Imágenes del altar ISABEL PERMUY

Cripta de la Almudena: un templo que acoge 1.500 almas

La espectacular cripta de estilo neorromántico se abrió al culto en 1911. La catedral fue consagrada en 1992

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Bienvenida sea la satisfacción de tocar la historia con las manos. Aquí yace el tiempo. Madrid pasado y presente; el todo Madrid devoto y castizo, la clave de bóveda, una cripta, que no es catedral, pero que es parroquia. Madrid tiene pocos secretos más. Esta cripta es un panteón, grial de una villa que simbolizaba un pueblo, querer y poder, rompeolas de las Españas. Solo el misterio explica el misterio; la sabiduría desvela el secreto del tiempo; la Iglesia misterio y ministerio en el tiempo con perdón de la ficción televisiva.

La Almudena, catedral de la cátedra del obispo, secreto a voces sobre 558 columnas. Nada hay oculto que no llegue a revelarse. Escribo sobre una cripta que, para hacer grande a una Catedral, se ha hecho pequeña, basamento de corazón que dilata la sangre; raíz, por tanto; razón, por descontado.

Hablemos del Madrid de la Virgen de la Almudena. «Salve, señora de tez morena…» que canta el himno por el que se recuerda al cardenal Rouco Varela.

He llegado relajado para ponerme, enhiesto surtidor de vigilia, delante del sepulcro de don Eugenio, querido Uxío, monseñor Romero Pose, «Deus facit, homo fit», el único obispo auxiliar cuyos restos mortales reposan aquí entre los porqués de la vida y de la muerte, de su muerte, lágrimas. El desvelo que produce lo inesperado siempre es huérfano. La soledad abrupta de la muerte, el cambio en la marcha de la historia. Cuando falleció don Eugenio en plenitud de Iglesia, el credo era la confesión de un Dios que siempre sabe más. Nadie mejor que don Eugenio para que nos guíe por entre los recovecos de este templo, que también es parroquia.

«Hace mucho que no vienes», me dice. Hoy, don Eugenio, vengo a que me explique el sentido de estas piedras». Mientras, suena un «Bendita niña María», el que acompañó la colocación de sus restos mortales.

Sin tiempo ni espacio

«La historia, rictus sin tiempo ni espacio. La historia de esta cripta es la historia del “inicium ecclesiae”, del pueblo de Madrid, la Iglesia de Santa María. En el año 712 tuvo lugar la ocultación de una imagen de la Virgen ante la inminente caída en manos de la horda sarracena. Los devotos canónigos de la iglesia la tomaron a hombros y la llevaron en procesión, colocándola en un cubo de la muralla, cubierta, según cuenta Lope de Vega, o quizá Jerónimo de la Quintana, no recuerdo, con una gruesa pared de cal y cantos, sin resquicio. Una vez rendida la villa, en torno al 1085 o 1086, al rey Alfonso VI, el monarca, urgido por la reconquista de Toledo, mandó pintar una imagen de la Virgen en la pared mayor de la recuperada iglesia hasta que se encontrase la original entre los muros. Esa imagen, con una flor de Lis por relación con la reina Constanza, nos mira, date la vuelta», me sugiere el santo obispo, que siempre sale en auxilio. Y allí está y allí se conserva en uno de los altares de la actual cripta, y es su joya más preciosa, ignota. Por cierto, entre los hombres de armas que se arrodillaron ante esa pintura, don Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, y don Sancho, rey de Aragón y de Navarra.

«Pero hete aquí –oigo a lo lejos narrar a Don Eugenio–, que el 9 de noviembre de 1085 el muro de la villa se resquebrajó. La imagen oculta se muestra, revelación inmanente. Trasladada a la reconstruida Iglesia de Santa María, el rey quiso que se la reconociera como Santa María La Real de La Almudena, por haber permanecido cerca del almudén. En 1518, el Ayuntamiento de Madrid pidió a Carlos I el establecimiento de una colegiata. No alcanzó el rey el plácet del Papa. Hubo que esperar 50 años para que interviniera Felipe II con el ruego de erigir una iglesia colegial o catedral. Ese rey estaba más pendiente de El Escorial y el templo herreriano de Valladolid que de esa bendita iglesia. Felipe III obtuvo la bula de Clemente VIII, pero se encontró con la oposición del arzobispo de Toledo. Entonces Toledo puja con Madrid; hoy Madrid quizá contra sí misma. Felipe IV, en 1624, casi lo consigue, un sí, un ya pero todavía no de tintes escatológicos. Y así con visitador general, impuesto por Toledo, pasan los años y los siglos».

Larga historia esta de la pretensión de Madrid por tener una catedral. Un templo que albergue la imagen de Nuestra Señora de La Almudena. Continúa la marcha, ahora en época moderna y contemporánea. En 1869 se demolió el viejo templo de Santa María. La Casa Real, Doña María de las Mercedes, se empeña a fondo en la construcción de lo adecuado. Su repentino fallecimiento frustra el proyecto, que es retomado por Alfonso XII. Las joyas de Isabel II regaladas al Santuario de Nuestra Señora de Atocha van a parar a la construcción de la catedral. El 4 de abril de 1883, el rey Alfonso XII coloca la primera piedra. Esta iglesia cripta aún, y por algún tiempo, pasa a ser catedral en 1885 cuando Madrid es erigida como diócesis por el Papa León XIII, el de la doctrina social, que algo era ello.

El peso de la historia

La historia, aquí, pesa demasiado. Viajemos al presente de esta parroquia, que tiene, para los vivos, el territorio de los márgenes de la calle Mayor. Y para los más de 1.500 fallecidos, aquí enterrados en 600 sepulturas y columbarios, el templo de la parroquia es camposanto. El párroco de algo más que tres mil habitantes, es mucho más que párroco: don Joaquín Iniesta es presidente deán del Cabildo de la catedral metropolitana. Está acompañado por un vicario parroquial, José Antonio Iniesta, que también los apellidos suenan.

Tiene la parroquia una incipiente catequesis de un centenar de niños; dos cofradías, la de la Esclavitud Real y la Corte de Honor. Además, un grupo apostólico de oración y reparación, fundado por el jesuita Antonio Honduvilla, que se llama de la «Amistad en Cristo. Nuevo amanecer», así, como si fuera un tratado de San Francisco de Sales. Un grupo de fieles que se dedican a la gloria de nombre de Dios, la adoración de Dios en Espíritu y Verdad, que no es poco. Y añade don Joaquín Iniesta que están iniciando un proyecto de caridad para las personas abandonadas y solas de la parroquia. En el bullicio de esa espina dorsal del Madrid de los Austrias también transita la soledad. La soledad sonora del rumor inmortal que se oye en la parroquia-cripta que un día se convirtió en Catedral.

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