Los cines regresan al barrio

La reapertura de los históricos Morasol devuelve a los vecinos de Prosperidad sus salas de toda la vida

Madrid Actualizado: Guardar
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Hubo una época en la que ver una película en la gran pantalla estaba a la vuelta de la esquina. Bastaba un simple rodeo para encontrar tu sala, cuasi inalterable, en frente de aquella librería que ya no está o dos números más abajo del vetusto panadero que aún hoy mantiene abierto el negocio. Eran los tiempos del Lepanto, de su vecino el Mundial, del Benlliure, Aragón, Marvi o Canciller; los tiempos, en definitiva, del cine de barrio. Más tarde, la apertura de modernos multicines en grandes superficies comerciales fueron paulatinamente ocupando el espacio de los tradicionales. La llegada del vídeo, el auge de la piratería o la digitalización, terminaron por hacer el resto.

Pero no todo está perdido.

Si en Astérix y Obélix una aldea poblada por irreductibles galos resiste todavía y siempre al invasor... en los cines de barrio, todavía y siempre queda luz al final del túnel. En pleno corazón de Prosperidad, los históricos Morasol (Pradillo, 4) han resucitado bajo el nombre de Conde Duque Auditorio. Cerrados en 2013, fue hace diez días cuando las taquillas volvieron a abrir, las palomitas a oler y el proyector a funcionar. «En una zona con más de 140.000 habitantes, el vacío cinematográfico era alarmante», sostiene Suso Núñez, hermano de Iñaki Núñez, presidente del grupo Conde Duque.

«Y tanto que lo era», asegura Carmen, una mujer «de la Prospe de toda la vida» que ensalza las mejoras que trae el viejo-nuevo cine: «Ni son incómodos ni hace frío dentro». La satisfacción por el séptimo arte también se refleja en la cara de Santiago, que viene por primera vez; y en la de Amalia, que se enteró por su marido de que los iban a abrir y ahora podrá llevar a su hijo sin necesidad de coger el coche. Hasta la ilustre Ana Belén, vecina del barrio, bendice la reapertura antes de perderse junto a su amiga Eugenia entre sus señoriales columnas.

Los trazos de mármol esculpido alejan los fantasmas de una crisis que parece haber encontrado en los Morasol la horma de su zapato. Para ello, los hermanos Núñez han tenido que emplearse a fondo. «Cuando lo compramos estaba en ruinas, hacía falta una reforma de arriba a abajo», advierte Suso, que con su ejemplo, espera «abrir los ojos» a otros empresarios dedicados al cine para que las salas regresen a «zonas donde realmente no hay cobertura».

A pesar de que todavía no se puede consultar la cartelera por internet —«estamos diseñando la web», informa Núñez—, son muchos los que se han sumergido en su extensa programación. «El otro día entraron más de 800 personas», revela Carlos, uno de los nueve trabajadores que ponen cada día en funcionamiento el cine. Cifras nada desdeñables a tenor de su capacidad: seis salas, con un aforo total de 1.100 butacas.

Vecinos y trabajadores

Si los Morasol portan hoy la bandera del renacido cine de barrio, los Cines Zoco Majadahonda fueron los primeros en ondearla. En 2013, los Renoir Majadahonda echaron el cierre, y, ante la imposibilidad de que otra empresa asumiera su gestión, trabajadores de la propia sala y espectadores asiduos se unieron para recuperar el espacio. «El 20 de diciembre de ese mismo año lo abrimos un mes a prueba, para ver si funcionaba», explica Quique, miembro de la asociación sin ánimo de lucro que reflotó el proyecto.

Lo que iban a ser 30 días de tanteo, pronto se convirtió en un negocio duradero, donde todos sus socios aportan cien euros al año. «Con esto, además de mantener operativas las salas, consiguen descuentos en las entradas y tienen acceso a sus instalaciones para poder organizar coloquios u otros eventos culturales», afirma Quique. Cuatro salas, dos grandes y dos pequeñas, con un aforo total de 300 butacas, dibujan una estructura de cuyo engranaje se encargan seis empleados. La programación es variada, con ciclos de cine francés, indio... combinado con filmes de entretenimiento. «No queremos dar la espalda a nadie. Aquí todo el mundo es bienvenido», sentencia.

Lejos foco de mediático, continúan en pie una docena de pequeños cines. Adaptados en la medida de sus posibilidades, pero con el poso que desprenden los locales de antaño, los Victoria, Golem, Paz, o Retiro libran una particular batalla contra el inquebrantable paso del tiempo. El mismo paso del tiempo que cada día, a las horas que marca la cartelera, llena de vida sus salas. Una paradoja de cine.

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