A la caza de los héroes españoles: estatuas mancilladas y nombres censurados por la leyenda negra

El ataque al monumento a Colón en Barcelona se suma al de la estatua de Don Juan de Austria en Ratisbona, al de la estatua de Hernán Cortés en Medellín y a la polémica en torno al monumento de Juan de Oñate en Tejas

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¿Alguien imagina una estatua de Napoleón Bonaparte, enemigo declarado de Inglaterra en los años que vivió, situada en el corazón de Londres? ¿O una del III Duque de Alba, considerado un villano hasta hoy por los holandeses, en las calles de Ámsterdam? Es difícil imaginar algo así: un enemigo reverenciado siglos después por una sociedad con amnesia histórica. Es imposible encontrar esta desmemoria en casi ningún país salvo en España, donde casi todos los hombres que se enfrentaron al Imperio español para «emancipar» los territorios americanos cuenta con una calle e incluso una estatua. En Madrid, el «libertador» Simón Bolívar tiene un estatua ecuestre en el Parque del Oeste desde 1970 y José Martí un monumento cerca del Estadio Bernabéu.

Ambos homenajes a enemigos del Imperio español se encuentran intactos y fuera de cualquier polémica. No así los monumentos de héroes españoles, que reciben periódicamente los ataques de grupos radicales. Tras el intento fallido de la CUP para retirar la estatua del descubridor, Barcelona amaneció este martes con algunas estatuas simbólicas vinculadas a España, como la estatua a Cristóbal Colón, embadurnadas con pintura y grafitis. En concreto, la imagen dedicada al religioso Bernat Boïl, que está representado con un indígena agachado a su lado, ha aparecido embadurnada con pintura roja. Además, un grafiti pintado en la base señala: «12-O Res a celebrar» (Nada que celebrar), junto a una estelada, la hoz, el martillo y un símbolo feminista.

Hernán Cortés pintado de rojo en su pueblo

No es el primer caso de personajes destacados de la Conquista de América y de la historia de España que se han convertido en el objetivo de los vándalos y de los desmemoriados. En agosto de 2010, la estatua de Hernán Cortés, conquistador de lo que hoy es México, apareció manchada con pintura roja en su pueblo natal, Medellín (Badajoz). El ataque lo reivindicó un grupo llamado Ciudadanos Anónimos que lo justificó por ser un «insulto» a México. Tal vez ignoraban estos agresores que México no es únicamente el Imperio azteca, sino el resultado del choque de dos civilizaciones del que cortés es su máximo exponente.

Pero peor es el estado de las representaciones del conquistador e incluso de su tumba en México. En 1562, dos de los hijos de Cortés llevaron los restos de su padre a México y le dieron sepultura en SanFrancisco de Texcoco. Comenzó entonces el largo peregrinaje de sus restos por la geografía mexicana. En 1629, quedó en una iglesia de Ciudad de México y luego, en 1794, en una fundación religiosa de la misma ciudad. Este nuevo traslado obedecía al interés del virrey, Conde de Revillagigedo, por dar un mausoleo más pudiente al héroe hispánico a costa del dinero de personajes influyentes de la ciudad. Pero la independencia de México cambió radicalmente la imagen que tenía el país sobre Cortés.

En poco tiempo, el extremeño tornó a ser el representante de la crueldad y la represión que destruyó la civilización azteca, e incluso fue tildado como genocida. A diferencia de otros países como Colombia que sí conservó el culto a Benalcázar o Ecuador con Orellana –en un intento de dar sentido histórico a sus países–, la oposición a Cortés se mantuvo firmemente enraizada hasta el punto de que en la actualidad no hay ninguna estatua de cuerpo entero del conquistador en todo el país.

