Juan Soto - El garabato del torreón

Una cuchipanda perenne

«¿Con qué cara nos atrevemos a decirles que no tienen sitio entre gentes a las que le sale la comida por las orejas?»

Aunque nada parecido conste en su tratado de Geografía dedicado a Iberia, se atribuye a Estrabón la afirmación de que hubo tiempos en los que una ardilla podía atravesar España, desde Algeciras hasta los Pirineos, saltando de árbol en árbol. Lo nuestro también tiene su mérito: desde el Año Nuevo hasta el día San Silvestre, los gallegos podemos atravesar nuestro territorio de fiesta gastronómica en fiesta gastronómica , o, para decirlo más a las claras, de comilona en comilona.

En los meses de verano las exaltaciones culinarias alcanzan niveles paroxísticos. Basta echar un vistazo a los periódicos en sus ediciones caniculares (paradójicamente, más bien escuálidas), rebosantes todas ellas de citas y convocatorias que dejan a las antiguas bacanales romanas y a los esponsales cervantinos de Camacho y Quiteria a la altura de un ayuno cuaresmal.

Los mejillones, las almejas, los percebes, los berberechos, los pimientos (ya sean los de Padrón, ya los de Herbón, ya los de Mougán), los chorizos al espeto, las tortillas (en oferta que se extiende desde la simplicísima española a las barrocas de cinco y seis pisos), la carne «ao caldeiro», el cabrito al espeto, el churrasco en diferentes grados de carbonización, las sardinas, el cerdo en su integridad y sin desperdicio, con todas sus partes y despieces, del morro al rabo, e incluso el popular y democrático huevo frito (Cervo, en la costa luguesa, lo ha incorporado a su oferta turística), todo lo que es susceptible de ser sometido al consabido proceso de ingestión, digestión, absorción y evacuación tiene en Galicia fiesta mayor y misa de pontifical. Y conste que las limitaciones de la columna nos impiden entrar en otras jaranas: dulces, quesos, panes, vinos y aguardientes, revisten un trayecto que empieza en la bica de Allariz, termina en la tarta catedralicia de Mondoñedo, riega el camino de arterias vinícolas con o sin denominación de origen, y hace la digestión echándose al coleto una copa de aguardiente de Portomarín.

Galicia es un país que tiene en la comida el primero de sus dioses lares y de sus símbolos tribales . Eso constituye el verdadero «efecto llamada» para tanto infortunado inmigrante que huye de la hambruna y de la muerte. ¿Con qué cara nos atrevemos a decirles que no tienen sitio entre gentes a las que le sale la comida por las orejas?

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