En el siglo XIX, la Plaza Mayor fue ajardinada. Un idílico espacio que hasta 1809 sirvió de cadalso a la Inquisición
En el siglo XIX, la Plaza Mayor fue ajardinada. Un idílico espacio que hasta 1809 sirvió de cadalso a la Inquisición - ARCHIVO ABC

Cuatro siglos de la Plaza Mayor: de tribunal de la Inquisición a parking, y siempre foro

Tres incendios la pusieron a prueba y el Santo Oficio la convirtió en su cadalso. Ya no tiene árboles, pero sigue muy viva

Madrid Actualizado: Guardar
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«Fui sobre agua edificada, mis muros de fuego son». Este olvidado lema heráldico de Madrid tiene su paradigma en la Plaza Mayor. Fondo de la antigua laguna de Luján que Felipe II ordenó desecar para darle «aire» al poblachón que quería ser capital y tribunal de la hoguera de brujas y herejes de la Santa Inquisición, cuyos muros tres veces fueron reducidos a cenizas. En sus cuatro costados pesan cuatro siglos de historia. En sus esquinas rebota el eco de los tenderos del arrabal embarrado que fue antes de que Felipe III ordenara a Juan Gómez de Mora en 1617 que concluyera el nuevo «foro» que había proyectado su padre, Felipe II, con Juan de Herrera.

Plaza porticada –114 arcos, incluidos ocho de los diez accesos que tiene– ha sido el testigo del ritmo frenético de la ciudad que la ha transformado hasta ser como la conocemos hoy.

Tres incendios –en 1631, 1672 y 1790– cambiaron su estructura y estilo, pasando por las manos de arquitectos como Tomás Román y Juan de Villanueva. Al primero, Madrid debe la reconstrucción de la Casa de la Panadería –se distingue de la de la Carnicería por sus célebre fachada pintada por Claudio Coello y José Jiménez Donoso–. Al segundo, y siguiendo el estilo marcado por Román, el aspecto actual de los edificios de viviendas que cierran la plaza, que pasaron, tras el último incendio, de cinco a tres alturas.

Sus balcones y buhardillas –377 y 76, respectivamente– han visto todo tipo de eventos. Coincidiendo con la finalización de sus obras en 1619 vivió la gran fiesta de la beatificación de San Isidro por el papa Paulo V. Días de jolgorio que la convirtieron también, durante más de 300 años, en coso taurino de «quita y pon». La última vez, en 1970, acogió una corrida medieval que nunca volvió a repetirse.

Auto de fe celebrado en la Plaza Mayor en 1680 en presencia de Carlos II. Óleo de Francisco Rizi conservado en el Museo del Prado
Auto de fe celebrado en la Plaza Mayor en 1680 en presencia de Carlos II. Óleo de Francisco Rizi conservado en el Museo del Prado - M.P.

Para ejemplo de su pasado más atroz, el Museo de Prado guarda el cuadro que Francisco Rizi pintó sobre el Auto de Fe celebrado en la plaza el 30 de junio de 1680. Según los historiadores en ella se celebraron cinco desde 1621 con 162 penitenciados, de los que 29 fueron condenados a la hoguera. Hasta 1809 vio morir a 359 reos en la horca o en el garrote.

De aquel infierno nació un paraíso ajardinado que detuvo el fotógrafo Jean Laurent en sus postales de Madrid. Árboles, fuentes y parterres que cambiaron el paseo dominical por el tráfico, primero de las calesas y después de los coches y los tranvías. En 1936, antes de que estallara la Guerra Civil, sus árboles fueron trasplantados en Recoletos y Serrano. Sin ellos, el fondo de aquella laguna de Luján se convirtió en parking subterráneo en los años 60. Hoy, sin coches, es carne de «selfie» para turistas, goloso rincón de carteristas y, cómo no, guardián del genuino bocadillo de calamares.

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