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Únicas tardes con SMP

A alguien tan viajado se le agradece que se le ponga febril la mirada, como en el tango, cuando rememora y pasea la ciudad de antaño: «gloriosa capital de sí misma»

Jesús Nieto Jurado

Jesús Nieto Jurado

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Está bien pasear por una ciudad que no es la tuya por cuestión generacional. Está bien ir al templo del Café Gijón, bajo el retrato de Cela, y hablar sin tiempo con el arquitecto, urbanista y escritor Salvador Moreno Peralta. Nacido en Málaga y vivido en Madrid, con ese pied-á-terre en la Capital, también se siente gato sin esos calostros identitarios surgidos del 'Estado de las autonomías'. Es gozoso pasear por su Argüelles cuando, en su biografía, 'Madrid y Málaga', Los Bajos de Moncloa y el Limonar, forman un «mismo territorio anímico». Y ambos sabemos lo que quiere decir en este aserto.

Habla Salvador de libros, y en su conversación se mezclan Fernando Castillo, José Luis Garci, cines que ya no existen y el acertado lugar común de que en Madrid, «en la multitud», era fácil esconderse en tiempos mucho más difíciles que los actuales. Salvador Moreno Peralta, SMP en lo sucesivo, tiene un lema para Madrid que habría que tatuarlo en el hipotálamo: «La ciudad era una promesa de libertad, más allá de que fuera una promesa de supervivencia». Ahí es nada.

Son las mismas calles, pero no son/somos los mismos. O quizá sí, por eso, como en un dron imaginario, SMP me llevaba por Fernando el Católico, Arapiles, Conde de Valle Suchil y ese tranvía, el 61 que rezaba Diego de León - Argüelles donde «el tiempo transitivo de los transportes siempre fue ciudad, y entonces más».

SMP cita a Durrell, pero también aquellas conversaciones sobre aquel Madrid que manteníamos con Manuel Alcántara, y el joven que era yo, ya sabía que mi Norte y mi guía era Madrid. Porque Madrid, volviendo a esa dupla maravillosa que era la de Alcántara y Garci, es esa «asignatura pendiente», y se ve, pues, quien lleva aprobada esa asignatura y a la ciudad en su mirada. Lo mismo en Mondoñedo que en Sebastopol.

También SMP nos cuenta su experiencia de la 'Movida', que «fagocitó todo aquello que no fuera divertido, banal, lisérgico». Lo «posmoderno» en suma, y fue por eso que algunos popes de la Cultura cayeron en «una monumental cagada» que eclipsó, por qué no decirlo, los puestos clandestinos de libros en la Gran Vía, «el hoy inimaginable Estudio 1 en TVE» o la numantina defensa de Lauro Olmo del que fue el barrio de Pozas. (Esquina de Princesa con Serrano Jover y Alberto Aguilera).

En suma, hay que hablar del Madrid de SMP porque toca el corazón, y suya es la lírica remembranza de una capital que, con elegancia 'nonchalnace', «ejercía de capital de España pareciendo que era capital de todo y nada».

Por todo eso, SMP huye de la peste del madrileñismo con vehemencia, y por eso le saca una sonrisa socarrona el himno que Leguina le encargó a García Calvo cuando lo de las 'autonosuyas': «Viva mi dueño, que sólo por ser algo es madrileño».

A alguien tan viajado se le agradece que se le ponga febril la mirada, como en el tango, cuando rememora y pasea la ciudad de antaño: «gloriosa capital de sí misma».

Eso.

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