular que se expresa por las comisuras de la geografía del alma y de la biografía de la ciudad. La Real Colegiata de san Isidro, en la calle Toledo, es el imaginado lugar ideal para celebrar el primer Concilio ecuménico y madrileño del pueblo de Dios, presidido por el Papa Francisco, que tanto habla y tanto quiere a la religiosidad del pueblo. Una asamblea soñada de santos, de santas, de arzobispos y obispos, habitantes de cuerpo «in sepulto» en este templo que fue arrasado en la guerra fratricida pasada.

A medida que el párroco de la Real Colegiata de San Isidro, Ángel Luis Miralles, un hombre bueno con gestos del Papa bueno, iba desgranando la historia de la Colegiata, imaginé la sesión inaugural de ese Concilio, por eso de que en la nave central tropezamos con el episcopologio madrileño casi al completo.

Al fin y al cabo, desde el 25 de julio de 1885 hasta el 15 de junio de 1993, la Colegiata fue catedral de una diócesis joven con una población que le pesaba. Cuando vas a comulgar en la Colegiata de San Isidro, el escalofrío de la historia te obliga a zigzaguear y a sortear las lápidas mortuorias. No está bien transitar sobre los protagonistas de las páginas sagradas.

Interior de la Real Colegiata
Interior de la Real Colegiata - Maya Balanya

En la puerta principal uno se encuentra con el mármol del arzobispo Casimiro Morcillo, que pidió fuera enterrado ahí para que el pueblo le pisara. La mística de la tierra, que es el cristianismo real y no el espiritualista. El arzobispo que secretario del Concilio Vaticano II, ya no tiene nombre legible en su lápida. Se ha borrado y se ha cumplido la profecía. Unos pasos más allá, los restos del último patriarca de las Indias Occidentales, Eijo y Garay. Por esa altura, en capilla lateral, el obispo auxiliar monseñor Alberto Iniesta, olor a espíritu de Vallecas.

Volvemos al pasillo central, sucesión de intervenciones conciliares. El cardenal Tarancón, ¡don Vicente Enrique!, déjeme preguntarle por la Transición, que tanto nos hace falta. Disfruta el cardenal del postconcilio de la gloria y de la conversación. Y el último de la fila, que fue el primero como obispo de Madrid, Narciso Martínez Izquierdo, asesinado en las escaleras de la Colegiata por un cura rebelde, el cura Galeote. Otros dicen que víctima de la reforma de vida que el obispo había impuesto. No en vano, entre los curas de Madrid, a los curas desobedientes se les llama los «galeotes».

Por orden de Carlos III

Todos los conciliares miran a la urna con los restos, incorruptos, del santo patrón de Madrid, San Isidro Labrador, que fue allí llevado por orden de Carlos III —que expulsó a los jesuitas, también de la Colegiata—, y sacado de la vecina Iglesia de San Andrés. Pero esa es otra historia que habrá que contar algún día en estas páginas. Y junto a San Isidro, su santa, y nunca mejor dicho, Santa María de la Cabeza. Custodiados los que presiden este Concilio madrileño de reforma de vida cristiana por la Real Congregación de San Isidro de naturales de Madrid, que ahora encabeza Luis Manuel Velasco Sáinz, y que me habla de la caridad como la joya de la Congregación: dos poblados construidos en Kenia y la ayuda permanente a la Cáritas parroquial.

Más santos en esta sede conciliar. En la capilla del Buen Consejo se respira carisma. El fundacional de la parroquia, es decir, de la Compañía de Jesús, por eso de que el templo primigenio lo construyó el hermano Bartolomé Bustamante, el del Hospital de Talavera en Toledo, y el actual es del jesuita Francisco Bautista, que siguió el modelo del Gesú de Roma. Allí, en la que es ahora capilla del Santísimo Sacramento, nos encontramos arrodillado el 15 de agosto de 1583 a San Luis Gonzaga. Nos llega aún hoy el eco de lo que la Virgen le susurraba: «Entra en la Compañía de mi hijo».

Litúrgica y sacramental

La Colegiata real abraza una profunda vida litúrgica y sacramental. Tiene abiertos los confesionarios a todas las horas. En ellos se sientan el párroco, y sus dos coadjutores, el joven Javier del Santo, que antes de sacerdote fuera arquitecto, y Francisco Javier Rivas. Y los sacerdotes adscritos, Francisco Javier García Sánchez, que también es capellán en el hospital de la Paz; Jipindas Christudas, estudiante de Derecho Canónico; y Juan Perelló, que fuera capellán castrense.

La Colegiata real es el templo de los besos robados ante la imagen de la Virgen de los Reyes, patrona de Sevilla y olé; y de Nuestra Señora de la Fuensanta que ambas tienen sus Cofradías. Es templo de saetas del alma a Nuestra Señora de la Esperanza Macarena, que es una delicia de Virgen, y que junto a Jesús del Gran Poder, en su bóveda barroca, son titulares de una Hermandad que hace que Madrid esté más cerca de Sevilla de lo que dicen los mapas. Hermandad que da vida a la caridad parroquial. Sus jóvenes lo son de las Cofradías, Congregaciones y Hermandades. Cada año entran en estas asociaciones de fieles una media de un centenar, que hacen mucho más que salir en Semana Santa.

La Colegiata como parroquia son los poco más de 1.200 feligreses de un barrio inquieto. El párroco insiste en que gran parte de la generosidad de los fieles se va en atender a las personas de la tercera edad, reformas en sus casas, asistencia social. La media de tres mil euros mensuales de las colectas para Cáritas es el óbolo de la viuda pobre del Evangelio. Generosos son los devotos del Jesús el pobre y de María Santísima del Dulce Nombre, que habitan en el templo filial de San Pedro el viejo, de la calle del Nuncio.

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