Sandra Daniela Tucceli, una joven valenciana, camarera de profesión, recibió un año más el mismo regalo de su madre en forma de cupón para el sorteo de la ONCE del 1 de enero, cuyo obsequio entrega religiosamente a cada uno de sus hijos. Susana lo compró en el reluciente y recién estrenado quiosco ambulante ubicado en la Avenida del Oeste, a pocos metros del icónico Mercado Central de la capital del Turia.
A diferencia de ediciones pretéritas y retando a la ínfima probabilidad de que su boleto fuera el agraciado, tocó. Y vaya si tocó: 400.000 euros, más de 23 millones de las antiguas pesetas, que iban a dar un giro de 180 grados a su vida.
Pero no fue así. El paraíso se convirtió en el infierno y la alegría en pena por un reglamento interno inquebrantable que ha suspendido el pago del premio.
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