Un brindis por Asunción Balaguer

El Ayuntamiento de Alpedrete y los vecinos rindieron ayer un homenaje a Asunción Balaguer por su 90 cumpleaños. Pusieron su nombre a la casa de la cultura

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Madrid Actualizado: Guardar
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Que una actriz cumpla noventa años en plena forma mientras sigue demostrando su categoría en los escenarios y la televisión es un prodigio, un milagro de la naturaleza. Asunción Balaguer ha llegado a esta venturosa edad y Alpedrete, la localidad madrileña donde reside, le rindió ayer un homenaje en el que se concentra apenas un ápice del cariño de todos cuantos admiramos a esta mujer entrañable. Y no sólo por esa cálida calidad –disculpen la aliteración, no me he podido resistir– de su carácter, sino por su condición de intérprete dúctil y certera, siempre grata, amable y emocionante, como demostró el año pasado en dos comparecencias escénicas: «Sueños y visiones del rey Ricardo III», una aproximación de José Sanchis Sinisterra a la tragedia monástica shakespeariana, y «Una vida robada», pieza de Antonio Muñoz de Mesa sobre el drama de los niños sustraídos al nacer.

Ha hecho hasta hace una semana como la abuela de Pepe Viyuela, el Sherlock Olmos riojano de la serie televisiva «Olmos y Robles». La recuerdo también muy especialmente en «Follies», el fabuloso musical de Stephen Sondheim y James Goldman, donde en 2012 estaba para comérsela en el papel de antigua corista que evocaba los tiempos de su mocedad y bordada un número en el que pedía una oportunidad teatral.

Los comienzos de su carrera los evocó en un espectáculo delicioso que escribió y dirigió, justo a la medida de Asunción, Rafael Álvarez El Brujo, también en 2012, tras muchas horas de conversación con la actriz: «El tiempo es un sueño», un vuelo biográfico de apenas una hora en el que, acompañada al piano por Anna Fernández Torres, recordaba que fue un simple adverbio, «naturalmente», la única palabra que debía pronunciar para acceder a un pequeño papel como meritoria en la compañía de María Fernanda Ladrón de Guevara. Su acento catalán le cerró esa puerta. Paradójicamente también fue el combustible que necesitaba su amor propio para decidir que eso no le iba a pasar nunca más y que iba a ser actriz costase lo que le costase.

Eso contaba esta maravillosa señora en un espectáculo pespunteado con detalles de su vida y la voluntad de rendir homenaje a su madre, Teresa Golobart, y a esos machadianos días azules iluminados por el sol de la infancia. Una pequeña joya que contenía el pálpito de toda una vida y por la que desfilaban la proclamación de la República en su Manresa natal, sus estudios con Marta Grau, su amistad con Aurora Bautista, sus primeros papeles, su trabajo en la compañía Lope de Vega de José Tamayo, las manos grandes y frías de Paco Rabal cuando el galán se le declaró una noche mientras el elenco viajaba en autocar hacia Jerez... Paco Rabal, su Paco como eje vital de luces y de alguna sombra en un episodio que la actriz desvelaba con el dramatismo justo y todos los matices en su sitio.

Precisamente fue a través de ese hombre extraordinario como accedí a ella. Preparaba mi biografía sobre él –»Paco Rabal, aquí un amigo»– y pedí una entrevista a la viuda, que me abrió con tanta generosidad como simpatía las puertas de su casa en Alpedrete, donde pude charlar con ella largo y tendido. Hemos coincidido después en muchas otras ocasiones, como en el seminario que dedicaron a su marido en Águilas, la localidad murciana donde nació el formidable actor y no menos formidable personaje. Asunción nunca olvida preguntarme por mi hijo, al que conoció niño entonces.

En fin, que tenemos mucha suerte de poder seguir disfrutando del arte y la presencia de Asunción Balaguer. Así que les invito a que me acompañen en este brindis colmado de afecto y admiración por esta enorme actriz. Chin, chin.

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