Javier Molins - EN TERCERA PERSONA

¿Matemáticas o danza?

«Hoy en día, la habrían llevado a un especialista médico que probablemente le habría diagnosticado un trastorno de la conducta»

Javier Molins
VALENCIA Actualizado: Guardar
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No podía evitarlo. Siempre que veía la enorme cantidad de deberes de matemáticas que tenía su hijo, se acordaba de la infinidad de horas diarias que dedicó durante su infancia y juventud al estudio de esa materia. Unas horas que no le sirvieron de nada, pues fue algo que nunca usó en su vida profesional y, lo que era más importante, que no le dieron ni un instante de felicidad. Sin embargo, durante los ocho años de la EGB, los tres de BUP y el año de COU no recibió ni una sola hora de clases de danza, y bailar le había producido muchísimos más instantes de felicidad que cualquier operación matemática que hubiera hecho a lo largo de su vida.

Nunca había hecho público este pensamiento pues podía ser tildado de frívolo y, por supuesto, no se lo iba a decir a su hijo, porque quería que estudiara, aprobara el curso y pudiera encontrar en un futuro su camino, bien fuera este el de las matemáticas o el del baile, pero siempre se acordaba de la historia de Gillian Lynne.

Gillian fue una niña que en los años treinta tenía problemas en el colegio para poder seguir las clases. Sus padres la llevaron al médico y éste escuchó durante veinte minutos las explicaciones de la madre sin que la niña hablara. El doctor invitó a la madre a que salieran de la consulta y dejó a la niña sola con la música de la radio puesta. Entonces, los dos observaron cómo Gillian se puso de pie y comenzó a bailar al ritmo de la música.

El diagnóstico del médico fue claro. La niña no estaba enferma. Prestaba atención a la música y era capaz de seguir su ritmo, por lo que aconsejó a sus padres que la apuntaran a una escuela de danza. Así lo hicieron y Gillian fue inmensamente feliz pues coincidió en la escuela con infinidad de personas que eran como ella y que no podían estar quietas cuando escuchaban una melodía.

Gillian actuó como solista en el Royal Ballet, fundó su propia compañía de baile y, más tarde, conoció a Andrew Lloyd Weber para quien realizó las coreografías de musicales tan conocidos como "Cats" o "El fantasma de la ópera", que habían hecho felices a millones de personas y millonaria a ella.

Hoy en día, la habrían llevado a un especialista médico que probablemente le habría diagnosticado un trastorno de la conducta y le habría medicado para que estuviera quieta, dejara de bailar e hiciera los deberes de matemáticas.

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