Las glorias secesionistas, intactas en su pedestal

En pleno debate sobre la leyenda negra del Imperio español, Madrid tiene un recorrido para recordar a los próceres de la independencia cincelados en piedra

ABC
Jesús Nieto Jurado

Jesús Nieto Jurado

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Las estatuas andan ahí, como en el poema de Gloria Fuertes , esperando que la gaviota que remonta el Tajo desde Lisboa haga de vientre en la calva de bronce. Madrid es una ciudad de estatuas escondidas o, acaso, de estatuas que están a la vista de todos, pero que el caminante difumina en el horizonte. Dice Ferrer-Dalmau que la escultura ecuestre de Martínez Campos en El Retiro es el canon, y es por eso que conviene tematizar las esculturas madrileñas.

Miguel Hidalgo. Grupo escultórico erigido en 1970, rinde tributo al sacerdote y militar, inspirador del movimiento de independencia de México. Fue fusilado en 1811 ABC

Toda estatua tiene una memoria escondida, una buena o mala gubia, y un mejor o peor viaje a la perpetuidad. En el recorrido de estas páginas proponemos pasear por el Madrid que homenajea a aquellos próceres de la independencia respecto a España; precisamente ahora que de México hasta Bolivia, pasando por Washington, se ha puesto de moda el vandalizar las estatuas de los europeos, españoles, que, hidalgos de fortuna, se hicieron a la Mar Océana. Hasta el Papa ha pedido perdón a México por la colonización española, y eso tras el torticero prestigio de un movimiento indigenista que, en última instancia, pasa por obviar el legado hispano.

José Rizal. En el Parque de Santander, en Chamberí, este monumento recuerda al héroe de la independencia de Filipinas, muerto en 1896 ABC

Y sin embargo, aparece Madrid, prestando pedestal a los héroes de la independencia: desde José Rizal a Simón Bolívar , pasando por mitos como Moctezuma o Atahualpa en el Palacio Real , que también están entre otros en piedra y en la ciudad; principalmente en el Parque del Oeste, breviario de las glorias hispanoamericanas.

Atahualpa. El último soberano del Imperio inca descansa en una fachada del Palacio Real, junto a varios monarcas hispanos ABC

Nuestro recorrido comienza muy cerca del estadio Vallehermoso, en Islas Filipinas. Allí se yergue ajeno al tráfago, la escultura de José Rizal rodeada de dos mujeres. El líder de la independencia filipina anda ahí, entre un estadio y una gasolinera, con su poema en tagalo y en español borrado por el tiempo, y eso que lo inauguró Gallardón. A la izquierda su poema póstumo en español, a la derecha, en tagalo; y en el obelisco palomas, muchas palomas, que van ‘añejando’ el bronce y el granito.

‘Mi último adiós’

A los pies del prócer filipino, hay una fila de bicis de alquiler y el madrileño, con la cabeza baja, no tiene tiempo de leer, siquiera en español, su poema ‘Mi último adiós’ , en el que hay versos tan conmovedores como ese que reza que «voy donde no hay esclavos, verdugos ni opresores, / donde la fe no mata, donde el que reina es Dios» . Y eso entre lemas clavados en el duro granito como que «de la instrucción nace la grandeza de las naciones» u otras exclamaciones más sanguinolentas. Apúntese aquí que Rizal anduvo en la Península, cursó Medicina y Letras, y que se trata de una reinterpretación de un monumento similar en Manila, obra de Richard Kingsley, por el cincel del escultor filipino Tito Boy.

Moctezuma. La imagen del último emperador azteca (1466-1520) emerge en una esquina de la entrada principal del Palacio Real ABC

Más allá, el recorrido lleva indefectiblemente al Parque del Oeste . Allí se trenzan España, América, la pérdida de las colonias y las parejas que se besan entre botellón y botellón. Y sí, tenía que salir Simón Bolívar, el libertador de la Gran Colombia , que no tuvo otra idea que venir a España, a Madrid, y casarse. Y es que eso del casamiento en España después degeneró en televisiones bolivarianas... pero ésa es otra historia. Lo que es hoy la obra de Emilio Laíz Campos es un secreteo para besos amortiguados de la carretera de La Coruña.

Crecen champiñones a su vera, y Bolívar ya no tiene la ofrenda floral que acostumbraba. Los adolescentes siguen besándose a la sombra septembrina del ideador de la Gran Colombia y del hombre devenido a adjetivo sinónimo a populismo. Lo de la ristra de champiñones al este de Simón Bolívar puede ser una metáfora . Salvo la pareja, no hay rastro de presencia humana en esa parte del Parque del Oeste; ni ofrendas ni nada. Acaso unas palabras de Miguel de Unamuno –sólo faltaba– en los laterales animando al magín del lector bajo la creencia de que sin él, sin Simón Bolívar, «la Historia hubiese quedado incompleta».

Antaño, vertedero

Es curioso, también, que el Parque del Oeste, que antaño fue vertedero, acoja los monumentos de las glorias que se independizaron de España: de San Martín a O’ Higgins , y de ahí al ya mentado Bolívar y las glorias latinoamericanas que también hay que reivindicar aquí, en estas latitudes tan cercanas al Museo de América .

Ninguna estatua se ha vandalizado, y los jardines escultóricos de Madrid parecen Londres. A ese ‘ pater patriae’ de la mexicanidad que fue Miguel Hidalgo –el del grito– le han rotulado muy abajo y en la peana, una hoz y un martillo como sin fuerza ni convicción. Pasa lo mismo con Bernardo O’Higgins, chileno de ese Chile de un Neruda que también anduvo por estos atochales.

En Madrid no hay reacción contra la leyenda negra. Se le pone una estatua al enemigo histórico y por ahí se empieza, en bronce, lo que es Latinoamérica y el recuerdo de donde España tuvo cruz, espada y valentones que custodiaron ese terruño donde no se ponía el sol.

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