Atlético de Madrid

Los «huérfanos» del Vicente Calderón: «Esta noche cerraré el bar por primera vez»

Tras casi 51 años a su lado, los vecinos de Pirámides vivirán en soledad el debut en casa del Atlético; bares y negocios asumen las pérdidas

Un vecino contempla el Vicente Calderón desde su casa, ayer por la mañana MAYA BALANYÁ / Vídeo: El último adiós de los atléticos al Calderón
Aitor Santos Moya

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A orillas del río Manzanares, «todo» y «nada» son dos palabras que caminan estrechamente de la mano. Todo huele a rojiblanco -«¡Paseo de los melancólicos, Manzanares cuánto te quiero!», que diría Sabina- pero ya nada es igual. Esta noche, cuando el Atlético salte como local al terreno de juego lo hará, por primera vez desde hace más de 50 años, a varios kilómetros de distancia del hoy vetusto Vicente Calderón . En los alrededores del estadio, la marcha es la crónica de una despedida anunciada. Adiós a las ríos de gente y al humo de las bengalas; a los puestos de pipas y también a los de bufandas; y adiós, en definitiva, a una historia de fútbol, goles y amores narrada a través de algún privilegiado balcón.

Es el caso de José Manuel, oriundo de Algeciras y considerado a sí mismo hijo adoptivo de Madrid. «Llegué aquí cuando tenía seis años, poco después de la inauguración del Calderón », explica, mientras observa el coliseo desde su ventana. «Bonito, ¡eh!», remarca. No es para menos. El brillo de las -en otrora tiempo, modernas- cristaleras azul oscuro bien podrían reflejarse en su televisor. «Eso igual es mucho, pero lo que si te puedo asegurar es que cuando marcaban un gol me enteraba antes por el ruido del campo que por la televisión», prosigue, con la nostalgia de alguien para quien el Atlético ha sido mucho más que un vecino. «Es una pena, sobre todo por la vida que le daba al barrio», sentencia.

«Lo echaremos de menos»

Desde las alturas que ofrece el noveno piso de un bloque del paseo de Pontones, José Ferney abre la puerta y reconoce, casi sin querer, que tras 16 años de tú a tú con la afición colchonera, algo se le ha pegado. «Y soy del Real Madrid», proclama entre risas. Su hijo, con quien vive actualmente, tampoco es seguidor de los de Simeone . «Él es culé y siempre tenemos nuestros piques. Pero es fácil de adivinar en lo único que coincidimos », subraya orgulloso. Ni el jaleo, ni la basura acumulada en días de partido, pesan más a la hora de recordar, entre anécdota y anécdota, las grandes jornadas que el histórico coliseo ha brindado ante sus ojos.

Tras el umbral de la puerta del bar Nacho, al otro lado del río, Carmen y Esperanza atienden la barra de un local cinco años más longevo que el Calderón. Aquí nacería en 2001 la peña atlética Tomahawk, cuya socia más ilustre es Margarita Luengo, una veterana aficionada que desde hace 21 años ha venido depositando un ramo de flores en un córner del fondo sur, en honor a su ídolo, Milinko Pantic . «¿Qué si lo vamos a echar de menos»?, replica un cliente, ante la pregunta más repetida en los últimos meses. «No hace falta ni que lo digamos», contestan, sabedoras de que la pérdida no solo será económica («es un complemento»), sino también sentimental. «Hay clientes que llevan décadas viniendo al bar antes de entrar al campo y ahora costará mucho que regresen», asumen, con la lógica consecuencia de que la relación terminará por enfriarse.

La mudanza del club madrileño al Wanda Metropolitano ha desencadenado un cambio de paradigma para muchos de los establecimientos de la zona. A dos pasos del antiguo templo rojiblanco, el bar el Chiscón de la Ribera permanecerá hoy con la persiana bajada . «Antes solo cerrábamos los fines de semana que el Atlético jugaba fuera, pero a partir de ahora lo haremos todos», confirma Eduardo, uno de sus camareros. Pese a la polvareda levantada por la mudanza, no temen que los ingresos se resientan considerablemente. «Cada tarde de partido equivalía a dos normales», compara, al tiempo que masculla un chascarrillo muy elocuente: «Al final, el fútbol es mucho ruido y pocas nueces».

Nuevo modelo de negocio

Aunque son varios los locales que anunciaron hace tiempo su traslado, la gran mayoría de bares permanecerá en el barrio. Míticos algunos, como el Parador o el Pirámides, afrontarán el cambio sin más opciones que la de aplicar un nuevo modelo de negocio. Las obras del Calderón serán, por ejemplo, un comienzo. «Aunque calculo que perderé entre un 20 y un 30 por ciento de la caja a final de mes, seguro que cuando tiren el campo entrarán más obreros a comer, igual que en su día lo hicieron con el soterramiento de la M-30», añade otro comerciante de la zona. En el otro lado de la moneda, establecimientos como el Doblete ya agarraron el petate y se marcharon hasta la zona de San Blas-Canillejas . Incrustado en los bajos del Calderón, el club colaboró con su propietario para ayudarle a encontrar un local próximo al nuevo estadio.

Más allá del sentimiento o el bolsillo, son muchos los vecinos y trabajadores que, por encima del vacío que deja el cierre definitivo, prefieren la tranquilidad imperante tras el traslado. «Nos hemos quedado muy a gusto», exclama Filomena, residente en un piso bajo, desde hace dos décadas. « Han sido muchos años de pesadilla . La gente meando en la pared, las botellas tiradas... era imposible soportar los malos olores», incide. En la misma línea se muestra Zaira, una joven que más allá de su afición por los colores rojiblancos , no oculta su alegría con el adiós de su equipo. «Es una absoluta maravilla», exclama con franqueza.

Los problemas de aparcamiento son otro quebradero de cabeza al que ahora muchos inquilinos han conseguido poner solución. «Los días de Champions, muchos vecinos se iban a trabajar en Metro porque al volver no encontraban donde dejar el coche», resume un conserje, en la avenida del Manzanares. El fin de las peleas relacionadas con el fútbol ayudará también a la barriada a superar la pérdida: «Cuando tocaba un partido caliente, nunca sabías si se iba a liar. Aquí hemos visto de todo », sentencia otro portero, en este caso, en la zona de Madrid Río.

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