Condiciones extremas

Ser marinero en Terranova: «Si caes al mar, mueres al momento»

Veteranos marineros recuerdan sus años embarcados en los duros mares de la isla de Canadá: «Cuando volvía a casa, mis hijos casi no me conocían»

La maldición de Terranova: la isla de los 40.000 icebergs ocultos que también se tragó al Titanic

Qué es el fletán, el pez que buscan los marineros gallegos en el mar de Terranova

Accidente de un barco español en Terranova, en 2009 REUTERS | Vídeo: El tercer superviviente del naufragio del 'Villa de Pitanxo', un ghanés afincado en Marín (EP)
Ántar Vidal

Ántar Vidal

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Frío. Eso es lo peor en el agresivo mar de Terranova donde el martes de madrugada se hundía el 'Villa de Pitanxo' . Mucho peor que las olas y el viento. «El agua estaba congelada, el barco tenía que ir rompiendo el hielo» en aquel gran banco de la isla canadiense, recuerda Enrique Arribas, un marinero jubilado del pequeño pueblo pesquero de Bueu, en Pontevedra, que estuvo embarcado en los mares de la isla durante la Guerra del Fletán, en los 90. « Es un sitio de los malos malos », donde el problema es el frío, que acumula la nieve sobre la superficie del barco, poniéndole sobrepeso.

Histórico destino de los buques gallegos, gracias a los bancos de Terranova muchos marineros se ganan la vida a bordo pescando bacalao y fletán. Ya en los años 50 los buques cargaban 1.200 toneladas de bacalao que traían a España en dos campañas. « Hacíamos 300 días completos en el mar de los 365 », rememora Juan José Louro Lojo, patrón en aquella época. «Ahí está la dureza de la pesca». «Es un oficio como otro cualquiera», dice Manuel Santomé, pero duro como pocos. Él también faenó en aquellos mares, la última vez en 2010, a bordo de uno de los barcos de la última pareja bacaladera , con 50 hombres en total.

Tres testimonios de tres décadas diferentes que concluyen en lo mismo: «Es una zona peligrosa, porque da recorrido a todos los ciclones y bajas presiones». « Si caes al mar, mueres en el momento ». «El frío es mortal». Recuerdos de tres marineros que han viso la peor cara de estar embarcados en los mares del norte. Arribas y Louro están jubilados, pero Santomé en unos días vuelve a la cubierta para llevar el Arosa Nueve hasta Noruega, también en busca de bacalao en unas condiciones muy similares a las de Terranova. ¿Miedo? « Vas para eso y sabes lo que hay, pero no puedes pensar en eso », dice tras casi 40 años en el oficio.

En este trabajo es imposible vivir sin sobresaltos. Louro da gracias por nunca « tener ningún accidente en los barcos », pero sí ha sufrido temporales. «Recuerdo que en una ocasión estando de guardia por la mañana estaba todo cerrado de niebla, y dieron la alarma de que un barco portugués había echado a pique a uno español». Por suerte, «se salvaron todos» . El patrón de Bueu no perdió «a ningún hombre» a bordo ni tampoco recuerda grandes accidentes, un par de incendios en el barco, pero nada que lamentar. Arribas, en cambio, sí vivió un naufragio en sus propias carnes .

Año 2005, en Gran Sol -los mares que bañan Irlanda por el oeste-. Se abrió una vía de agua en el 'María Gallego' y en 20 minutos, recuerda el marinero, el barco ya estaba en el fondo del mar . Era de día y las barcas salvavidas saltaron automáticamente, «actuamos rápido y no nos tuvimos ni que mojar », pero el desenlace podría haber sido nefasto. El tiempo acompañaba y, al ver las bengalas, embarcaciones que también estaban faenando en la zona no tardaron en acudir al rescate de los 11 marineros. En Terranova, en otro buque, Arribas sí sufrió otro accidente: recuerda que se les estropeó el motor, y el tiempo era tan agresivo que «congeló todo el barco». Para cuando llegaron a las Azores para repararlo, todavía había nieve. «Hacía un frío inimaginable».

Hay muy poco margen, pero explica Louro que «cuando se produce un accidente en la mar, hay que tener la serenidad sufciente», y los trabajadores «normalmente son serenos y duros en ese sentido», curtidos por los años de experiencia. «Lo único que se necesita es tranquilidad».

No cabe duda, «es una vida dura». «Hay que ir y defenderse», reflexiona Santomé, recordando su juventud cuando coincidió con una de las víctimas del naufragio del martes. Ricardo y él eran de la misma zona, de la Playa de Loira, y recuerda que Ricardo ya había tenido un naufragio hace unos 20 años. « Siempre pasan estas cosas» , lamenta, «y eso que la seguridad en los barcos ha mejorado mucho». Ahora, por ejemplo, es obligatorio trabajar con salvavidas, antes, no, cuenta Arribas. Pero, de todas formas, de poco sirve en las gélidas aguas de Terranova.

«El aislamiento es lo más temible»

No días, sino meses sin pisar tierra firme. Ni tan siquiera pasar por puerto durante largas semanas. Así es la pesca en altura en las aguas canadienses. «En mi época eran dos campañas, una de seis meses y otra de cuatro», rememora Louro, que llegó a estar 104 días sin pisar tierra: « Ahí está la dureza de la pesca . Tiene la compensación de lo económico, que ayuda un poco a soportar estos grandes males». Tanto tiempo a bordo se traduce en «aislamiento, que es lo más temible de aquella pesca»

«El problema grande es vivir separado de la familia», dice Louro, y que cuando llegaba a casa siete meses después de su partida, sus hijos «casi no me conocían». Del nacimiento de su segunda hija se enteró a bordo. A los ocho días pudo ir a verla, pero en seguida se volvió a embarcar: « No volví a ver a esa niña hasta un año después ».

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