Emilio Contreras

ETA, su enemigo fue la democracia, no Franco

Sabían que ejercer el terrorismo contra la libertad y el voto les acabaría condenando a una derrota inevitable

Emilio Contreras
Madrid Actualizado: Guardar
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ETA supo desde los primeros momentos de la Transición que el único enemigo que podría derrotarla era la democracia, algo que Franco no había conseguido. Los ideólogos etarras sabían que la dictadura era la mejor coartada para encubrir su estrategia terrorista, porque la lucha contra el franquismo les daba un imagen de legitimidad, presentándola ante los ciudadanos vascos y españoles, y ante la opinión pública internacional, como una lucha por las libertades y contra el dictador.

Esta táctica les permitía ocultar que su objetivo político final era imponer en un País Vasco independiente un régimen marxista-leninista, como se aprobó en la V Asamblea de ETA celebrada en la Casa de los Jesuitas de Guetaria en la Semana Santa de1969.

En el fondo, aspiraban a que la represión indiscriminada, propia de toda dictadura, potenciara la espiral de violencia, deslegitimara al gobierno y les permitiera alcanzar sus objetivos.

Por ese motivo, cuando los cabecillas etarras vieron que el proyecto de Adolfo Suárez, auspiciado por el Rey y luego apoyado por los partidos de la oposición, iba en serio, redoblaron hasta el paroxismo su estrategia de muerte y destrucción. Sabían que la democracia acaba deslegitimando cualquier recurso a la violencia para alcanzar objetivos políticos, por la sencilla razón de con la palabra y con el voto se puede conseguir cualquier objetivo, siempre que se tenga el apoyo mayoritario de los ciudadanos dentro de la ley. Cuando la palabra y el voto sustituyen a la violencia y a la muerte, la acción terrorista tiene los días -en este caso, los años- contados. Los etarras «vivían» mejor contra el franquismo, que contra la democracia; sabían que desaparecida la coartada de la lucha contra la dictadura, ejercer el terrorismo contra la libertad y el voto les acabaría condenando a una derrota inevitable. Solo era cuestión de tiempo.

Los hechos que ocurrieron entonces lo confirman. Aunque ETA se fundó en los años cincuenta del siglo pasado y sus dos primeros crímenes los cometió en el verano de 1968 -el guardia civil José Antonio Pardines y el comisario Melitón Manzanas- su golpe más sonado fue el atentado que le costó la vida al almirante Carrero Blanco en diciembre de 1973. El año en que murió Franco, 1975, asesinó a 23 personas. Pero a su muerte el número de crímenes creció casi exponencialmente con el objetivo claro de trasmitir una imagen de debilidad del nuevo régimen democrático y presentarlo como incapaz de vencer al terrorismo. Se trataba de provocar al Ejército asesinando al mayor número de generales y oficiales, con el fin de que diera un golpe de Estado que instaurara una dictadura militar, contra la que ETA buscaría de nuevo legitimar su estrategia terrorista.

Por esta razón, el año en que se aprobó la Constitución en diciembre de 1978, los etarras asesinaron a 85 personas. Dos años más tarde, la violencia terrorista se llevó la vida de 118, con una media de un muerto cada tres días. Eran muchos los que pensaban entonces que ETA le estaba ganando la batalla al gobierno. La provocación etarra estuvo a punto de conseguir su objetivo con el fallido golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. Pero el fracaso del golpe fue también el fracaso de su estrategia de provocación, porque los militares españoles vieron en televisión lo que había ocurrido esa noche en el Congreso, y esas imágenes de cuartelazo vacunaron contra el golpismo a los que aún podían tener nostalgia de él.

La experiencia demuestra que a los ciudadanos de los países democráticos les cuesta reconocer que se han equivocado dando su apoyo a quienes no lo merecen. Y por ese motivo tardan en retirárselo. Lo observó Tocqueville en su viaje a los Estados Unidos hace casi doscientos años. Esa es una de las razones por las que ETA tardó años en perder la batalla. Hubo también otra no menor. El gobierno francés acogió en su territorio a cientos de terroristas, a los que consideraba refugiados políticos. Todavía en 1986 -nueve años después de las primeras elecciones libres, y ocho de que se aprobara la Constitución- había en Francia entre 600 y 800 etarras que gozaban de este estatuto. No fue muy leal con España su vecino del norte, que tardó más de veinte años en colaborar a fondo contra los terroristas.

Pero la democracia acabó haciendo demócratas a muchos que no lo eran, y el apoyo social y político al terrorismo fue menguando en el País Vasco, hasta que el 21 de octubre de 2011 ETA, derrotada por el Estado, anunció el abandono «claro, firme y definitivo» de la violencia.

La democracia recuperada hace 40 años derrotó a ETA, como habían intuido sus dirigentes en 1977. Y es que a un Estado con 500 años de existencia es muy difícil derrotarlo.

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