Una vecina pasea a sus perros sorteando montañas de residuos
Una vecina pasea a sus perros sorteando montañas de residuos - MAYA BALANYA

La basura se come Lavapiés

La desidia del Ayuntamiento es patente en el barrio, donde la mugre se acumula diariamente

Madrid Actualizado: Guardar
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A las 11 de la mañana, el calor y los montones de basura interactúan en la calle Mesón de Paredes en una mezcla «peligrosa». Con los orines y los excrementos –caninos y humanos, según los vecinos– el hedor es prácticamente insoportable. En cada alcorque, en cada poste o farola hay una muestra de los problemas de higiene que dan un aspecto lamentable a Lavapiés. El otrora barrio bohemio, que aparece en las guías turísticas mundiales como un ejemplo de multiculturalidad, ha perdido literalmente el lustre de sus calles.

«Hace años que no se baldea agua por las aceras, así es imposible quitar la mugre que cubre el suelo. Cae la mierda sobre mierda», explica Antonio Castro.

Vecino del barrio desde hace 30 años, su descripción no es más explícita que su hartazgo. Una desidia que incrementa a medida que el Gobierno de Manuela Carmena «da la espalda a este problema».

En un recorrido de menos de una hora, colchones, bolsas de escombros, ruedas viejas de bicicleta, pañales o restos de comida, cortan el paso a los viandantes en calles como Argumosa, Miguel Servet o Tribulete. Los contenedores de reciclaje –para papel, plásticos y vidrio– se convierten en puntos destacados para acumular residuos a su alrededor.

«Lo más curioso es que, por dentro, siempre están vacíos. La gente, llegados a este punto de inmundicia, apila cualquier cosa a su alrededor. Hay una dejadez municipal evidente a la hora de poner coto a este asunto. No hay inspecciones. No hay nadie que evite que la gente se comporte así», denuncia Castro.

A ello, se suman otras circunstancias que agravan esta situación. «En julio, con la merma vacacional del número de efectivos de limpieza, la frecuencia con la que pasan baja sustancialmente». En el barrio, bajo la tutela del edil de Ahora Madrid Jorge García Castaño, lo cierto es que es «complicado» toparse con los servicios de limpieza. «Hay poquísimos y, los que hay, no dan abasto», aseguran en un corrillo vecinal en la plaza de Nelson Mandela.

Este es uno de los principales focos de basura del barrio. Sede habitual de botellones, con el buen tiempo, las fiestas se prolongan hasta altas horas de la madrugada. Al desastroso panorama de cascos de botellas, vómitos, orines y excrementos, se suma el ruido que impide el descanso nocturno. «Los comercios tienen mucha culpa por vender alcohol después de las 22 horas y la Policía Municipal también, por permitirlo», opina.

Allí asisten como testigos de la retirada de una auténtica montaña de botellas de plástico, cristal, tetabricks, cajas de cartón y restos de comida. Una amalgama que, tras ser recogida por un solo operario, deja una huella viscosa en la acera. El olor al remover la basura es, cuando menos, desagradable. «Esto es a diario. No hay una higiene básica en las calles aunque retiren la basura», explica Mila, una de las vecinas. Como otros se ha «tomado la molestia» de denunciar los hechos ante el Área de Medio Ambiente y Movilidad que dirige Inés Sabanés en repetidas ocasiones.

«También pagamos impuestos»

Las respuestas, algunas de ellas hasta tres meses después del registro de entrada, resultan «ofensivas» para los denunciantes. «Nos niegan la evidencia. Nos dicen que son problemas puntuales cuando se producen a diario. Nos prometen que se va a reforzar la limpieza y no es cierto», explica a ABC. «Cuando hemos denunciado la presencia masiva de gente bebiendo alcohol y ensuciando la calle nos dicen que no "observan" los hechos de los que nos quejamos y se inventan otros como que hay indigentes que pernoctan en la plaza. Es desesperante», añade Mila.

Las llamadas al servicio telefónico 010 del Ayuntamiento son también «infructuosas». «Las hacemos a decenas y no sirven para nada», explican. «Pagamos los mismos impuestos pero no disfrutamos de los mismos derechos. No es justo, que no podamos pasear con nuestros hijos o mascotas», concluye.

La falta de vigilancia y de inspecciones es una de las quejas más extendidas. Las cajas de las fruterías y comercios de alimentación que abundan en el barrio terminan cada noche en mitad de la acera.

Peligro en los alcorques

El arbolado es otro de los grandes perjudicados de este barrio. Cada alcorque es un potencial recipiente para bolsas de basura. «Hay muchas comunidades que no tienen nadie que saque los cubos de basura a la calle y algunos inquilinos optan por dejarla tirada junto a un árbol», comenta Antonio Crespo. Los protectores metálicos de los alcorques han sido robados en los últimos años y nadie los ha repuesto. El riesgo de sufrir una caída es muy alto en aceras tan estrechas. Otro de los problemas son los escombros: «Aquí ya casi nadie pide licencia para hacer obras. Con dejar los sacos de cascotes en la calle, basta», dice.

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