Poco después de la independencia, empezaron a correr pasquines que incitaban al pueblo a destruir el sepulcro. Previniendo la inminente profanación, las autoridades eclesiásticas decidieron desmontar el mausoleo y ocultar los huesos. En la noche del 15 de septiembre de 1823, los huesos fueron trasladados de forma clandestina a la tarima del altar del Hospital de Jesús y el busto y escudo que decoraban el mausoleo fueron enviados a la ciudad siciliana de Palermo. Trece años después, los restos cambiaron su ubicación a un nicho todavía más oculto, donde permanecieron en el olvido durante 110 años. Asimismo, la única estatua de Cortés erigida en territorio mexicano permanece junto a esta humilde tumba, cuya existencia se guarda hoy de forma discreta.

Juan de Oñate, ahora es «El Jinete»

Otra escultura polémica fue la dedicada a Juan de Oñate, afamado conquistador de territorios norteamericanos, en la ciudad fronteriza de El Paso (EE.UU). La colosal estatua del conquistador se encuentra junto al aeropuerto de El Paso y costó cerca de dos millones de dólares. No en vano, los grupos indigenistas obligaron a cambiar el nombre de la estructura para que no citara al conquistador directamente. El título de la figura se quedó con el escueto: «El jinete». Además, estos mismos grupos representantes de los indios Pueblo llegaron a mutilar en Nuevo México otra estatua similar, pero mucho más pequeña, como protesta y recordatorio de las ferocidades atribuidas al hijo del oñatiarra Cristóbal de Oñate. Para terminar pusieron una nota con la leyenda en inglés: «Lo justo es justo».

Tampoco Perú ha mostrado mucho interés en homenajear a Francisco Pizarro. A petición de las autoridades peruanas, una estatua del conquistador fue trasladada de Nueva York a Lima en 1934, lo cual se convirtió automáticamente en un foco de controversia. En 2003 las presiones de la mayoría indígena dieron como resultado que esta estatua ecuestre de Pizarro fuera llevada al depósito municipal, a la espera de encontrarle una nueva ubicación. Al año siguiente la colocaron, ya sin pedestal, en un parque rehabilitado del barrio de Rimac. La polémica sigue vigente ante la sucesiva rebaja de estatus.

En este punto cabría pensar que es un problema únicamente reservado a los conquistadores; pero no, es un problema de aquellas sociedades que no defienden la memoria de sus héroes. Coincidiendo con la inauguración de la estatua de Blas de Lezo en la Plaza de Colón en 2015, la comisión de Presidencia y Régimen Interior del Ayuntamiento de Barcelona instó a su homólogo capitalino a que retirara la talla, obra de Salvador Amaya. Entonces, el consistorio de Madrid rechazó tajantemente la exigencia e invitó al equipo de Xavier Trías a no «reeditar interesadamente la Historia».

El comentario en Twitter del concejal de Cultura del ayuntamiento barcelonés, Jaume Ciurana («Madrid inaugura mañana una escultura a Blas de Lezo, que, entre otras cosas, bombardeó Barcelona durante el sitio de 1714. En fin») retrata las infantiles razones nacionalistas para censurar al hombre que venció a la gigantesca flota inglesa que se propuso conquistar Cartagena de Indias (Colombia) en 1741. Su participación en el asedio de Barcelona, de hecho, fue anecdótica.

Don Juan de Austria, enemigo musulmán

También fue objeto de un ataque vandálico la estatua de Juan de Austria, héroe español de la batalla de Lepanto, en Ratisbona (Alemania). En febrero de 2013, fue mancillada por un marroquí, que se subió al pedestal de la estatua y colgó dos banderas, una de Marruecos y otra de Turquía, para protestar contra el carácter «islamófobo e intolerante» de la representación y pidió el derribo de la estatua. El hijo del Emperador Carlos V nació en esta ciudad y está considerado «el hijo grande la ciudad». La estatua fue levantada para conmemorar el 400 aniversario de la muerte de Don Juan de Austria, siendo una copia fiel de la que hay en la ciudad de Mesina (Sicilia).

No en vano, diferentes activistas han realizado otros actos vandálicos ya en el pasado, tales como cubrir con un gorro turco la cabeza de Don Juan, colocar una careta de Hitler en su rostro o embadurnada con pintura en otras ocasiones. Hace dos años, la «Asociación por el librepensamiento» propuso reemplazar la estatua por un «símbolo del entendimiento entre los pueblos».

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