Amanecer Bailando

Móstoles amanece entre bailes, drogas, música a todo trapo e insomnio vecinal

Cientos de vecinos sufren la música a todo trapo del festival «Amanecer Bailando», celebrado pese a la polémica

Un grupo de asistentes, ayer por la tarde, en las inmediaciones del evento Isabel Permuy | Vídeo: Así ha sido el «infierno» de los vecinos
Aitor Santos Moya

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«Los chavales no sé si amanecerán bailando, pero nosotros te aseguro que ni siquiera amaneceremos porque no vamos a pegar ojo». María vive en el sexto de uno de los bloques más cercanos al parque Prado Ovejero de Móstoles, donde ayer, a partir de las 17 horas, la música del festival «Amanecer Bailando» comenzó a sonar a todo trapo. «Imagínate este jaleo a las tantas de la madrugada», advertía la vecina, invitando a colocar una mano en sus ventana. Los cristales retumbaban y la caja superior de la persiana no paraba de tronar. Con esta tesitura, muchos fueron los residentes que decidieron marcharse en vista de la complicada situación. «Nuestra hija se ha ido a dormir a casa de una amiga», relataban Fernando y Mercedes, quienes, ante lo que se les venía encima, movieron la cama de matrimonio al salón: «Es la parte de la casa en la que menos ruido entra».

Los residentes, contemplaban desde sus terrazas el peregrinar de miles de jóvenes en todas direcciones. Unos, en busca de un supermercado o «chino» para abastecerse de botellas de alcohol. Otros, ya con bolsas de botellón en la mano, a la caza de un banco en el que poder beber sin «riesgo» a ser cazados por la Policía. «Hasta las 8 o así no entraremos, nos tiene que dar tiempo a tomar unas cuantas copas y...», explicaba un joven, con las risas de sus amigos como telón de fondo. «Está feo que diga que también nos vamos a drogar, ¿no?», añadía, sin tener del todo claro cómo franquear los cacheos de entrada al evento.

Para entonces, la jornada festivalera ya estaba en marcha. Desde primera hora de la tarde, la estación de Cercanías de Móstoles Central se convirtió en un continuo transitar de asistentes que optaron por utilizar el transporte público. «Preferimos no arriesgar con el coche y que nos puedan parar en un control», sostenía un grupo de chicos ataviados con chubasqueros desechables. La tromba de agua inicial hacía que todos mirasen al cielo. «Tampoco pasa nada por bailar bajo la lluvia», comentaban Juanma, Paula y Marta, que, con la mayoría de edad recién adquirida, no estaban dispuestos a que nada les chafara la fiesta: «Es nuestro primer festival y queremos disfrutarlo a tope; hasta las 10 de la mañana hay tiempo de sobra». Tras el cierre, pensaban acudir «de empalme» a la terraza de la discoteca Fabrik. Irse a la cama no entraba en sus planes.

Con los bafles encendidos, el cielo dio una tregua; momento, que muchos de los jóvenes aprovecharon para salir de sus escondites techados y enfilar el camino al recinto. En la parte más alta del parque, dos miembros de la organización controlaban que nadie saltara la valla para colarse: «Si la pasas, estás dentro», precisaban, con la misión, además, de vigilar que alguien pudiera acabar despeñado por la ladera. Precisamente, los desniveles de más de 15 metros repartidos por todo el parque fueron señalados en los días previos como uno de los puntos de mayor preocupación. El impacto medioambiental y la contaminación acústica completaban, por su parte, los otros caballos de batalla de las asociaciones ecologistas, vecinales y diversos partidos políticos posicionados en contra de la polémica celebración.

«La próxima vez, que la alcaldesa lo organice delante de su casa», protestaba una pareja de transeúntes en relación a la decisión de la socialista Noelia Posse de autorizar el nuevo emplazamiento tras la cancelación previa en el parque natural de El Soto. «Me hace gracia que lo quitaran de allí para no fastidiar la naturaleza y ahora, en cambio, lo traigan aquí para fastidiar a la gente», comparaba un hombre en mitad del paseo con su perro.

Mientras tanto, los moradores de las viviendas cercanas idearon todo tipo de trucos para paliar los altos decibelios: toallas en los marcos de las ventanas y cinta aislante en las juntas. En definitiva, cualquier «experimento» era valido con tal de lograr «un poco de paz en medio del caos».

Pese a las anunciadas pantallas acústicas por parte de los promotores, este periódico pudo comprobar «in situ» que el nivel de ruido superaba con creces el máximo permitido . «Entendemos que los vecinos se quejen, aunque deberían comprender que por un día de diversión tampoco pasa nada», incidía otro grupo de asistentes. Para acceder al parque, el público tenía que superar varios controles. En el primero, se debía enseñar el DNI o pasaporte; después, someterse a un registro y, por último, mostrar la entrada para su correspondiente validación. Cruzado ese momento, nadie podía salir salvo para enfilar el camino definitivo de regreso.

Dentro, aguardaban 17 horas de música ininterrumpida repartida en cuatro escenarios temáticos -Amanecer (tech-house), Caviar (urban, hiphop, rap, trap), Family Club (techno) y Misa (hardstyle)-, además de disciplinas artísticas y deportivas, como certámenes de grafiti y exhibiciones de BMX. Una oferta de desenfreno que no todos disfrutaron de la misma manera. «Por lo menos no hemos pagado la entrada», ironizaba una familia, con el ritmo electrónico «metido» en el salón de casa. Móstoles amaneció bailando... y con insomnio vecinal.

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