Ana Pastor, con el entonces titular de Economía de Portugal, Ivaro Santos, en 2013
Ana Pastor, con el entonces titular de Economía de Portugal, Ivaro Santos, en 2013 - MIGUEL MUÑIZ

El Tren Celta, un «camello» vetusto y un foco de conflicto entre administraciones

El estado de la infraestructura, la falta de competitividad y la crisis originaron más de una disputa política

Santiago Actualizado: Guardar
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El convoy siniestrado en O Porriño (Pontevedra) es el llamado Tren Celta, un servicio ferroviario que une la ciudad de Vigo con Oporto (Portugal) con dos frecuencias al día. Se trata de una conexión gestionada por el operador luso Comboios de Portugal (CP)en colaboración con Renfe.

El Celta, bautizado así en 2013, es uno de los transportes más conocidos para los habitantes del área metropolitana de Vigo, la más grande de Galicia, y las ciudades portuguesas más próximas a la llamada «raia», como se suele nombrar la frontera. Una arteria, si bien precaria, pero que supone un vínculo al fin y al cabo para el proyecto de Eurorregión Galicia-Norte de Portugal.

Según la información de Renfe, hace paradas en las localidades de Valença, Viana do Castelo y Nine.

El tren que se ha salido de la vía en O Porriño correspondía al que parte a diario desde Vigo a las 09.02 horas de la mañana. Un conjunto apodado «camello» por la forma que toman las cajas del aire acondicionado sobre los lomos del vehículo. Pertenecía a la serie 592 y era de origen español. Las máquinas son conducidas indistintamente por conductores españoles y portugueses.

Además del Tren Celta, una red de trenes de media y larga distancia refuerza regularmente el flujo de viajeros. Un dato a tener en cuenta: aunque el ferrocarril no sea el medio preferido para llegar a Oporto, casi 800.000 gallegos embarcan cada año en el aeropuerto de Sá Carneiro, especialmente para embarcar en vuelos internacionales. Es el «aeropuerto de Galicia» como ya presumen las autoridades del país vecino, en vista de que supera con creces al conjunto de las tres terminales gallegas.

La historia de este tren es un relato de idas y venidas y, especialmente, de tiranteces entre las administraciones de uno y otro país. Portugal decidió en el año 2005 que la demanda no era suficiente para mantener la conexión, pero las protestas de las cámaras portuguesas locales y algunos viajeros gallegos dieron marcha atrás a la voluntad de la CP.

Seis años más tarde, en julio de 2011, Renfe y Comboios se pusieron de acuerdo para disminuir la frecuencia de los viajes. Entonces, justificaron su decisión alegando «significativas pérdidas» y el que era conselleiro de Infraestructuras de la Xunta, Agustín Hernández, aducía que la medida se debía al estado de la vía, levantada por primera vez en el siglo XIX. Tras varios desaires del alcalde de Vigo, Abel Caballero, y un rescate financiero de por medio, el Tren Celta redujo el número de paradas intermedias hasta quedarse en las 2 horas 15 minutos actuales.

El AVE, una utopía

Una vez afianzado el tránsito de viajeros en el eje rápido Orense-Santiago-La Coruña, una reunión a principios de 2016 del llamado Eje Atlántico de municipios de la Eurorregión volvió a poner encima de la mesa el tren de alta velocidad entre Oporto y el sur de Galicia. Los alcaldes y cargos políticos locales trasladaron al primer ministro, António Costa, la necesidad de reducir a 90 minutos el viaje del Tren Celta.

Agua de borrajas, en comparación con el proyecto previsto por los gobiernos socialistas de Emilio Pérez Touriño y José Socrates. Feijóo retomó la idea de aumentar la «permeabilidad de la frontera» en 2011, pero las inclemencias económicas impidieron que llegara a término la voluntad de diálogo con Passos Coelho.

Una y otra vez se repetían los anunción públicos de mejorar el transporte ferroviario entre países hermanos. Ana Pastor, en 2015, prometió al Círculo de Empresarios de Galicia estudiar una conexión «de calidad» después de haber finalizado el AVE a Vigo. Ni una ni otra son aún realidad.

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